Con 15 años recién cumplidos, a Marta se le empezaba a quedar corta la paga semanal. Su madre se las ingeniaba para mantener ella sola a cuatro hijos, Marta notaba un nudo en la garganta cada vez que le daba los 20 euros para “sus caprichitos”. Mientras su madre se pasaba doce horas en el bar, ella se encargaba de que sus tres hermanos menores hiciesen los deberes, se comieran la lechuga y no se pasaran todo el día delante de la tele.
Un día se dirigía a la escuela seguida de cerca por los tres pequeños, que iban tranquilos y silenciosos gracias a un ingenio que se le había ocurrido para mantenerlos controlados, el ingenio no era otra cosa que un cordel, les había explicado que mientras agarraran fuerte el cordel y estuviesen callados, ningún monstruo les podría ver. – ¡Oye, perdona!- Le gritó una completa desconocida, Marta se giró y vio a una joven madre, que luchaba con una criatura para que estuviese quietecita, se le acercó y le preguntó por sus honorarios: - ¿No son tus hijos, no? Eres muy joven.- dijo la extraña, que apenas conseguía agarrar la mano de la criatura, decidida a cruzar la calle sin importarle el abundante tráfico y la ausencia de un paso de peatones.
-Son mis hermanos- Dijo Marta, se agachó. -¿Y cómo se llama esta niña tan bonita?- Interrogó a la pequeña que se había refugiado tras las piernas de su madre. Quizá por el alago, la criatura abandonó parcialmente su refugio y mordiéndose el dedo consiguió pronunciar: -Elena.- Tenía unos ojos azules preciosos.
-¿Eres buena chica Elena?- Preguntó de nuevo Marta, pero antes de que pudiese responder su madre se le adelantó.
- Es un monstruo.- Fue decir esto y los hermanos de Marta se agarraron aún más fuerte al cordel. – Me da igual si no acostumbras a hacer de canguro, ¿este fin de semana lo tienes libre? Te pagaré 15 euros por hora. Es mi aniversario y necesito un respiro de este incordio, pareces una persona decente. – La niña se mordió el labio, estaba a punto de llorar. Sin pensarlo dos veces Marta cogió la barbilla de la niña y dijo: - Pues claro que pasaré unas horas con ésta adorable niña.- Una tímida sonrisa afloró en los labios de la pequeña. Anotó su número de teléfono en un papel y quedaron para ese mismo sábado. Lo que en un principio iban a ser un par de horas, se alargaron hasta cinco. El domingo siguiente Marta le dio 50 euros a su madre y le dijo que a partir de ahora no necesitaría semanada.
Ese sábado, salió una hora antes para llegar a la dirección indicada, tenía pensado tomar el autobús y después dar un paseo y admirar los fabulosos jardines de las mansiones de la zona alta de la ciudad. Cuando cruzó el umbral de la puerta se encontró con un mercedes negro y un tipo vestido de chófer. Se acercó a ella.- ¿La señorita Marta?- Perpleja respondió: -Sí, yo misma.- -Vengo a llevarla a casa de los Malone.- Dijo el chófer mientras abría la puerta trasera del vehículo. – ¿Va en serio?- Preguntó Marta. El chófer la invitó a entrar con un gentil gesto y una pequeña reverencia. Se acomodó en la espléndida tapicería, lo que eran capaces de gastar algunos por pasar una noche sin sus hijos. Y con ese pensamiento se quedó dormida.
Media hora más tarde ya habían llegado, le despertó una voz de lo más desagradable: - ¡No ha puesto el intermitente!- No le dio tiempo a ver de dónde provenía. Giraron a la izquierda por un camino particular, custodiado por grandes árboles, después cruzaron por unas grandes puertas metálicas que se abrieron automáticamente. Aunque era de noche pudo ver la maravillosa villa en donde la había llevado el chófer. Los jardines llegaban hasta donde alcanzaba la vista, fuentes con estatuas de lo más variopintas, adornaban los caminos hacia varias isletas de flores, los olores que emanaban la transportaron a lugares de ensueño en su imaginación. El chófer la acompañó hasta la entrada. Marta se quedó embobada ante aquella mansión, que parecía llevar allí desde el principio de los tiempos. La edificación tenía tres alturas, una estructura central y dos alas anexas. La mayoría estaba cubierta por enredaderas de ramas gruesas como piernas y espeso follaje. El interior debía ser de lo más tétrico, pensó. La entrada estaba flanqueada por varias columnas escrupulosamente talladas, admiraba Marta aquellas maravillas cuando una voz la devolvió a la realidad.
