miércoles, 25 de abril de 2012

Relato: Mentiras




Cursé el último año de ingeniería eléctrica cuatro veces. No es que fuese un torpe o se me hubiese atragantado alguna asignatura, sencillamente me encontraba a gusto en ese ambiente. Fiestas, chicas y la existencia tranquila del estudiante que, blandiendo la excusa de los deberes o un examen, se pega una vida de lujo. Podía permitirme esa vida gracias a mi padre. Se empeñó en que hiciera una carrera técnica, hasta tal punto que me advirtió que no vería un céntimo de sus millones si no la terminaba. Sabía que fuera de aquel piso de alquiler para estudiantes, me esperaba una vida bajo su férreo control en la oficina, como uno más de sus lacayos.   

Era miércoles, esperaba la llamada de un amigo que pasaría a buscarme para ir a una fiesta de enfermería. Descolgué el teléfono: - Pablo, ¿dónde estás cabrón? – exclamé. No era Pablo, la voz del abogado de la familia. –Señor Martín, me temo que tengo malas noticias, su padre a fallecido ésta tarde de un paro cardíaco.- Una pausa para que asimilara la noticia. – Señor, le ha dejado a cargo de la ingeniería.- Se acabó la fiesta.

Después del entierro se hizo la lectura del testamento. A mi madre, su ex mujer, le legaba la mayoría de su fortuna, como si el dinero pudiese redimirle de los años de abandono e infidelidades. No estaba presente, hacía años que se había desentendido de nosotros, su abogado la representaba. A mí, como ya me habían adelantado, me legaba  la ingeniería y el dinero necesario para pagar los sueldos a sus asesores durante un año, además de todos los permisos y licencias necesarios.  El albacea me proporcionó una carta. – Era voluntad de su padre que la abriera el día que heredara el negocio.-Dijo. El abogado de mi madre se la quedó mirando embobado, no era de extrañar pues la carta estaba enmarcada con grapas, a modo de sellado auxiliar. Tal vez en sus últimos días perdió el poco juicio que le quedaba. La guardé para leerla más adelante.

Me tomé mi tiempo para buscar un piso de alquiler en la ciudad, no tenía ninguna prisa por empezar mi nueva vida. Aunque los ayudantes de mi padre tardaron poco en localizarme, esgrimiendo contratos y fechas de entrega cercanas, me instaron a retomar el trabajo. Un mes después entraba en la ingeniería. Saludé a mis nuevos empleados, les había conocido en el funeral, apenas desviaron la mirada de las pantallas de sus cubículos. Me dirigí al despacho de  mi padre. Estaba tal y como lo recordaba, atiborrado de objetos adquiridos más por hacer gala de poder adquisitivo, que por armonizar con el ambiente, amontonados de mala manera en estanterías cubiertas por un cristal de seguridad. Casi ni se veían las paredes. La gran mesa en el centro de la habitación era lo único que no había sucumbido a aquel caos. El portátil, un lapicero y  una foto de mi madre cogiéndome en brazos, como únicos pobladores.   

Me acomodaba en la butaca cuando entró Carlos, ingeniero de fluidos. Una vez cumplidas las formalidades, me plantó sobre la mesa el informe de una obra para una futura presa, a juzgar por el sonido al aterrizar, debía tener unas cuatro mil páginas por lo menos. – Espero que seas tan bueno como tu padre, necesito que revises esto. Tengo que pasarlo a limpio para entregarlo este jueves. Dime si ves algo que no te dé buena espina, eso decía tu padre “ésta página no me da buena espina”.- Me lo quedé mirando, ¿en serio esperaba que revisara eso en dos días? – Carlos, yo no soy mi padre, todavía no he terminado la ingeniería, y apenas tengo experiencia, ¿Cómo pretendes que revise tu trabajo y sea capaz de ver si hay algún error?-  -Bueno, tú eres el jefe. Hasta luego y suerte, llámame cuando lo  des por bueno.- Dijo en un tono de “que te aproveche el marrón”.  

Intentando digerir aquella ensalada de cálculos, esquemas y fórmulas llenas de signos que no había visto en la vida, un leve repiqueo en la puerta me hizo levantar la cabeza. No estaba seguro de haber oído algo, así que continué. Se repitieron los golpes, ésta vez más fuerte. - ¡Adelante! - Dije, algo molesto por la interrupción.  Era Pedro, un físico de treinta y pocos, un individuo tímido y apocado, pero según había oído decir a mi padre alguna vez, listo como el demonio. Me vino con la misma historia pero una fecha diferente, la mañana siguiente debía estar entregado el proyecto. El informe se titulaba “Análisis del termo-aislado axial de los campos subBeta.”, aquello tenía que ser una broma. Pregunté a Pedro- Dime, ¿tenemos algún campo de trabajo específico?, lo digo porque  si esto es para Nasa conozco a quién podría retrasar la fecha de entrega.-

No captó el tono sarcástico. – Puedo responderle en base a lo que yo me he dedicado, que ha sido básicamente a la física de partículas, pero era su padre quién asignaba los trabajos. No sé en qué han estado trabajado los otros.- Aquello no tenía ni pies ni cabeza, según mi madre, mi padre era un ingeniero de tres al cuarto que se dedicaba a firmar proyectos de pacotilla, el dinero de verdad entraba por validar proyectos de obras que no cumplían los requisitos legales. Era raro que no hubiese terminado sus días en la cárcel. Le despaché con un gesto de la mano, antes de que se fuera le pregunté enojado: - ¿Y qué pasa?, ¿con lo listos que sois todos y no sabéis enviarme un correo con toda la información? ¿No sabes que todo este papel me cuesta dinero?-  Se volvió y contestó.- Eso mismo, con otras palabras, le dije un día a su padre, pero él insistía en que todo debía imprimirse. Buenas tardes.- Y se fue a su cubículo.

Con un tremendo dolor de cabeza me dejé caer hacia atrás en la butaca. Debajo de la mesa estaba la caja fuerte, -¿y el código?- dije en voz alta. Recordé la carta, abrí un cajón en busca de algo para ayudarme a quitar aquellas grapas inútiles. El primero estaba lleno de pequeñas cajitas de grapas, alineadas escrupulosamente, sobre ellas una maza en miniatura y un soporte para golpear sumamente gastado. En el segundo cajón solo había grapas. Definitivamente mi padre se había vuelto loco. Desistí de mi búsqueda y utilicé una navaja en miniatura que acostumbro a llevar en el llavero, inofensiva pues no cortaría ni la mantequilla, aunque útil para apretar los pequeños tornillos de mis gafas. Con cuidado retiré todas las grapas y abrí la carta. Decía así.

Si lees esto es que he fallecido prematuramente. Nunca me he molestado en conocerte, ninguno de los dos estábamos por la labor. Cuando nos abandonó tu madre me sumí en una pena atroz, y no quería contagiarte. Siempre te he querido. Si estás en mi despacho utiliza tu imaginación, no te costará descubrir el secreto de mi éxito. Y grápalo todo hijo, TODO.

Pd: el código de la caja es 24-1-90  

¿Grápalo todo? Qué gran ayuda. Y la combinación era la fecha de mi cumpleaños, que típico. Abrí la caja fuerte, no soy un experto pero parecía sumamente robusta, inexpugnable. Esperaba encontrar… no sé, algún título de catedrático de física “que calladito te lo tenías padre”, o  tal vez una lámpara maravillosa, con un genio dispuesto a descubrirme cómo narices repasar esa cantidad de información en tan pocas horas. Lo único que vi fue una simple grapadora. Un modelo antiguo de metal, el uso había hecho retroceder la capa de pintura hasta escasos centímetros en la base. Debía tener décadas. La sopesé, sin duda era maciza, la coloqué sobre la mesa. Me arrodillé para tener una perspectiva completa del interior de la caja fuerte, por si había pasado algo por alto, no había nada más. Busqué algún doble fondo, aquello era demencial, pasé la mano con cuidado y nada. Cerré la caja de un portazo.

Me senté de nuevo, releí la carta de mi padre, “siempre te he querido”. ¿Cómo podía ser tan hipócrita? – ¡Tú la abandonaste!, ¡nos abandonaste a los dos! Tu sed de poder era lo primero, ¿Quién acompañaba a mamá a comprar a esas tiendas tan pijas?, no te importábamos nada, ¡nada!- Me desplomé sobre la mesa, lágrimas de rabia corrían por mi rostro.

