sábado, 14 de abril de 2012

Microrelato fantástico: Petra

Petra creció en las montañas, bajo la estricta tutela de su madre. Ésta creía, como muchos padres, que lejos de las tentaciones y la alocada vida de la ciudad, su hija acabaría olvidando los instintos naturales que parecen gobernar la voluntad de los jóvenes. La madre de Petra sólo quería protegerla, lo que no sabía es que contra más nos dicen que no debemos hacer algo, más ganas nos dan de incumplir las normas.

La historia de Petra no tendría nada de particular, ni nuevo, sino fuese porque Petra, era una piedra. Lisa y sencilla,  de un tono grisáceo y algunas pequitas de musgo, no era grande como para asustar a un forzudo, ni tan pequeña como para meterse en un zapato y retrasar nuestro paso. Si bien tenía el tamaño y forma ideal, para acomodarla en nuestra mano y, tal vez, lanzarla a un lago. Y verla alejarse dando saltos cada vez más cortos hasta hundirse en el agua.

Cualquier lector pensará “esto es cosa de locos”, nada más lejos de la realidad. Las piedras, como todo en esta vida, tienen su lenguaje, capacidad para aprender, sentimientos y anhelos. El problema es que muy pocos podrían escuchar el lenguaje de las piedras, hablan muuuuy bajito y tardan una barbaridad en decir cualquier cosa. Si  colocáramos una grabadora lo suficientemente sensible cerca de una piedra, roca o  pedrusco, en unos meses, podríamos escuchar una conversación. Como la que en estos momentos  Petra tenía con dos amigas que recientemente habían vuelto de la ciudad.

-Ha sido estupendo.- Contaba ostentosamente la recién llegada. – Hemos vivido rodeadas de glamour, después de un tiempo viajando llegamos a  un hotel, de cinco estrellas nada menos. ¡Y la de cosas que hemos visto! ¿Verdad que sí? - Sin darle tiempo a responder a su compañera de viaje continuó hablando. Ella la miró enfadada. Petra escuchaba celosa. - Nos pusimos junto a otras chicas en el jardín de la piscina y todos los días veíamos gente nueva, se bañaban medio desnudos delante de nosotras sin ningún pudor, los niños gritaban y jugaban a pelota. ¡Otros se daban masajes y tomaban el sol, todo el mundo parecía tan feliz!- La piedra que hablaba era una piedra Pómez, de los Pómez de toda la vida vamos. Con una superficie porosa y de un color rosáceo. - Un día, ¡hasta hicieron un bingo! ¿Te acuerdas? - De nuevo la dejó con la palabra en la boca y continuó presumiendo de su aventura.

Petra, preguntó: - Y si todo era tan maravilloso, ¿por qué os  fuisteis tan pronto? -La verdad es que nos aburrimos de aquello.- Contestó nerviosa la piedra Pómez. Tendría que haber preparado una escusa, pensó, mejor me voy.  - Lo siento pero debo irme, todavía no he saludado a mi padre y es muy duro cuando se enfada, es aquél peñasco de allí. - Dijo mientras saludaba a una formación rocosa a lo lejos. - Adiós- Se despidió.

Permítanme un alto en el relato. Algún lector esclavo de arquetipos y clichés podría decir: - Vale que las piedras hablen. Pero que caminen eso sí que no puede ser. - Déjenme que les plantee una cuestión milenaria. Cuando un árbol cae en el bosque, si no hay nadie para escuchar el estruendo, ¿haría éste ruido? De la misma manera que nadie lo podrá confirmar, puesto que si lo ha oído es que estaba, nadie puede afirmar que cuando nadie las mira, las piedras se mueven. ¿Acaso no les ha sorprendido un pequeño desprendimiento cuando paseaban por la montaña? Alguna piedra despistada que estaba dando un garbeo, seguro. Continúo. 

Cuando se fue, la otra piedra contó enojada el final de la aventura.- Yo te diré por qué nos fuimos de allí cómo alma que lleva el diablo. - Empezó con tono cómplice. - Un día me desperté un poco tarde, estuve hablando hasta la madrugada con un chusco de lo más macizo, puro mármol te lo digo yo.- Confesó guiñándole el ojo.- Pues eso, que me desperté y no estaba. Miré por todas partes e incluso me arriesgué a ser vista por  alguien y nada. Hasta que decidí preguntar a unos guijarros apiñados que decoraban una maceta.

- Sí, la hemos visto. Está detrás de aquella palmera.- Me contaron.  Con cuidado rodeé una inmensa palmera que crecía majestuosa en un rincón alejado de la piscina. La encontré llorando desconsolada, estaba muy sucia. -¿Qué te ha pasado?- Le pregunté. Después de calmarse un poco me señaló una señora, entrada en años, que devoraba las páginas de una novela. Al parecer la anciana, la cogió y se la estuvo restregando por los pies durante un buen rato, hasta que se quitó las duricias. Después la arrojó sin compasión tras la palmera, llevaba allí toda la noche, mirándose asqueada y sin saber qué hacer. No la pude convencer de que ella era una piedra, que aquello no es nada, con un baño se le quitaría, pero nada. Y nos tuvimos que volver...- A Petra le pareció de lo más gracioso, claro que su interlocutora estaba que echaba humo. - Te lo juro.- Continuó.- La próxima vez me voy sin ella. Estoy harta de sus fanfarronadas. Oye, y tú ¿qué harás estos días, tienes planes?, podríamos ir juntas al mismo hotel, ni a ti ni ha mí nos van a coger para limar asperezas. - A Petra la idea de dejar aquellas montañas y ver  el mundo le entusiasmo, pero antes de que pudiera responder con un sí rotundo, una voz la reclamó a gritos. -¡Petra! Ven aquí ahora mismo. - Era su madre. Petra cayó de aquella nube hecha de sueños, que apenas sí había alzado el vuelo y contestó.- Bueno, me tengo que ir, otra vez será.-

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