– Tú debes ser Marta, la canguro.- Una mujer de unos treinta años se aproximaba a ella, engalanada con un largo traje negro que ondeaba a cada paso que daba, si la mansión la había sorprendido por su intemporalidad, el rostro de aquella mujer la dejó hipnotizada. Era de una belleza delicada y aristocrática a la vez, un poco pálida quizá, pensaba Marta mientras la desconocida la agarró por los hombros y le besaba las mejillas con los labios más suaves que había sentido en su vida. - Soy la Sr Malone, llámame Molly.- Marta consiguió balbucear un – Encantada de conocerla.-
La acompañó al recibidor cogiéndole de la mano como viejas amigas. Explicándole que hacía poco que se habían trasladado desde Nueva Orleans, de ahí su acento peculiar, no conocían a nadie y con el pequeño Tommy no habían tenido tiempo de hacer nuevas amistades. Marta escuchaba a medias, admirando el interior de aquella mansión que rivalizaba con las que había visto en la tele. Reinaba un ambiente oscuro pero acogedor, sólo iluminado por luces indirectas, según Marta insuficientes, para apreciar los detalles de los carísimos cachivaches que le dio tiempo a ver. Subieron las escaleras hasta la segunda planta, en las paredes había cuadros de retratos con cierto parecido a su anfitriona. -Son de mis antepasados.- Confirmó Molly, sin darle importancia. Marta se paró en uno que le pareció particularmente siniestro, le dio tiempo a ver la firma de uno de ellos. “Barón Malcom Malone 1305 DC.” Se quedó absorta en la contemplación de aquellos ojos que parecían observarla desde la pintura. – Querida, sígueme por favor. Tenemos un poco de prisa si quieres que te presente a Tommy.- Marta se apresuró.
Molly se paró frente a una puerta al final del pasillo, abrió lentamente. El ambiente de la casa y lo surrealista de la situación le había hecho esperar a Marta algo muy diferente. Una habitación oscura con una cuna cubierta por una tela negra y un engendro diabólico en su interior, con cuernos y los ojos rojos o algo parecido. Nada más lejos de la realidad. Al entrar vio paredes decoradas con conejitos corriendo, tonos pastel y montones de peluches en todas partes. – ¿Cómo está mi ángel?- dijo Molly. En el suelo de la habitación un pequeño, de apenas tres años, jugaba con unos cubos y ponía a prueba su dureza intentando, sin éxito, masticarlos. Su madre lo levantó del suelo y lo puso frente a Marta. – Ésta es tu nueva niñera, se llama Marta.- El pequeño se la quedó mirando y al instante intentó zafarse del abrazo de su madre para ir con ella, con los brazos extendidos para coger su pelo. – Está bien, está bien. Podréis conoceros a fondo esta noche.- Dijo Molly. Marta se quedó un poco sorprendida, ¿acaso no se iba a pasar la noche durmiendo?, y mientras su madre depositaba al pequeño en la cuna preguntó. – ¿A qué hora debo acostarlo?-
-Verás querida, Tommy tiene el sueño cambiado, ayer me tuvo hasta las cinco leyéndole historias. Le encantan las de ése libro de ahí. – Dijo Molly, señalando un volumen gris de una estantería. – Mi pequeñín es muy inteligente, y muy despierto, ¿a que sí, a que sí? - Dijo esto mientras le hacía cosquillas al pequeño, éste se desternillaba y sonreía feliz. - Te va a poner a prueba, por eso te elegimos Marta, por tu edad podrás aguantar hasta tarde sin bajar la guardia, no hay nada mejor que la sangre joven ¿verdad Tommy?- Marta leyó entre líneas, que esperaban que cumpliese con su obligación de canguro a rajatabla. Estaba claro que se iba a ganar cada céntimo de esa noche.