Tardé un rato en recomponerme, cogí el informe de Pedro y empecé a leer para evadirme de aquellos sentimientos, no tardé en encontrarlos demasiado herméticos para los profanos. Cogí la grapadora y empecé disparar grapas al aire, cada vez que miraba la carta me daban ganas de golpear algo con fuerza. Descargué mi rabia con el informe, separé unas cuantas hojas y las grapé de un porrazo desmesurado, cogí un montón un poco más grueso y repetí la operación con más fuerza, la grapadora fallo. Quité unas pocas hojas y aticé de nuevo. Volvió a fallar. Miré las fórmulas impresas en las hojas, era algo que había dado en clase y de casualidad recordaba. Repasé los cálculos y vi un error. Una idea demencial cruzó mi mente. Separé la hoja con el error y volví a grapar. Perfecto. Una voz en mi interior dijo: - ¿Por qué sino iba a guardar una grapadora en una caja fuerte como esa?-, metí la hoja con el fallo de cálculo en la grapadora, la accioné con cuidado, la primera grapa no ancló, las cuarenta siguientes tampoco.

Con un bolígrafo corregí el error, tachando un par de números y poniendo el valor correcto al final de la ecuación, volví a grapar. A la primera. No contento con esto, me lancé a la piscina, “prepárenme la habitación  en el manicomio, si puede ser con vistas a la playa por favor”, escribí en un papel: (Esta grapadora sólo grapa la verdad) grapé la hoja y se grapó, casualidad seguro, veinte grapas más y no falló. Escribí (2+2=5), y las grapas no salían o se les torcían las patas, durante veinte minutos estuve probando, tuve que abrir varios paquetes nuevos de grapas y acabé empleando la maza porque la mano me dolía horrores. Taché la incongruencia matemática y con auténtico pavor del resultado accioné la grapadora….funcionó.  No supe cómo reaccionar, empecé a reír como un loco, llamaron a la puerta. Pedro entró sin esperar mi permiso.- ¿Va todo bien? – Preguntó preocupado. -¡Claro que va todo bien! - Contesté con una voz de demente, - ¿Por qué no va  a  ir todo bien?, a partir de ahora TODO irá bien. – Siempre que pase por este cacharro, pensé. – Estupendo, porque necesito ese informe lo antes posible, no es cosa de broma. – Dijo algo desafiante. – Dame un momento, enseguida termino. Hay un par de errores, ahora te los comento. - Decirle a un físico diplomado,  que me sacaba diez años por lo menos, que había descubierto fallos en su trabajo me sentó de maravilla.  El rostro de Pedro se tiñó de rojo. – ¿Un par de errores? –Preguntó enojado. - Sí, ¿ves? – Se acercó a la hoja acribillada por pequeños agujeros por los bordes. – Vaya, parece que te has ensañado, tu padre también tenía esa manía de graparlo todo mil veces. Si quieres me lo llevo ahora y corrijo esta parte mientras tu revisas el resto. - Dijo, ahora más humilde. – Está bien.- Contesté. Estaba en la puerta cuando se volvió y me dijo: -Por cierto, ha venido tu madre, ¿la hago pasar?- Me quedé de una pieza. Noté cómo saboreaba mi reacción con deleite. No quise darle ese gusto. – Claro, que pase, que pase.- Reaccioné.

Guardé la grapadora en el cajón y barrí las grapas con el brazo. Crucé los brazos esperando a la mujer que un día llamé madre y hacía diez años que no veía. No reconocí a la persona que cruzaba el umbral de la puerta con confianza, como quién conoce el terreno que pisa. Por su aspecto no podría tener más de treinta años, pero yo sabía que pasaba los cuarenta y cinco. Una larga melena rubia enmarcaba una cara fina y delicada, delataba una habitual consumidora de cosméticos anti-edad, las manos cruzadas sobre el regazo, daba la impresión que lo más pesado que habían agarrado nunca, eran los bolígrafos de los restaurantes para firmar la cuenta. – Martín, ¿cómo estás? - Preguntó. Intenté poner un tono frío y neutro, - Bien, las cosas han marchado bien sin ti mamá.- Dije. -Te he echado mucho de menos hijo. Tu padre no me dejó alternativa, tú sabes que es cierto.- Hizo una pausa, sacó un pañuelo y se secó las lágrimas. -Decía que se pasaba el día en el trabajo y estaba con esas putas. Ya no podía sopórtalo más. He venido porque quiero que volvamos a ser una familia. – Me tragué el nudo que tenía en la garganta y pregunté: -¿Por qué no viniste al funeral mamá?, allí me podrías haber visto si tanto te importo ahora.- Arranqué la última hoja del informe de Carlos, que apenas tenía unas anotaciones y empecé a escribir mientras ella hablaba.  -No quería verle hijo, ni siquiera muerto. Yo gastaba su fortuna para reclamar su atención y te llevaba conmigo para que vieses lo mucho que te quería tu padre, por pasarse el día trabajando y poder pagar nuestros caprichos, ¡yo te protegí de la verdad!- Se acercó a mí y me dio un abrazo empapándome en lágrimas. Yo Llevaba rato trascribiendo su discurso. La separé con cuidado, abrí el cajón y saqué la grapadora. Se la quedó mirando extrañada, no conocía de lo que era capaz. Mirándola a los ojos grapé la hoja en la que había escrito su testimonio del por qué nos abandonó.

No tuve que comprobarlo, por el sonido supe que todo o parte de lo que me había dicho era mentira, eso y los años de desapego por su parte me bastaron. - ¿Sabes? Eso que has dicho… no me da buena espina.- Dije antes de perder la calma.

– ¡¡¡Fuera de aquí!!! ¡¡¡No quiero volver a verte nunca, ¿me has entendido?!!!- Me miró espantada, por su gesto supe que le acababa de partir el alma en dos. La arrastré hasta la puerta cogiéndola del brazo. - ¡Largo! ¡Y no vuelvas! – Le seguí clavando toda la rabia de mi mirada hasta que abandonó las oficinas. Los ingenieros presenciaron la escena atónitos. Volví a mi despacho y releí la carta de mi padre, completamente grapada por los bordes.  Siempre te he querido”.  Cuando entró Carlos me encontró llorando. – Perdona, ¿es mal momento? si quieres vuelvo luego.- Preguntó comprensivo. -No, tranquilo, ¿qué pasa? – Sí mira, es que en la última página de mi informe hay una errata. Vaya, has escrito encima... ¿Ves? justo aquí.     

sábado, 21 de abril de 2012

Microrelato: Despertar


Los dígitos del despertador se le antojaban ojos que le observaban en la oscuridad, todavía no tenía muy claro si con gesto de burla o de temor, ante las posibles represalias por ponerse a sonar sabiéndole despierto, cinco minutos antes de las siete. Alzó el brazo con el puño preparado para destrozar el pequeño artilugio electrónico, consiguió contenerse en el último momento.  Anuló la alarma y dándole unos golpecitos dijo: – Por hoy te has librado, mañana Dios dirá.- Se sentó en la cama, se sentía más cansado que cuando se acostó. Aunque ésa no era la palabra que definía su estado de ánimo. - ¿Vencido tal vez?, fracasado por supuesto, humillado, engañado, traicionado.  Derrotado. Sí, tan derrotado como me sentí ayer y antes de ayer.-

Cinco años habían pasado desde que la empresa hizo el ERE con el pretexto de pérdidas. Treinta años dejándose la piel y así se lo habían pagado. ¿Pagado?, ni siquiera eso, aún no había visto un céntimo ni del fondo de garantías.

Cincuenta y cinco años y en el paro. En las pocas entrevistas que había hecho, le habían plantado delante unos requisitos tan disparatados, que se quedaba atónito cuando le decían que el sueldo sería de unos novecientos euros. Claro que al final siempre le acababa llamando una jovencita para comunicarle que: “su perfil no se adaptaba al puesto”. O sea que no querían a un maldito viejo.

