lunes, 26 de noviembre de 2012

Microrelato: A medianoche


 

Perezosas  las agujas del reloj del ayuntamiento se acercan a la media noche,  será mejor que me de prisa. Cruzo la plaza de la Vila hasta mi ático en la calle San Carlos, que irónico que todo vaya a suceder en tan consagrada vía.  

Puedes invocar presencias demoníacas con un espejo, una vela y recitando ciertas palabras mágicas. Aunque verle el rostro a uno de esos entes, puede trastornar a la mayoría de personas. Muchos iniciados lo han conseguido, se los encuentra días más tarde con las venas cercenadas, tomando un sucio baño de su propia sangre y demás fluidos corporales, con la vela ya consumida y una mueca de terror en el rostro. ¿El propósito de la invocación?, la misma historia de siempre, un amor no correspondido, ansias de poder o venganza. Pero el mío es otro muy diferente.

Estreno traje, chaqueta y pantalones negros combinados con una camisa rojo sangre, no es por presumir pero estoy hecho un pincel. Enciendo la vela, la llama no debe reflejarse en el espejo. También es nuevo, lo compré especialmente para la ocasión. Mi pequeño salón es testigo de la invocación, empiezo a sudar, la temperatura ha subido diez grados en cuestión de segundos. Ya la veo, su piel es terciopelo rojo, su mirada me hipnotiza como lo hizo la primera vez que la vi matar. Se abalanza sobre mí, mientras me desgarra el cuello la beso con locura, lo último que veo es como se desvanece en el espejo, muero feliz.

miércoles, 7 de noviembre de 2012

Viciada


Raquel volvía de su visita mensual con el Doctor Roberts, su terapeuta. Cincuenta minutos para desgajar su media naranja. El buen doctor concluía los diez restantes  de  la cara hora de consulta con el frío consuelo del psicoanálisis, esos lógicos consejos eran lo poco que mantenía su relación a flote.  Raquel sentía que era la única que se empeñaba en achicar agua de aquel  navío, cuyo rumbo había caído en el olvido tras tantos golpes con inamovibles rocas de terquedad, egoísmo e inmadurez.  Si bien en las primeras sesiones se sintió esperanzada y aliviada tras desnudar su alma frente aquel desconocido, en los últimos tiempos abandonaba la consulta con la desagradable impresión de saberse estar haciendo algo mal, como si estuviese fallando a su mejor amiga o peor aun, a si misma.

Caminaba cabizbaja, con aquella sensación lastrando su ánimo y paso, cuando recordó que su mecánico la había llamado horas antes para comunicarle que ya tenía el coche arreglado. En cuestión de minutos llegó al taller. Su viejo amigo motorizado, con el que tantos momentos había compartido, y que tantas veces la había dejado tirada en mitad del camino,  esperaba dócil en la puerta, una recia figura junto a él frotaba vigorosamente el capó.  

-Buenas tardes Juan- dijo Raquel, el saludo sobresaltó al destinatario, uno de esos hombres con los que a Dios se le fue la mano con la argamasa y le dio pereza enmendar el exceso. 

- Raquel, me alegro de verte. Me coges dándolo el último repaso, a ver si de una vez por todas consigo quitarle esta maldita mancha. Dijo mientras se limpiaba las enormes manos con el mismo trapo mugriento con el que instantes antes frotaba la superficie del capó.

- Déjalo, ya me he acostumbrado a  verla, no sería mi coche sin ella. Contestó Raquel pasando la mano por el oscuro antojo que año tras año parecía crecer milímetro a milímetro. Ensimismada con el frío tacto del metal, mullida entre gratos recuerdos de los primeros años de su relación,  dijo como para si. Parece mentira como nos vamos conformando con los pequeños defectos de las cosas y hacemos la vista gorda hasta que olvidamos cómo deberían ser.

El tranquilo tono de Juan se transformó en un alarido mal contenido. – ¡Eso es un vicio que tienes! Desde que me traes el coche siempre pecas de lo mismo, y mira que te aviso, vas dejando las cosas, pensando que quizá se arreglarán solas, o que no será nada y al final te acaba dejando tirado el coche, aunque el pobre te intente advertir a su manera, no haces nada por arreglarlo- Raquel escuchaba atónita la reprimenda. – Mira, las personas son como las máquinas, por su fabricación o su entorno o quién las maneja, van cogiendo pequeños vicios. Mi trabajo como mecánico es reparar las averías que vienen generadas por los mismos y evitar que la máquina o los coches en este caso, te dejen tirado cuando menos te lo esperas. En muchas ocasiones, por desgracia alguna gente adquiere vicios que al igual que las máquinas son muy difíciles de reparar o corregir. ¿Me entiendes?


Raquel lo entendía, vaya si lo entendía, preguntó; - ¿Y qué haces cuando un coche te deja tirada tantas veces que llegas a tener miedo de cogerlo por lo que pueda pasar?

-Eso depende de cada uno, yo desde luego me habría desecho de este trasto hace mucho tiempo, la verdad no sé qué le ves. Imagino que le tienes cariño por el tiempo que lleváis juntos, pero hay que saber desprenderse de las cosas que no funcionan antes de que nos hagan daño de verdad. Es una inversión que tarde o temprano sale cara.

Juan tardo unos instantes en darse cuenta que Raquel no le escuchaba, parecía estar escribiendo un mensaje con el móvil, la vio rara, diferente. No supo que era hasta que escuchó el tono de su voz, más firme y maduro, desprendía determinación.  

 – Juan, ¿verdad que me vas harás un favor? , dijo.

- Dime, ¿quieres que le mire el aceite o algo más?, contestó intrigado.

- No, deshazte de este coche, me da igual si lo vendes o lo despeñas por un acantilado. Ya le he dado demasiadas oportunidades, y está claro que no cambiará.

No le dio tiempo a réplica alguna, se fue a casa dispuesta a emprender una nueva vida, una vida sin vicios.

Novena sinfonía.


Pequeños acordes se vislumbran al alba, discretos casi tímidos, podría parecer que se baten en retirada. Pero nada más lejos de la realidad, rompe la espesa bruma una poderosa declaración de intenciones, un ejército incontable de violines,  chelos y tambores, quiebra la quietud de la mañana como tormenta vengadora. El suelo tiembla, filas infinitas de batallones, pero solo es el principio. En la retaguardia el viento es domado por flautas y fagots, trompetas y trombones.  Ya el ejército está formado, guardan silencio. No puede haber una estrategia sin saber qué es capaz de hacer cada uno, cada batallón demuestra de lo que es capaz frente a los otros, desfiles de notas de menor a mayor, de mayor a menor, se superponen, se interponen y yuxtaponen en frenético y a la vez marcial baile. Después de un suave movimiento, como haciendo sitio, los instrumentos dejan paso a una voz. Al principio está sola, es profunda, llena de fe  y determinación. Al poco la escena se inflama con cientos de ecos que parece serán eternos. Y por si algún alma humana o divina pudiese permanecer impasible a la magnitud de tal muestra armamentística, se le unen los tibios instrumentos de madera, cuerda y metal, sabiéndose secundarios del prodigio teatral. En el centro de aquel océano de almas destaca una, la única a la que se le permite sucumbir a la pasión de tal exhibición. El incansable general marca el ritmo,  contenido a veces, frenético o alegre, sin él reinaría el caos.

Demasiado tarde, casi al final, la vergüenza del desatino, como quién tarde se percata de que se ha equivocado de casa y se despide esperando no haber causado demasiadas molestias, enmendando lo poco que puede mientras se repliega en presta retirada.

http://www.youtube.com/watch?v=tpGSzH0Wlls