– Pueden irse tranquilos, además trasnocho bastante los fines de semana, es cuando hago los deberes, entre semana no tengo tiempo. Y llevo años cuidando pequeños monstruitos.- Contestó Marta.
Molly se giró, con una sonrisa llena de picardía en los labios y replicó. – Bueno, si estás acostumbrada a tratar con monstruos, no habrá ningún problema.- Lo dijo con un tono que puso la carne de gallina a Marta, pero la dulzura en la mirada de su interlocutora la hizo calmarse, lo suficiente al menos para parecer una profesional. – Bien, creo que es todo, si necesitas algo pulsa el interruptor y el mayordomo te proporcionará cualquier cosa. ¿Has cenado?- Preguntó Molly.
-Sí, cené antes de venir. Soy una profesional.- Contestó Marta, algo ofendida. – No me cabe duda querida, bueno entonces yo me marcho.- Molly miró su reloj. – ¡Madre mía, que tarde es ya! Os dejo, cualquier cosa ya sabes, llama al servicio.- Dio un sonoro beso al pequeño y otro a Marta y se fue cerrando la puerta tras de sí.
Libre ya de la absorbente presencia de su jefa, Marta se tomó su tiempo para reconocer la habitación. Era muy grande, pero estaba decorada con poco mobiliario. Una alfombra acolchada en una esquina, rodeada por una especie de cerca baja. La cuna, una mecedora de lo más cómoda, una estantería con unos pocos libros y un arcón. Lo abrió y pudo ver varios juguetes, espadas de plástico, coches y algo que parecía una capa. Y peluches, peluches para aburrir. El pequeño hizo un ruido, Marta se acercó a él y lo observó con más detenimiento. Los mismos ojos de su madre la miraban ahora con gesto entre interrogador y curioso, un pelo rubio y rizado, realmente su madre tenía motivos para llamarle ángel, le faltaban las alas para hacer el paquete completo.
-Hola Tommy, dime ¿qué quieres hacer? ¿Jugar con tu colección de peluches, con tus coches, quieres que te dé una lección de abecedario?- Para su sorpresa el pequeño parecía entenderla perfectamente, respondiendo a sus ofertas con un gesto negativo de la cabecita, algo espasmódico.- Entonces, ¿Qué te parece si te leo algo?- El pequeño sonrió y levantó los brazos para que le sacara de la cuna. – Vaya, que espabilado eres.- Lo sacó y lo dejó sobre la alfombra con cuidado.
- ¡Caray, cómo pesas!, veamos ese libro que dice tu madre que tanto te gusta.- Cogió el tomo gris de la estantería y leyó la portada. – Clásicos de terror para niños. – Debía ser una edición especial adaptada, pensó. Se sentó en el suelo junto al pequeño y al leer los títulos de las historias se confirmaron sus sospechas. -¿Qué te parece la sirenita?, ¿El príncipe valiente?, ¿Caperucita roja?- El pequeño aplaudió como respuesta al último título.
-Bien, allá vamos.- Marta empezó a leer, había hecho lo mismo para entretener a sus tres hermanos y no se le daba nada mal. Parodiando las voces de los personajes y haciendo las pausas pertinentes para mantener la tensión y captar la atención de los pequeños. Después de una hora leyendo estaba llegando a la parte final de la historia, el lobo ya había engullido a la abuela y caperucita le estaba haciendo la rueda de preguntas por todos conocidas:
(-Abuelita, abuelita qué nariz más grande tienes.-)Leía Marta.
(– Es para olerte mejor.- Contestó el lobo imitando la voz de la abuela.)
(-Y qué boca tan grande tienes abuelita.- En ese momento el lobo se abalanzó sobre caperucita, agarrándola de las trenzas y tirando de su cuello para atrás hasta casi partirlo.) Marta no recordaba haber leído ninguna versión con tanto lujo de detalles, pero Tommy parecía disfrutar de lo lindo, no podía parar ahora, en pleno acto final. Marta retomó el drama, imprimiendo una sonora voz para el personaje del lobo malvado.
