Raquel volvía de su visita
mensual con el Doctor Roberts, su terapeuta. Cincuenta minutos para desgajar su
media naranja. El buen doctor concluía los diez restantes de la
cara hora de consulta con el frío consuelo del psicoanálisis, esos lógicos
consejos eran lo poco que mantenía su relación a flote. Raquel sentía que era la única que se empeñaba
en achicar agua de aquel navío, cuyo
rumbo había caído en el olvido tras tantos golpes con inamovibles rocas de
terquedad, egoísmo e inmadurez. Si bien
en las primeras sesiones se sintió esperanzada y aliviada tras desnudar su alma
frente aquel desconocido, en los últimos tiempos abandonaba la consulta con la
desagradable impresión de saberse estar haciendo algo mal, como si estuviese
fallando a su mejor amiga o peor aun, a si misma.
Caminaba cabizbaja, con aquella
sensación lastrando su ánimo y paso, cuando recordó que su mecánico la había
llamado horas antes para comunicarle que ya tenía el coche arreglado. En
cuestión de minutos llegó al taller. Su viejo amigo motorizado, con el que
tantos momentos había compartido, y que tantas veces la había dejado tirada en
mitad del camino, esperaba dócil en la
puerta, una recia figura junto a él frotaba vigorosamente el capó.
-Buenas tardes Juan-
dijo Raquel, el saludo sobresaltó al destinatario, uno de esos hombres con los
que a Dios se le fue la mano con la argamasa y le dio pereza enmendar el
exceso.
- Raquel, me alegro de
verte. Me coges dándolo el último repaso, a ver si de una vez por todas consigo
quitarle esta maldita mancha. Dijo mientras se limpiaba las enormes manos con
el mismo trapo mugriento con el que instantes antes frotaba la superficie del
capó.
- Déjalo, ya me he
acostumbrado a verla, no sería mi coche
sin ella. Contestó Raquel pasando la mano por el oscuro
antojo que año tras año parecía crecer milímetro a milímetro. Ensimismada con
el frío tacto del metal, mullida entre gratos recuerdos de los primeros años de
su relación, dijo como para si. – Parece mentira como nos vamos
conformando con los pequeños defectos de las cosas y hacemos la vista gorda
hasta que olvidamos cómo deberían ser.
El tranquilo tono de Juan se
transformó en un alarido mal contenido. – ¡Eso es un vicio
que tienes! Desde que me traes el coche siempre pecas de lo mismo, y mira que
te aviso, vas dejando las cosas, pensando que quizá se arreglarán solas, o que
no será nada y al final te acaba dejando tirado el coche, aunque el pobre te
intente advertir a su manera, no haces nada por arreglarlo- Raquel
escuchaba atónita la reprimenda. – Mira, las personas son como las
máquinas, por su fabricación o su entorno o quién las maneja, van cogiendo
pequeños vicios. Mi trabajo como mecánico es reparar las averías que vienen
generadas por los mismos y evitar que la máquina o los coches en este caso, te
dejen tirado cuando menos te lo esperas. En muchas ocasiones, por desgracia
alguna gente adquiere vicios que al igual que las máquinas son muy difíciles de
reparar o corregir. ¿Me entiendes?
Raquel lo entendía, vaya si lo
entendía, preguntó; - ¿Y qué haces cuando un coche te deja
tirada tantas veces que llegas a tener miedo de cogerlo por lo que pueda pasar?
-Eso depende de cada
uno, yo desde luego me habría desecho de este trasto hace mucho tiempo, la
verdad no sé qué le ves. Imagino que le tienes cariño por el tiempo que lleváis
juntos, pero hay que saber desprenderse de las cosas que no funcionan antes de
que nos hagan daño de verdad. Es una inversión que tarde o temprano sale cara.
Juan tardo unos instantes en darse
cuenta que Raquel no le escuchaba, parecía estar escribiendo un mensaje con el
móvil, la vio rara, diferente. No supo que era hasta que escuchó el tono de su
voz, más firme y maduro, desprendía determinación.
– Juan, ¿verdad que me vas harás un favor? ,
dijo.
- Dime, ¿quieres que le
mire el aceite o algo más?, contestó intrigado.
- No, deshazte de este
coche, me da igual si lo vendes o lo despeñas por un acantilado. Ya le he dado
demasiadas oportunidades, y está claro que no cambiará.
No le dio tiempo a réplica alguna, se
fue a casa dispuesta a emprender una nueva vida, una vida sin vicios.