Se levantó y fregó los pocos platos sucios de la cena mientras preparaba café. – Por lo menos he dejado el tabaco.- Pensó – He tenido que dejar tantas cosas, el tabaco, el mercedes y a Mercedes. - Su mujer lo había abandonado  cuando dejó de entrar dinero en casa. Ni siquiera se molestó en fingir la excusa de un amante. – Te dejo, ya he malgastado demasiado tiempo de mi vida contigo.- Rememoró las palabras de su exmujer. – Cierto, fue ella quien me abandonó.-  

Se apoyó en mármol de la cocina, con las manos aun mojadas. Al sentir la primera lágrima correr por su mejilla se obligó a vaciar su mente de aquellos pensamientos, siguió fregando. – Eso es, mantén la mente ocupada, cuando termines con la cocina te haces el baño que ya le toca.- Dijo. La expresión le hizo recordar a Daniel, su ex jefe. – Cuando termines de dibujar los esquemas limpia la mesa, que ya le toca.- Le decía cada viernes por la tarde, y cada lunes la mesa estaba igual o peor que la semana anterior. - Bendito cabrón, que suerte tuviste de palmarla, y que a gusto te quedaste cuando le partiste los morros al gerente.- Una idea cruzó su mente, desvió la vista y encontró lo que estaba buscando, casi sin darse cuenta de lo que estaba pensando. Los antidepresivos, junto a la botella de whisky, se los quedó mirando mientras asimilaba el pensamiento suicida  que acababa tener. – ¿Y porqué no? Total, ya no queda nada por luchar, nos lo pueden quitar todo, ¡nos lo están quitando todo!, nos ponen un Barça Madrid y nos olvidamos del 15 M y todo lo que representa. ¡A la mierda con todo! – Dijo. Cuando ya tenía la botella en la mano, oyó un ruido, la cafetera. Se la quedó mirando, dejó la botella en el mármol y apagó el fuego. – ¡Joder!, si todavía no he tomado ni café.- El aroma a café recién hecho le templó lo suficiente los ánimos como para tomarse un receso y ver las noticias. Se sirvió una taza y puso la televisión.

Después de veinte minutos de desfalcos, ERES, viajes del monarca a cazar elefantes y en general crisis, “perdón CRISIS ”, apagó la televisión. Echó un último vistazo al comedor, no era capaz de evocar ningún recuerdo de aquella sala que le hiciera dar marcha atrás en sus planes. En una estantería se encontró con un viejo álbum familiar escondido bajo un fajo de revistas de su exmujer.

Lo desenterró de la avalancha de páginas de moda e interiorismo y lo abrió. Se dio cuenta que estaba al revés demasiado tarde, varias fotos cayeron a sus pies. Se arrodilló y cogió una al azar. Era una foto en blanco y negro, tan vieja y quebradiza como hoja otoñal. En ella se veía a un hombre de rasgos duros como la piedra, vestía pantalones de pana y un chaleco de borrego. Posaba ante la cámara empuñando una especie de escopeta, apoyándola en el muslo, como si fuese un cazador, pero sin la presa abatida bajo la bota. Su mirada le llamó la atención, las décadas de encierro en aquel álbum no habían conseguido robarle la determinación. Con solo mirarlo sintió cómo una brizna de esperanza luchaba por abrirse paso en su pecho. Le dio la vuelta, incapaz de enfrentarse un segundo más a ése rostro que parecía gritarle. – ¡Tú eres capaz de lo que sea! – Había algo escrito en el reverso: Valeriano Porras Montero Revolucionario 1868. Su abuelo.

Él no tenía un trabuco, pero nunca se le dio mal escribir, se sirvió una segunda taza de café y empezó un blog. -La revolución continúa.-


Microrelato: La maleta de Andrea




- Con ésta van tres veces que deshago la maleta, pero es que en ésta no me cabe nada.  Mejor cojo la grande. El neceser, secador de pelo, las cartas de amor para los vampiros… A ver ¿Qué más? ¡Las zapatillas! ¡Por supuesto! no quiero que mis bonitos pies estén expuestos a Dios sabe qué hongos, tendría que buscarme un novio micólogo... Ahora que lo pienso, los zapatos rojos me quedarían divinos con el vestido negro, son tan bonitos. – Saca los zapatos y se los intenta calzar, pero le vienen pequeños. – Maldita sea, ¿tanto tiempo hace que no me los pongo? ¿Y desde cuando engordan los pies? Recuerdo cuando Juan me los regaló, era tan detallista. Fue decirle que me gustaba el color rojo y dos de cada tres días me traía algo  de ése color. Un bolso, rosas, lápiz de labios... Por cierto, ¿Lo he puesto en el neceser? Madre mía, que desastre... No acostumbro a pintarme los labios, pero nunca se sabe. – Mete el pintalabios en la maleta y se topa con un pañuelo para el cuello. – ¿Me estaré quedando corta con la ropa de abrigo? ¿Qué tiempo hará? No se, mejor me llevo algo más. Y el paraguas claro,  con un poco de suerte a lo mejor  tengo ocasión de compartirlo con alguien. Sí, eso es. Juntitos los dos bajo una suave lluvia primaveral, notando el calor del otro, rozándonos como sin querer. Sería tan romántico. – Se queda unos instantes con la mirada perdida, sujetando el paraguas,  imaginando a su compañero en aquel paseo bajo la lluvia, casi le parece sentir la humedad y el olor a tierra mojada. Un leve repicar la saca de su ensueño.

 – Andrea, ¿cómo tienes la maleta?- Le pregunta un rostro amable desde la puerta. Andrea no responde.

- Mañana sigues, es hora de acostarse. ¿Sabes ya dónde irás?- Andrea la mira como si no la viese. 

-Bueno, si ésta noche te acuerdas se lo dices mañana al doctor. Venga vamos a ponerte tu pijama favorito.- 

La enfermera tiene que pedir ayuda al celador para quitarle el paraguas a Andrea y poder ponerle la camisa de fuerza.


martes, 17 de abril de 2012

Monólogo: Test teórico


Sacarse el carnet de conducir, primero la teórica. Están los que estudian, se pasan semanas y semanas rellenando test hasta que se saben de memoria hasta las matrículas que salen en las fotos y claro, cuando llega la hora de la verdad les entra el miedo escénico y suspenden. Éste no es uno de ésos casos…
1: Si, de noche, circula Ud. por una vía insuficientemente iluminada a más de 40 kilómetros por hora, ¿está obligado a llevar encendida la luz de gálibo en su vehículo?

- ¿¡La luz de quién!? Eso de Gálibo me suena a nombre del personaje del señor de los anillos, bueno-  pasa a la siguiente.-
2: En las autopistas y autovías, ¿se debe circular normalmente por el carril derecho?
- Que tontería, cuando me saque el carnet voy a poner mi Ibiza a 200 por lo menos.

3: ¿Qué alumbrado llevará encendido una motocicleta durante el día?
- El que ha hecho éste test es un poco cazurro, si es de día ¿paqué va a tener los faros enchegaos? El alumbrao del móbil como mucho si está enviando un whassap, ¡no te digo! A mí me van a pillar con preguntas trampas de éstas…-

4. ¿Dónde está permitido que viaje un niño que no alcance los 135 centímetros de estatura?

-¡Qué! ¿Una mierda niño en mi Ibiza?, que viaje con su puñetera madre. O en el autobús del cole. ¿Y si le da por vomitar? ¿Quién lo limpia?, ¿¡el menda!? De eso nada.-
5. ¿Cuál es la tasa de alcohol máxima permitida a un conductor novel?

a) 0,25 miligramos de alcohol por litro de aire espirado.
b) 0,3 miligramos de alcohol por litro de aire espirado.
c) 0,15 miligramos de alcohol por litro de aire espirado.
- Yami que narices mesplicas lo que puede beber un premio novel, ¿pero esto qué es lo que es?-


6. ¿Está permitida la circulación de animales por una carretera convencional?

