Perezosas las agujas del reloj del ayuntamiento se
acercan a la media noche, será mejor que
me de prisa. Cruzo la plaza de la Vila hasta mi ático en la calle San Carlos,
que irónico que todo vaya a suceder en tan consagrada vía.
Puedes invocar presencias demoníacas
con un espejo, una vela y recitando ciertas palabras mágicas. Aunque verle el rostro a uno de esos entes,
puede trastornar a la mayoría de personas. Muchos iniciados lo han conseguido, se
los encuentra días más tarde con las venas cercenadas, tomando un sucio baño de
su propia sangre y demás fluidos corporales, con la vela ya consumida y una
mueca de terror en el rostro. ¿El propósito de la invocación?, la misma
historia de siempre, un amor no correspondido, ansias de poder o venganza. Pero
el mío es otro muy diferente.
Estreno traje, chaqueta y pantalones
negros combinados con una camisa rojo sangre, no es por presumir pero estoy
hecho un pincel. Enciendo la vela, la llama no debe reflejarse en el espejo.
También es nuevo, lo compré especialmente para la ocasión. Mi pequeño salón es
testigo de la invocación, empiezo a sudar, la temperatura ha subido diez grados
en cuestión de segundos. Ya la veo, su piel es terciopelo rojo, su mirada me
hipnotiza como lo hizo la primera vez que la vi matar. Se abalanza sobre mí, mientras
me desgarra el cuello la beso con locura, lo último que veo es como se
desvanece en el espejo, muero feliz.