Sergio admiraba la explosión de
colores y aromas que cada primavera, poblaba aquellos prados por lo general
inundados por un monocromático océano verde.
Humildes margaritas, pitonisas
del sí o el no, compartían modestas el espacio con petunias de cien colores,
cada una dueña de su propia esencia. Dondiegos cuyas hojas asemejan el corazón
de la dama que se quiere encandilar. Claveles, flor de los Dioses, formando
pequeñas islas como haciendo piña. Tulipanes, indecisos la mayoría. Algunos eligen
el púrpura, los más osados. La mayoría no obstante se conforma con un neutro
tono blanco o rojo. Ostentosos crisantemos, incapaces de mantenerse en el
anonimato con colores y dimensiones modestas.
Todas y cada una de ellas serán arrasadas
en cuestión de horas, y es que el rebaño de Sergio tiene un paladar muy
sibarita.