(-¡Es para comerte mejor!- Dijo el lobo mientras con sus afilados dientes degollaba la tierna carne de su presa. La sangre, todavía impulsada por el corazón palpitante de caperucita, salió despedida de su garganta, tiñendo el cuarto de la abuela con una lluvia escarlata. Fin)
-Fin ¿cómo que fin?, la caperucita no acaba así, hay un leñador y…- Marta estaba alucinando. ¿Qué clase de monstruo había escrito aquella versión demoníaca de la caperucita? Pero lo mejor del caso es que el pequeño Tommy estaba encantado con aquel final. Mientras Marta leía había cogido un par de peluches, representando a los personajes del cuento, y en ese momento estaba repitiendo el acto que acababa de leer Marta, imitando los gruñidos del lobo.
Cerró el libro y buscó la editorial en la parte trasera en busca de algún tipo de explicación razonable, tal vez pretendían dar un mensaje aún más claro a los niños, pero aquello se le hacía inconcebible. El pequeño Tommy se le acercó y le arrebató el libro de las manos, hojeando le enseñó a Marta lo que estaba buscando, las ilustraciones. Tuvo que hacer acopio de todas sus fuerzas para mantenerse serena. Allí estaba con colores tan vivos que parecían salirse de la hoja, el lobo y su presa. La cabeza de caperucita caída hacia un lado, los ojos sin vida, los colmillos imposibles del lobo y la sangre. Cerró el libro y lo arrojó al suelo con repugnancia. Tommy se la quedó mirando extrañado, recogió el libro y de nuevo se puso a hojear, se lo ofreció abierto por el cuento de Hansen y Gratel. Se dirigió al montón de peluches y sacó otro par, dispuesto a representar de nuevo la obra. Marta pasó las hojas hasta el final y leyó, esta vez para sí misma. (La carne de los niños, después de varias semanas de cebado a base de dulces, estaba exquisita, la bruja incapaz de comérselos ella sola decidió convocar un aquelarre para esa misma noche, en donde ofrecerían ofrendas al maligno y…). Que disparate, pensó.
-Mira Tommy, la tita Marta te contará ahora otro cuento, ¿de acuerdo?- El pequeño lanzó los peluches al montón y se la quedó mirando, le faltó decir, “¡más vale que me sorprendas!”. Marta se sintió algo acobardada por el éxito de su propuesta, no esperaba tanta expectación. Más aun cuando se dio cuenta de que no recordaba ningún cuento que no apareciese en el libro y que el pequeño no conociese. Repasando de nuevo la lista de títulos, encontró que faltaba uno. - Dime Tommy, ¿te han contado alguna vez la historia de Drácula?- Como respuesta obtuvo una leve inclinación de cabeza, el pequeño rebuscó entre sus peluches y le fue enseñando su colección por si acaso. Los tenía todos, por lo menos todos los malos conocidos, desde Freddy Cruguer hasta Darth Vader. Pero no tenía ningún Drácula.
- Veo que no la conoces, bueno. Vamos allá.- Y empezó a relatarle el cuento de memoria.
(Las cuatro sirvientas del demonio, rodearon aquel cuerpo indefenso tendido sobre la cama, arañando la débil carcasa de su piel con sus garras y colmillos afilados), Tommy empezó a perder interés en el cajón de juguetes y volvió a prestar atención. Marta se dio por vencida y siguió en ese tono.