-Poj claro, mi madre siempre me obliga llevar a su perro amarrao en brazos mientras saca la chola por la ventana, no vaya a ser que se le escape como el rocky, pos no lo paso mal la pobre…-




7. Un cuadriciclo ligero, ¿se considera un vehículo de motor?

-Si es ligero no puede llevar motor, es de lógica, digo yo.-
8 Es considerado vehículo especial...
a) El tractor agrícola.
b) El quad.
c) Las dos respuestas anteriores son correctas.
- Hombre, si es como el quad de mi primo que se lo ha maqueao guay, digo yo que sí.-
                                               FIN

PD: Lo triste es que tarde o temprano aprobará. Mil perdones a los que tengan un Ibiza...

lunes, 16 de abril de 2012

Microrelato: Kuala Lu



El chamán abría la marcha hacia el jardín secreto, de su boca salían sonidos guturales intercalados con unos “chak chak” de lo más graciosos, aunque parecía hablar muy  en serio. El intérprete de aquel lenguaje, todavía sin catalogar, no encontraba palabras en nuestro limitado idioma para plasmar la realidad que me estaba describiendo, se quedó mirando mis botas y dijo:

-Dice que es tierra sagrada, que se descalce.- El chamán me golpeó en los pies, airado por la profanación de aquella capa de musgo. Al cabo de unos pasos tenía los pies llenos de cortes.

- Kuala Lu bendijo ésta tierra con sus lágrimas, y gracias a ellas nacieron las Bulas, las madres de todas las plantas.- La vegetación que nos rodeaba se cernía sobre nosotros, saludaba al chamán,  éste les devolvió el gesto y siguió su narración, sin saber cómo ya no necesitaba intérprete para entenderle. -Kuala Lu lloró por ver la tierra marrón y sin vida, por eso creó las Bulas. Y aquel que no respeta a las Bulas perece bajo su poder, dime hombre de ciudad, ¿respetáis vosotros a Kuala Lu?- Caí al suelo, pude reconocer siete clases de plantas altamente venenosas y alucinógenas antes de desmayarme.    

Microrelato: ¿Unas rayitas?


Estoy nervioso, me tiemblan las manos, es mi primera vez, mi primera raya. Será la primera de muchas otras, muchísimas, lo sé. Y el modelito que llevo ésta noche, cómo canta,  ¿qué diría mi padre?: – No te eduqué para eso.- O algo parecido. Pero bueno que más da, además de noche todos los gatos son pardos. Y con el parpadeo de esas luces cegadoras nadie se fija. Otra más, menudo subidón, hacía tiempo que no me sentía así de bien, vuelvo a ser dueño de mi destino, de mí mismo. No sé cuánto tiempo ha pasado, pero toca otra. Ahora me gustaría tener delante a mi suegra, se iba a enterar, la iba a poner en su sitio. Diciendo siempre que nunca llegaría a ser nadie. Veo a una chati que está tremenda, le grito: ¡Guapa!, le diría algo más pero toca otra raya.

-¡Eh chaval!, no crees que deberías bajar un poco el ritmo. A este paso te vas a quedar sin pintura, y queda mucha carretera que pintar.- Dice el compañero de mantenimiento de autovías, se gira al conductor y le dice. – ¡Da gusto ver a un chaval con ganas de trabajar y no como otros que se pasan la noche metiéndose rayas! -

domingo, 15 de abril de 2012

Monólogo: El guarro


Tengo un amigo que vive sólo.  El tío tiene unos problemas terribles para encontrar asistenta.

La última, al ver la cantidad de ropa que tenía por planchar,  le pidió un plus de peligrosidad. No tenía una montaña de ropa por planchar no… ¡¡tenía toda una cordillera!!, vamos ni los Alpes Suizos. No necesita una asistenta para planchar.  ¡Necesita al último superviviente!

La verdad que no me extraña, estaba en su cocina el otro día y al intentar coger una sartén para fregarla, por poco me disloco el hombro al despegarla del mármol. Y va y me pregunta.- ¿Qué haces?- Le digo que poner el lavavajillas, me dice que mejor que no. Al parecer la última vez que lo abrió, apestaba de tal manera que un vecino llamó a la policía denunciando que había un cadáver.  

De vez en cuando voy a su casa e intento echarle una mano, le pedí la escoba, me dijo que no tenía.  Se ve que le dio un arrebato un día, intentó barrer por debajo de las camas y una araña se la quitó. –Bueno-, le dije, -Pues cómprate otra, y ya de paso cambia la mopa gris hecha unos zorros que tienes ahí sin mango.- Me contestó que no, que eso era su perro.

¡Y los papeles! Tiene toda la casa llena de papeles sin clasificar. Se puso a ordenar el correo por fechas y tuvo que mandar las cartas a un laboratorio, para que le hicieran la prueba del carbono 14.

También tiene un jardincito, algo descuidado. Le sugerí que contratara a un jardinero, dice que ya lo tiene, pero que hace meses que le perdió el rastro entre los geranios.

Cómo no veía en qué podía ayudarle me dio por sentarme en el sofá, el caso es que tenía una funda, la quité, salí al balcón y le di unos golpecitos. ¿Recuerdan ese día que hizo tanta niebla?

No se puede decir que le vaya mal en la vida, no se piensen. De vez en cuando el ejército le alquila la habitación de la plancha para hacer maniobras de supervivencia. Y unos científicos le pagan una pasta por investigar en la cocina, se ve que han catalogado varias especies nuevas de cucarachas y otros bichos. 

Y la última vez que desatascó los pelos del desagüe, los secó, los vendió a una peluquería y se compró un porche….

sábado, 14 de abril de 2012

Relato: La canguro

Con 15 años recién cumplidos, a Marta se le empezaba a quedar corta la paga semanal. Su madre se las ingeniaba para mantener ella sola a cuatro hijos, Marta notaba un nudo en la garganta cada vez que le daba los 20 euros para “sus caprichitos”. Mientras su madre se pasaba doce horas en el bar, ella se encargaba de que sus tres hermanos menores hiciesen los deberes, se comieran la lechuga y no se pasaran todo el día delante de la tele.

Un día se dirigía a la escuela seguida de cerca por los tres pequeños, que iban tranquilos y silenciosos gracias a un ingenio que se le había ocurrido para mantenerlos controlados, el ingenio no era otra cosa que un cordel, les había explicado que mientras agarraran fuerte el cordel y estuviesen callados, ningún monstruo les podría ver. – ¡Oye, perdona!- Le gritó una completa desconocida, Marta se giró y vio a una joven madre, que luchaba con una criatura para que estuviese quietecita,  se le acercó y le preguntó por sus honorarios: - ¿No son tus hijos, no? Eres muy joven.- dijo la extraña, que apenas conseguía agarrar la mano de la  criatura, decidida a cruzar la calle sin importarle el abundante tráfico y la ausencia de un paso de peatones.

-Son mis hermanos- Dijo Marta, se agachó. -¿Y cómo se llama esta niña tan bonita?- Interrogó a la pequeña que se había refugiado tras las piernas de su madre. Quizá por el alago, la criatura abandonó parcialmente su refugio y mordiéndose el dedo consiguió pronunciar: -Elena.- Tenía unos ojos azules preciosos.

-¿Eres buena chica Elena?- Preguntó de nuevo Marta, pero antes de que pudiese responder su madre se le adelantó.

- Es un monstruo.- Fue decir esto y los hermanos de Marta se agarraron aún más fuerte al cordel. – Me da igual si no acostumbras a hacer de canguro, ¿este fin de semana lo tienes libre? Te pagaré 15 euros por hora. Es mi aniversario y necesito un respiro de este incordio,  pareces una persona decente. – La niña se mordió el labio, estaba a punto de llorar. Sin pensarlo dos veces Marta cogió la barbilla de la niña y dijo: - Pues claro que pasaré unas horas con ésta adorable niña.- Una tímida sonrisa afloró en los labios de la pequeña. Anotó su número de teléfono en un papel y quedaron para ese mismo sábado. Lo que en un principio iban a ser un par de horas, se alargaron hasta cinco. El domingo siguiente Marta le dio 50 euros a su madre y le dijo que a partir de ahora no necesitaría semanada.

 Imprimió varias hojas con su número de teléfono y las colgó en las farolas de los barrios más exclusivos de la ciudad, ya que iba a vender su tiempo pensó, debía ofrecerlo al mejor postor. Pasaron un par de semanas y no recibió ninguna llamada. Hasta que un jueves, cuando estaba a punto de pedir dinero prestado a su madre, para pagar la factura del móvil, éste sonó, era un número oculto. – ¿Es la canguro?- Preguntó una voz femenina con acento extranjero. – Sí, yo misma.-Respondió Marta. – Verá, soy la señora Malone, éste sábado a mi marido y a mí nos gustaría tener una velada sin el pequeño, ¿estaría disponible?- Marta notó a través del teléfono la desesperación mal disimulada de su interlocutora. – Este fin de semana lo tengo completo.- Mintió. – Estamos dispuestos a triplicar su tarifa habitual querida y sería una noche completa. – Se tomó unos segundos para hacer los cálculos, consiguió mantener un tono neutro de jugador de póquer. – Está bien, dígame la dirección y cuándo quiere que vaya.- Colgó el teléfono y dio un grito de puro júbilo. 

