Sentado en la mecedora del porche, el anciano explicaba a su nieto. – Pasear es muy bueno ¿sabes?, pero como todo, tiene su secreto. Mientras lo haces, intenta escuchar el sonido de lo que te rodea. Si prestas la suficiente atención y te tomas tu tiempo, aprenderás por el trinar de los pájaros si va a llover y el aullido del viento te prevendrá de noches frías. Incluso el silencio significa algo. Por estos caminos paseaba con tu abuela, cogidos de la mano recorríamos el bosque. Ella no paraba de parlotear, en más de una ocasión, estuve a punto de partirme la crisma por prestarle más atención a ella que a lo que tenía delante, así de enamorado me tenía. Ella supo ver en mi silencio, la pasión que me provocaba ya de mozos. – El nieto atendía atento mientras el anciano, con la mirada perdida en un pasado como siempre mejor, retomaba el hilo.
-Y no vayas con prisa, que las prisas no son buenas. El lugar al que tengas que ir no se va a mover, y la gente que te espere, si de verdad te quieren te esperarán el tiempo que haga falta.- El nieto preguntó ansioso.-¿Podemos ir a pasear y me enseñas cómo se hace?-
-Ahora no puedo, tu abuela me espera, pero te prometo que algún día te enseñaré.- Contestó. El nieto saltó de la mecedora y fue corriendo a la cocina, gritando contento. – ¡Mamá! ¡El abuelo ha dicho que me va a enseñar a pasear!- La madre dejó lo que estaba haciendo, cogió al pequeño en brazos y dijo:
- El abuelo está en el hospital muy malito, esta tarde iremos a verle, pero no creo que tenga fuerzas para ir a pasear.-
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