La calle está llena de demonios, persiguen a la gente y les pinchan con lanzas ardiendo. Me escondo asustado tras las piernas de mamá. Apenas cierro los ojos un estruendo quiebra el cielo, alguien está disparando contra las estrellas, debe ser cosa de los demonios. Pero no los veo, tal vez el ruido les haya espantado. Verdes, azules, amarillos, los colores tiñen la oscuridad de la noche, ahora que lo pienso, probablemente serán planetas que explotan, porque las estrellas son blancas. Tengo sueño, se me cierran los ojos, mañana se lo preguntaré a mamá.
Es de día, estamos delante del ayuntamiento y, Dios mío, ¡está lleno de gigantes! Sus cabezas llegan hasta los primeros balcones de las casas y, ¡ay madre!, hay unos señores bajitos y cabezones que no paran de girar. Serán los habitantes de los planetas que explotaron ayer, deben haber ido al ayuntamiento para ser acogidos, no podrían haber ido una ciudad mejor. Mamá dice que vamos al parque a comer migas. A lo mejor se han acabado si han ido los cabezones, además si tienen que comer a base de migas, la cantidad de barras de pan que se habrán tenido que romper. Se escucha un ajetreo, uno de los cabezones se acerca a nosotros, con esa cabeza tan grande me da miedo, me acurruco tras mamá. Cuando llega a nuestra altura veo como el cabezudo, ¡se quita la cabeza! Ese día descubrí la terrible verdad de que mi padre es un extraterrestre.
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