Ese sábado, salió una hora antes para llegar a la dirección indicada, tenía pensado tomar el autobús y después dar un paseo y admirar los fabulosos jardines de las mansiones de la zona alta de la ciudad. Cuando cruzó el umbral de la puerta se encontró con un mercedes negro y un tipo vestido de chófer. Se acercó a ella.- ¿La señorita Marta?- Perpleja respondió: -Sí, yo misma.- -Vengo a llevarla a casa de los Malone.- Dijo el chófer mientras abría la puerta trasera del vehículo. – ¿Va en serio?- Preguntó Marta. El chófer la invitó a entrar con un gentil gesto y una pequeña reverencia. Se acomodó en la espléndida tapicería, lo que eran capaces de gastar algunos por pasar una noche sin sus hijos.  Y con ese pensamiento se quedó dormida.

Media hora más tarde ya habían llegado, le despertó una voz de lo más desagradable: - ¡No ha puesto el intermitente!- No le dio tiempo a ver de dónde provenía. Giraron a la izquierda por un camino particular, custodiado por grandes árboles, después cruzaron por unas grandes puertas metálicas que se abrieron automáticamente.  Aunque era de noche pudo ver la maravillosa villa en donde la había llevado el chófer. Los jardines llegaban hasta donde alcanzaba la vista, fuentes con estatuas de lo más variopintas, adornaban los caminos hacia varias isletas de flores, los olores  que emanaban la transportaron a lugares de ensueño en su imaginación. El chófer la acompañó hasta la entrada. Marta se quedó embobada ante aquella mansión, que parecía llevar allí desde el principio de los tiempos. La edificación tenía tres alturas, una estructura central y dos alas anexas. La mayoría estaba cubierta por enredaderas de ramas gruesas como piernas y espeso follaje. El interior debía ser de lo más tétrico, pensó. La entrada estaba flanqueada por varias columnas escrupulosamente talladas, admiraba Marta aquellas maravillas cuando una voz la devolvió a la realidad.

 – Tú debes ser Marta, la canguro.-  Una mujer de unos treinta años se aproximaba a ella, engalanada con un largo traje negro que ondeaba a cada paso que daba, si la mansión la había sorprendido por su intemporalidad, el rostro de aquella mujer la dejó hipnotizada. Era de una belleza delicada y aristocrática a la vez, un poco pálida quizá, pensaba Marta mientras la desconocida la agarró por los hombros y le besaba las mejillas con los labios más suaves que había sentido en su vida. - Soy la Sr Malone, llámame Molly.- Marta consiguió balbucear un – Encantada de conocerla.- 

La acompañó al recibidor cogiéndole de la mano como viejas amigas. Explicándole que hacía poco que se habían trasladado desde Nueva Orleans, de ahí su acento peculiar, no conocían a nadie y con el pequeño Tommy no habían tenido tiempo de hacer nuevas amistades. Marta escuchaba a medias, admirando el interior de aquella mansión que rivalizaba con las que había visto en la tele. Reinaba un ambiente oscuro pero acogedor, sólo iluminado por luces indirectas, según Marta insuficientes, para apreciar los detalles de los carísimos cachivaches que le dio tiempo a ver. Subieron las escaleras hasta la segunda planta, en las paredes había cuadros de retratos con cierto parecido a su anfitriona. -Son de mis antepasados.- Confirmó Molly, sin darle importancia. Marta se paró en uno que le pareció particularmente siniestro, le dio tiempo a ver la firma de uno de ellos. “Barón Malcom Malone 1305 DC.” Se quedó absorta en la contemplación de aquellos ojos que parecían observarla desde la pintura. – Querida, sígueme por favor. Tenemos un poco de prisa si quieres que te presente a Tommy.-  Marta se apresuró.

Molly se paró frente a una puerta al final del pasillo, abrió lentamente. El ambiente de la casa y lo surrealista de la situación le había hecho esperar a Marta algo muy diferente. Una habitación oscura con una cuna cubierta por una tela negra y un engendro diabólico en su interior, con cuernos y los ojos rojos o algo parecido. Nada más lejos de la realidad. Al entrar vio paredes decoradas con conejitos corriendo, tonos pastel y montones de peluches en todas partes. – ¿Cómo está mi ángel?- dijo Molly. En el suelo de la habitación un pequeño, de apenas tres años, jugaba con unos cubos y ponía a prueba su dureza intentando, sin éxito, masticarlos. Su madre lo levantó del suelo y lo puso frente a Marta. – Ésta es tu nueva niñera, se llama Marta.- El pequeño se la quedó mirando y al instante intentó zafarse del abrazo de su madre para ir con ella, con los brazos extendidos para coger su pelo. – Está bien, está bien. Podréis conoceros a fondo esta noche.- Dijo Molly. Marta se quedó un poco sorprendida, ¿acaso no se iba a pasar la noche durmiendo?, y mientras su madre depositaba al pequeño en la cuna preguntó. – ¿A qué hora debo acostarlo?-

-Verás querida, Tommy tiene el sueño cambiado, ayer me tuvo hasta las cinco leyéndole historias. Le encantan las de ése libro de ahí. – Dijo Molly, señalando un volumen gris de una estantería. – Mi pequeñín es muy inteligente, y muy despierto, ¿a que sí, a que sí? - Dijo esto mientras le hacía cosquillas al pequeño, éste se desternillaba y sonreía feliz.  - Te va a poner a prueba, por eso te elegimos Marta, por tu edad podrás aguantar hasta tarde sin bajar la guardia, no hay nada mejor que la sangre joven ¿verdad  Tommy?- Marta leyó entre líneas, que esperaban que cumpliese con su obligación de canguro a rajatabla. Estaba claro que se iba a ganar cada céntimo de esa noche.

– Pueden irse tranquilos, además trasnocho bastante los fines de semana, es cuando hago los deberes, entre semana no tengo tiempo. Y llevo años cuidando pequeños monstruitos.- Contestó Marta.   

Molly se giró, con una sonrisa llena de picardía en los labios y replicó. – Bueno, si estás acostumbrada a tratar con monstruos, no habrá ningún problema.- Lo dijo con un tono que puso la carne de gallina a Marta, pero la dulzura en la mirada de su interlocutora la hizo calmarse, lo suficiente al menos para parecer una profesional.  – Bien, creo que es todo, si necesitas algo pulsa el interruptor y el mayordomo te proporcionará cualquier cosa. ¿Has cenado?- Preguntó Molly.

-Sí, cené antes de venir. Soy una profesional.- Contestó Marta, algo ofendida. – No me cabe duda querida, bueno entonces yo me marcho.- Molly miró su reloj. – ¡Madre mía, que tarde es ya! Os dejo, cualquier cosa ya sabes, llama al servicio.- Dio un sonoro beso al pequeño y otro a Marta y se fue cerrando la  puerta tras de sí.

Libre ya de la absorbente presencia de su jefa, Marta se tomó su tiempo para reconocer la habitación. Era muy grande, pero estaba decorada con poco mobiliario. Una alfombra acolchada en una esquina, rodeada por una especie de cerca baja. La cuna, una mecedora de lo más cómoda, una estantería con unos pocos libros y un arcón. Lo abrió y pudo ver varios juguetes, espadas de plástico, coches y algo que parecía una capa. Y peluches, peluches para aburrir. El pequeño hizo un ruido, Marta se acercó a él y lo observó con más detenimiento. Los  mismos ojos de su madre la miraban ahora con gesto entre interrogador y curioso, un pelo rubio y rizado, realmente su madre tenía motivos para llamarle ángel, le faltaban las alas para hacer el paquete completo. 

-Hola Tommy, dime ¿qué quieres hacer? ¿Jugar con tu colección de peluches, con tus coches, quieres que te dé una lección de abecedario?- Para su sorpresa el pequeño parecía entenderla perfectamente, respondiendo a sus ofertas con un gesto negativo de la cabecita, algo espasmódico.- Entonces, ¿Qué te parece si te leo algo?- El pequeño sonrió y levantó los brazos para que le sacara de la cuna. – Vaya, que espabilado eres.- Lo sacó y lo dejó sobre la alfombra con cuidado.

- ¡Caray, cómo pesas!, veamos ese libro que dice tu madre que tanto te gusta.- Cogió el tomo gris de la estantería y leyó la portada. – Clásicos de terror para niños. – Debía ser una edición especial adaptada, pensó. Se sentó en el suelo junto al pequeño y al leer los títulos de  las historias se confirmaron sus sospechas. -¿Qué te parece la sirenita?, ¿El príncipe valiente?, ¿Caperucita roja?- El pequeño aplaudió como respuesta al último título.

-Bien, allá vamos.- Marta empezó a leer, había hecho lo mismo para entretener a sus tres hermanos y no se le daba nada mal. Parodiando las voces de los personajes y haciendo las pausas pertinentes para mantener la tensión y captar la atención de los pequeños. Después de una hora leyendo estaba llegando a la parte final de la historia, el lobo ya había engullido a la abuela y caperucita le estaba haciendo la rueda de preguntas por todos conocidas:

(-Abuelita, abuelita qué nariz más grande tienes.-)Leía Marta.

(– Es para olerte mejor.- Contestó el lobo imitando la voz de la abuela.)

(-Y qué boca tan grande tienes abuelita.- En ese momento el lobo se abalanzó sobre caperucita, agarrándola de las trenzas y tirando de su cuello para atrás hasta casi partirlo.) Marta no recordaba haber leído ninguna versión con tanto lujo de detalles, pero Tommy parecía disfrutar de lo lindo, no podía parar ahora, en pleno acto final. Marta retomó el drama, imprimiendo una sonora voz para el personaje del lobo malvado.

(-¡Es para comerte mejor!- Dijo el lobo mientras con sus afilados dientes degollaba la tierna carne de su presa. La sangre, todavía impulsada por el  corazón palpitante de caperucita, salió despedida de su garganta, tiñendo el cuarto de la abuela con una lluvia escarlata. Fin)

-Fin ¿cómo que fin?, la caperucita no acaba así, hay un leñador y…- Marta estaba alucinando. ¿Qué clase de monstruo había escrito aquella versión demoníaca de la caperucita? Pero lo mejor del caso es que el pequeño Tommy estaba encantado con aquel final. Mientras Marta leía había cogido un par de peluches, representando a los personajes del cuento, y en ese momento estaba repitiendo el acto que acababa de leer Marta, imitando los gruñidos del lobo.

Cerró el libro y buscó la editorial en la parte trasera en busca de algún tipo de explicación razonable, tal vez pretendían dar un mensaje aún más claro a los niños, pero aquello se le hacía inconcebible. El pequeño Tommy se le acercó y le arrebató el libro de las manos, hojeando le enseñó a Marta lo que estaba buscando, las ilustraciones. Tuvo que hacer acopio de todas sus fuerzas para mantenerse serena. Allí estaba con colores tan vivos que parecían salirse de la hoja, el lobo y su presa. La cabeza de caperucita caída hacia un lado, los ojos sin vida, los colmillos imposibles del lobo  y la sangre. Cerró el libro y lo arrojó al suelo con repugnancia. Tommy se la quedó mirando extrañado, recogió el libro y de nuevo se puso a hojear, se lo ofreció abierto por el cuento de Hansen y Gratel. Se dirigió al montón de peluches y sacó otro par, dispuesto a representar de nuevo la obra. Marta pasó las hojas hasta el final y leyó, esta vez para sí misma. (La carne de los niños, después de varias semanas de cebado a base de dulces, estaba exquisita, la bruja incapaz de comérselos ella sola decidió convocar un aquelarre para esa misma noche, en donde ofrecerían ofrendas al maligno y…). Que disparate, pensó.

-Mira Tommy, la tita Marta te contará ahora otro cuento, ¿de acuerdo?- El pequeño lanzó los peluches al montón y se la quedó mirando, le faltó decir, “¡más vale que me sorprendas!”. Marta se sintió algo acobardada por el éxito de su propuesta, no esperaba tanta expectación. Más aun cuando se dio cuenta de que no recordaba ningún cuento que no apareciese en el libro y que el pequeño no conociese. Repasando de nuevo la lista de títulos, encontró que faltaba uno. - Dime Tommy, ¿te han contado alguna vez la historia de Drácula?- Como respuesta obtuvo una leve inclinación de cabeza, el pequeño rebuscó entre sus peluches y le fue enseñando su colección por si acaso. Los tenía todos, por lo menos todos los malos conocidos, desde Freddy Cruguer hasta Darth Vader. Pero no tenía ningún Drácula.  

- Veo que no la conoces, bueno. Vamos allá.- Y empezó a relatarle el cuento de memoria.

 (Érase una vez en Londres, un joven abogado recibió el encargo de ir a visitar a un importante cliente en Transilvania….) Puesto que no estaba leyendo, Marta pudo ver el efecto de  sus palabras sobre el pequeño. Desde hacía rato estaba completamente ajeno a la historia, rebuscando en el cajón de sus juguetes. Solo mientras describía al conde, el pequeño prestó algo más de atención. Decidió hacer una prueba, teniendo en cuenta la clase de historias a la que el crío estaba acostumbrado, tal vez debería subir un poco el nivel a más de diez y ocho años. Estaba llegando a la parte en que unas vampiresas chupaban la sangre del protagonista.  

(Las cuatro sirvientas del demonio, rodearon aquel cuerpo indefenso tendido sobre la cama, arañando la débil carcasa de su piel con sus garras y colmillos afilados), Tommy empezó a perder interés en el cajón de juguetes y volvió a prestar atención. Marta se dio por vencida y siguió en ese tono.
Eran las dos de la noche pasadas, empezaba a tener la boca seca después de varias horas leyendo y algo de hambre. Decidió hacer una pausa en la historia. - ¿Tienes hambre Tommy?- El pequeño asintió. – Pues vamos a ver si alguien nos puede traer algo para picar.- Dijo, pulsó el interruptor de llamada con cierto remordimiento por la hora. En menos de un minuto alguien golpeaba la puerta débilmente. Marta abrió y pegó un salto espantada. – ¿Ha llamado la señorita?- En el umbral de la puerta un personaje que rivalizaba con la descripción que acababa de hacer del mismísimo conde Drácula, algo más viejo y más encorvado, esperaba con gesto servicial. – Sí, he sido yo.- Respondió Marta tras reponerse del susto inicial, “es normal que tenga esas pintas si está siempre haciendo el turno de noche”, pensó. – Sería tan amable de traerme un vaso de agua, y algo para comer, cualquier cosa, un Frankfurt estaría bien. Y creo que a Tommy también le apetecería algo.- El pequeño respaldó la idea de Marta con un sonoro “ñam ñam”. – Por supuesto señorita.- El mayordomo se alejó sin hacer el más leve sonido, Marta habría jurado que levitaba sobre el suelo. Cerró la puerta con cuidado, se fregó las sienes con las manos y se dirigió a la ventana, para ver si el aire de la noche conseguía difuminar las disparatadas ideas que le asaltaban la mente, el pequeño Tommy jugaba de nuevo con sus peluches. Al descorrer las cortinas e intentar abrir la ventana, se encontró con que estaban bloqueadas y que los cristales estaban teñidos de negro. Alargaba la mano para tocar el cristal cuando oyó un leve repicar en la puerta. – Señorita, su refrigerio está servido.- Dijo una voz en el pasillo. “refrigerio, quién utiliza esa palabra hoy en día”. Abrió la puerta y ahí estaba, el aprendiz de Drácula con una mesita de desayuno entre las manos y algo que pretendía ser una sonrisa en el rostro.

– Gracias, déjelo ahí mismo, en el suelo.- La pinta y las maneras de aquel mayordomo le empezaban a hacer gracia a Marta, era un estereotipo tan perfecto. Se atrevió a preguntarle.- Disculpe, ¿Me podría decir por qué las ventanas están pintadas de negro?- El mayordomo pareció algo turbado, desviando la mirada hacia Tommy contestó. - Al señorito no le sienta bien la luz del sol. - Marta adivinó ternura en los ojos de aquel anciano encorvado, realmente le estaba empezando a caer hasta simpático. – Vaya, conque fotosensible, ahora me dirá que usted se llama Ígor, ¿no? –, dijo Marta burlona. El rostro del anciano se volvió ofendido hacia Marta, replicó.- Mi nombre es Francisco Torres, para servirla. Y ahora si me disculpa, les dejo, aún tengo mucho que hacer antes de que vengan los señores.- Cerró la puerta y se fue.

Algo turbada por la reacción del mayordomo y enojada consigo misma por su falta de tacto, Marta abrió la puerta para pedirle disculpas, pero cuando salió al pasillo ya no estaba. Entró de nuevo en la habitación y vio que Tommy no la había esperado para comer. Estaba dando buena cuenta de un biberón cubierto con un paño térmico para que no se enfriara, supuso. En la mesita, un espléndido ejemplar de Frankfurt la aguardaba a ella, con sus correspondientes botellas de Mostaza y Kétchup para aderezar. Las experiencias de las últimas horas la habían hecho consumir más energía de la normal, apenas si bebió algo de agua mientras devoraba su Frankfurt, estaba delicioso. Mientras se chupaba los dedos, y barajaba la posibilidad de llamar de nuevo al señor Francisco, Alias conde Drácula, para pedir otro bocado. Tommy se le reveló, empezando a chillar algo parecido a “ácula, ácula”. – Está bien, está bien, ahora sigo.- Dió un largo trago de agua, y reanudó la historia, esta vez sin censura ninguna. Estaba claro que a éste niño ya no lo asustaba ningún engendro de novela. Al no tener que pensar en alternativas adecuadas a un niño de la edad de Tommy, el relato fue mucho más veraz y el pequeño estaba fascinado con la cantidad de vísceras que Marta, no se cortaba un pelo en describir minuciosamente.  

Estaban llegando al final, Marta se había puesto la capa, que le llegaba a media espalda, para dar más realismo a la escena. No se limitaba a contar la historia, estaba de pié imitando la lucha final entre Drácula y Van helsing.

(La yugular de Van helsing estaba a punto de ser degollada por el conde cuando, en el último momento, Mina le apuñaló el corazón por la espalda, dando fin a la pesadilla de ambos y liberando su alma de aquel mal que le tenía prisionero). Marta se tiró dramáticamente al suelo boca abajo, representando la muerte de Drácula, cerró los ojos e imitó una última exhalación que pretendía reflejar el alivio del alma del conde. Los berridos de Tommy fueron instantáneos. – Cariño, no llores, es un final feliz, es como deben ser los finales. – ¡Mina y su esposo vivieron felices y comieron perdices!, ¡Drácula es el malo, tiene que morir!- Ese comentario pareció avivar más el llanto del pequeño. – Vale, vale. Ya pasó.- Marta le cogió en brazos y se calmó un poco. - Espera ¿quieres?, me parece que puedo pensar otro final, pero me tendrás que ayudar, ¿de acuerdo?, ahora tú llevarás la capa.- Tommy la miró intrigado.

-Los señores han cenado.- Preguntó el mayordomo. – Sí Francisco, los señores han cenado, como hacía años que no lo hacían he de añadir.- Era el Sr Malone quién hablaba, parecía de lo más satisfecho. -¿Qué tal las cosas por aquí?- Preguntó Molly con cierta preocupación en la voz. –Sin novedad señora.- Dijo mientras colgaba el abrigo en el guardarropa. De repente, un grito atroz rompió la quietud de aquella escena. Subieron corriendo las escaleras que conducían a la segunda planta y la habitación de su hijo. Por el camino, él tuvo tiempo de recriminarle a su esposa.- Te dije que pasaría algo así, teníamos que haber contado con uno de los nuestros.-

Cuando llegaron no se oía nada tras la puerta, abrieron y se encontraron con el pequeño Tommy inclinado sobre el cuerpo inerte de Marta, el cuello cubierto de sangre. – ¡Pero no es posible!, ¡Todavía no le han crecido los colmillos!- Dijo Molly. - Te advertí que algo así podía pasar, a mí me salieron de la noche a la mañana.- No había acabado de decir esto el Sr Malone cuando Tommy se levantó, aun con la boca cubierta de sangre y se fue directo a abrazar a sus padres.  

- Pobre chica. Bueno, por lo menos la canguro nos va a salir gratis.- Dijo Molly.

- ¡¿Cómo que gratis?! - Dijo Marta, levantándose y limpiándose el Kétchup del cuello con un pañuelo. Los Malone saltaron al unísono. - Menuda noche hemos pasado, ¿a que sí Tommy?- El pequeño asintió con la cabeza, enseñando sus encías desnudas cubiertas de Kétchup. -Además hemos representado un final alternativo de Drácula, más acorde a digamos, sus tradiciones.- Tommy corría por la habitación gritando “¡ácula, ácula!” ondeando su capa.

El mayordomo llegó en ese momento, respirando forzadamente. – ¿Va todo bien?- Preguntó.

-Estupendamente Francisco. Haga el favor de avisar al chófer, la señorita ha terminado su trabajo por esta noche.- Dijo Molly.

Notando el frío tono de su anfitriona, Marta recogió su bolso y se arrodilló junto  a Tommy.

– Lo he pasado muy bien ésta noche chiquitín. Espero que algún día te conviertas en un vampiro tan terrible como el de las historias que tanto te gustan.- Dijo Marta. Tommy se colgó de su cuello, gritando “¡¡¡¡Ámpiro, aaaah!!!, y mordió de broma su cuello sin causarle mas que unas terribles cosquillas. – Te echaré de menos.-

Estaba en la puerta de la mansión esperando el mercedes que la llevara a casa, cuando apareció Molly a su lado, o más bien se materializó como por arte de magia. – Marta, no hemos arreglado el asunto del dinero.- Dijo. Le tendió un fajo de billetes de veinte. – Quédate con el cambio. Y Marta, el próximo fin de semana es nuestro aniversario de bodas, que te parecería si…- Insinuó.

-Estaría encantada de...-Empezó a decir Marta, pero antes de poder terminar Molly la interrumpió. -Lo siento querida, debo irme, el lunes te llamo.- Y desapareció.

Marta fijó su mirada en el horizonte, estaba amaneciendo.
















Microrelato: El mismo destino

-Ya quedamos muy pocas. Hay un vínculo especial entre nosotras, ésta oscuridad y el confinamiento en un espacio que apenas nos permite movernos, es algo que une más que cualquier cosa. No recuerdo cómo fue, ocurrió de repente, en medio de la noche. Se llevaron a la primera de nosotras y unos segundos después antes de poder narrarnos los horrores que estaba viendo, se llevaron a la siguiente. Fue terrible, dicen que la sumergieron en un líquido casi hirviendo, intentó aferrarse a la vida, pero acabó ahogándose. Después vino la oscuridad.-

-No veo nada, y no puedo moverme. Ahora sólo quedamos dos, le pregunto a mi compañera de encierro cómo se llama, para intentar tranquilizarla. Dice que María, mi madre también se llamaba así, le contesto. Le digo que no se preocupe, que estaremos juntas hasta el final, pero son promesas huecas, tal vez así consiga mantener la poca cordura que me queda. Cuando creía que la había hecho salir del abismo, rompe de nuevo en sollozos, me dice que a la última la hicieron pedazos y se la repartieron como salvajes. Le digo que no se preocupe, que a nosotras no nos pasará, pero me equivoco...-

-Una luz cegadora, y ahí está, nuestro verdugo, en una cosa acerté, compartiremos el mismo destino, pues nos han cogido a las dos. -


-¡Andrés, cómete las galletas de una en una o te atragantarás!-


Microrelato: A paseo

Sentado en la mecedora del porche, el anciano explicaba a su nieto. – Pasear es muy bueno ¿sabes?, pero como todo, tiene su secreto. Mientras lo haces, intenta escuchar el sonido de lo que te rodea. Si prestas la suficiente atención y te tomas tu tiempo, aprenderás por el trinar de los pájaros si va a llover y el aullido del viento te prevendrá de noches frías. Incluso el silencio significa algo. Por estos caminos paseaba con tu abuela, cogidos de la mano recorríamos el bosque. Ella no paraba de parlotear, en más de una ocasión, estuve a punto de partirme la crisma por prestarle más atención a ella que a lo que tenía delante, así de enamorado me tenía. Ella supo ver en mi silencio, la pasión que me provocaba ya de mozos. – El nieto atendía atento mientras el anciano, con la mirada perdida en un pasado como siempre mejor, retomaba el hilo.
-Y no vayas con prisa, que las prisas no son buenas. El lugar al que tengas que ir no se va a mover, y la gente que te espere, si de verdad te quieren te esperarán el tiempo que haga falta.- El nieto preguntó ansioso.
-¿Podemos ir a pasear y me enseñas cómo se hace?-

-Ahora no puedo, tu abuela me espera, pero te prometo que algún día te enseñaré.- Contestó. El nieto saltó de la mecedora y fue corriendo a la cocina, gritando contento. – ¡Mamá! ¡El abuelo ha dicho que me va a enseñar a pasear!- La madre dejó lo que estaba haciendo,  cogió al pequeño en brazos y dijo:
- El abuelo está en el hospital muy malito, esta tarde iremos a verle, pero no creo que tenga fuerzas para ir a pasear.-     

Microrelato: Migas y cabezones


La calle está llena de demonios, persiguen a la gente y les pinchan con lanzas ardiendo. Me escondo asustado tras las piernas de mamá. Apenas cierro los ojos un estruendo quiebra el cielo, alguien está disparando  contra las estrellas, debe ser cosa de los demonios. Pero no los veo, tal vez el ruido les haya espantado. Verdes, azules, amarillos, los colores tiñen la oscuridad de la noche, ahora que lo pienso, probablemente serán planetas que explotan, porque las estrellas son blancas. Tengo sueño, se me cierran los ojos, mañana se lo preguntaré a mamá.
Es de día, estamos delante del ayuntamiento y, Dios mío, ¡está lleno de gigantes! Sus cabezas llegan hasta los primeros balcones de las casas y, ¡ay madre!, hay unos señores bajitos y cabezones que no paran de girar. Serán los habitantes de los planetas que explotaron ayer,  deben haber ido al ayuntamiento para ser acogidos, no podrían haber ido una ciudad mejor. Mamá dice que vamos al parque a comer migas. A lo mejor se han acabado si han ido los cabezones, además si tienen que comer a base de migas, la cantidad de barras de pan que se habrán tenido que romper. Se escucha un ajetreo, uno de los cabezones se acerca a nosotros, con esa cabeza tan grande me da miedo, me acurruco tras mamá. Cuando llega a nuestra altura veo como el cabezudo, ¡se quita la cabeza! Ese día descubrí la terrible verdad de que mi padre es un extraterrestre.

Microrelato fantástico: Petra

Petra creció en las montañas, bajo la estricta tutela de su madre. Ésta creía, como muchos padres, que lejos de las tentaciones y la alocada vida de la ciudad, su hija acabaría olvidando los instintos naturales que parecen gobernar la voluntad de los jóvenes. La madre de Petra sólo quería protegerla, lo que no sabía es que contra más nos dicen que no debemos hacer algo, más ganas nos dan de incumplir las normas.

La historia de Petra no tendría nada de particular, ni nuevo, sino fuese porque Petra, era una piedra. Lisa y sencilla,  de un tono grisáceo y algunas pequitas de musgo, no era grande como para asustar a un forzudo, ni tan pequeña como para meterse en un zapato y retrasar nuestro paso. Si bien tenía el tamaño y forma ideal, para acomodarla en nuestra mano y, tal vez, lanzarla a un lago. Y verla alejarse dando saltos cada vez más cortos hasta hundirse en el agua.

Cualquier lector pensará “esto es cosa de locos”, nada más lejos de la realidad. Las piedras, como todo en esta vida, tienen su lenguaje, capacidad para aprender, sentimientos y anhelos. El problema es que muy pocos podrían escuchar el lenguaje de las piedras, hablan muuuuy bajito y tardan una barbaridad en decir cualquier cosa. Si  colocáramos una grabadora lo suficientemente sensible cerca de una piedra, roca o  pedrusco, en unos meses, podríamos escuchar una conversación. Como la que en estos momentos  Petra tenía con dos amigas que recientemente habían vuelto de la ciudad.

-Ha sido estupendo.- Contaba ostentosamente la recién llegada. – Hemos vivido rodeadas de glamour, después de un tiempo viajando llegamos a  un hotel, de cinco estrellas nada menos. ¡Y la de cosas que hemos visto! ¿Verdad que sí? - Sin darle tiempo a responder a su compañera de viaje continuó hablando. Ella la miró enfadada. Petra escuchaba celosa. - Nos pusimos junto a otras chicas en el jardín de la piscina y todos los días veíamos gente nueva, se bañaban medio desnudos delante de nosotras sin ningún pudor, los niños gritaban y jugaban a pelota. ¡Otros se daban masajes y tomaban el sol, todo el mundo parecía tan feliz!- La piedra que hablaba era una piedra Pómez, de los Pómez de toda la vida vamos. Con una superficie porosa y de un color rosáceo. - Un día, ¡hasta hicieron un bingo! ¿Te acuerdas? - De nuevo la dejó con la palabra en la boca y continuó presumiendo de su aventura.

Petra, preguntó: - Y si todo era tan maravilloso, ¿por qué os  fuisteis tan pronto? -La verdad es que nos aburrimos de aquello.- Contestó nerviosa la piedra Pómez. Tendría que haber preparado una escusa, pensó, mejor me voy.  - Lo siento pero debo irme, todavía no he saludado a mi padre y es muy duro cuando se enfada, es aquél peñasco de allí. - Dijo mientras saludaba a una formación rocosa a lo lejos. - Adiós- Se despidió.

Permítanme un alto en el relato. Algún lector esclavo de arquetipos y clichés podría decir: - Vale que las piedras hablen. Pero que caminen eso sí que no puede ser. - Déjenme que les plantee una cuestión milenaria. Cuando un árbol cae en el bosque, si no hay nadie para escuchar el estruendo, ¿haría éste ruido? De la misma manera que nadie lo podrá confirmar, puesto que si lo ha oído es que estaba, nadie puede afirmar que cuando nadie las mira, las piedras se mueven. ¿Acaso no les ha sorprendido un pequeño desprendimiento cuando paseaban por la montaña? Alguna piedra despistada que estaba dando un garbeo, seguro. Continúo. 

Cuando se fue, la otra piedra contó enojada el final de la aventura.- Yo te diré por qué nos fuimos de allí cómo alma que lleva el diablo. - Empezó con tono cómplice. - Un día me desperté un poco tarde, estuve hablando hasta la madrugada con un chusco de lo más macizo, puro mármol te lo digo yo.- Confesó guiñándole el ojo.- Pues eso, que me desperté y no estaba. Miré por todas partes e incluso me arriesgué a ser vista por  alguien y nada. Hasta que decidí preguntar a unos guijarros apiñados que decoraban una maceta.

- Sí, la hemos visto. Está detrás de aquella palmera.- Me contaron.  Con cuidado rodeé una inmensa palmera que crecía majestuosa en un rincón alejado de la piscina. La encontré llorando desconsolada, estaba muy sucia. -¿Qué te ha pasado?- Le pregunté. Después de calmarse un poco me señaló una señora, entrada en años, que devoraba las páginas de una novela. Al parecer la anciana, la cogió y se la estuvo restregando por los pies durante un buen rato, hasta que se quitó las duricias. Después la arrojó sin compasión tras la palmera, llevaba allí toda la noche, mirándose asqueada y sin saber qué hacer. No la pude convencer de que ella era una piedra, que aquello no es nada, con un baño se le quitaría, pero nada. Y nos tuvimos que volver...- A Petra le pareció de lo más gracioso, claro que su interlocutora estaba que echaba humo. - Te lo juro.- Continuó.- La próxima vez me voy sin ella. Estoy harta de sus fanfarronadas. Oye, y tú ¿qué harás estos días, tienes planes?, podríamos ir juntas al mismo hotel, ni a ti ni ha mí nos van a coger para limar asperezas. - A Petra la idea de dejar aquellas montañas y ver  el mundo le entusiasmo, pero antes de que pudiera responder con un sí rotundo, una voz la reclamó a gritos. -¡Petra! Ven aquí ahora mismo. - Era su madre. Petra cayó de aquella nube hecha de sueños, que apenas sí había alzado el vuelo y contestó.- Bueno, me tengo que ir, otra vez será.-