Eran las dos de la noche pasadas, empezaba a tener la boca seca después de varias horas leyendo y algo de hambre. Decidió hacer una pausa en la historia. - ¿Tienes hambre Tommy?- El pequeño asintió. – Pues vamos a ver si alguien nos puede traer algo para picar.- Dijo, pulsó el interruptor de llamada con cierto remordimiento por la hora. En menos de un minuto alguien golpeaba la puerta débilmente. Marta abrió y pegó un salto espantada. – ¿Ha llamado la señorita?- En el umbral de la puerta un personaje que rivalizaba con la descripción que acababa de hacer del mismísimo conde Drácula, algo más viejo y más encorvado, esperaba con gesto servicial. – Sí, he sido yo.- Respondió Marta tras reponerse del susto inicial, “es normal que tenga esas pintas si está siempre haciendo el turno de noche”, pensó. – Sería tan amable de traerme un vaso de agua, y algo para comer, cualquier cosa, un Frankfurt estaría bien. Y creo que a Tommy también le apetecería algo.- El pequeño respaldó la idea de Marta con un sonoro “ñam ñam”. – Por supuesto señorita.- El mayordomo se alejó sin hacer el más leve sonido, Marta habría jurado que levitaba sobre el suelo. Cerró la puerta con cuidado, se fregó las sienes con las manos y se dirigió a la ventana, para ver si el aire de la noche conseguía difuminar las disparatadas ideas que le asaltaban la mente, el pequeño Tommy jugaba de nuevo con sus peluches. Al descorrer las cortinas e intentar abrir la ventana, se encontró con que estaban bloqueadas y que los cristales estaban teñidos de negro. Alargaba la mano para tocar el cristal cuando oyó un leve repicar en la puerta. – Señorita, su refrigerio está servido.- Dijo una voz en el pasillo. “refrigerio, quién utiliza esa palabra hoy en día”. Abrió la puerta y ahí estaba, el aprendiz de Drácula con una mesita de desayuno entre las manos y algo que pretendía ser una sonrisa en el rostro.
– Gracias, déjelo ahí mismo, en el suelo.- La pinta y las maneras de aquel mayordomo le empezaban a hacer gracia a Marta, era un estereotipo tan perfecto. Se atrevió a preguntarle.- Disculpe, ¿Me podría decir por qué las ventanas están pintadas de negro?- El mayordomo pareció algo turbado, desviando la mirada hacia Tommy contestó. - Al señorito no le sienta bien la luz del sol. - Marta adivinó ternura en los ojos de aquel anciano encorvado, realmente le estaba empezando a caer hasta simpático. – Vaya, conque fotosensible, ahora me dirá que usted se llama Ígor, ¿no? –, dijo Marta burlona. El rostro del anciano se volvió ofendido hacia Marta, replicó.- Mi nombre es Francisco Torres, para servirla. Y ahora si me disculpa, les dejo, aún tengo mucho que hacer antes de que vengan los señores.- Cerró la puerta y se fue.
Algo turbada por la reacción del mayordomo y enojada consigo misma por su falta de tacto, Marta abrió la puerta para pedirle disculpas, pero cuando salió al pasillo ya no estaba. Entró de nuevo en la habitación y vio que Tommy no la había esperado para comer. Estaba dando buena cuenta de un biberón cubierto con un paño térmico para que no se enfriara, supuso. En la mesita, un espléndido ejemplar de Frankfurt la aguardaba a ella, con sus correspondientes botellas de Mostaza y Kétchup para aderezar. Las experiencias de las últimas horas la habían hecho consumir más energía de la normal, apenas si bebió algo de agua mientras devoraba su Frankfurt, estaba delicioso. Mientras se chupaba los dedos, y barajaba la posibilidad de llamar de nuevo al señor Francisco, Alias conde Drácula, para pedir otro bocado. Tommy se le reveló, empezando a chillar algo parecido a “ácula, ácula”. – Está bien, está bien, ahora sigo.- Dió un largo trago de agua, y reanudó la historia, esta vez sin censura ninguna. Estaba claro que a éste niño ya no lo asustaba ningún engendro de novela. Al no tener que pensar en alternativas adecuadas a un niño de la edad de Tommy, el relato fue mucho más veraz y el pequeño estaba fascinado con la cantidad de vísceras que Marta, no se cortaba un pelo en describir minuciosamente.
Estaban llegando al final, Marta se había puesto la capa, que le llegaba a media espalda, para dar más realismo a la escena. No se limitaba a contar la historia, estaba de pié imitando la lucha final entre Drácula y Van helsing.
(La yugular de Van helsing estaba a punto de ser degollada por el conde cuando, en el último momento, Mina le apuñaló el corazón por la espalda, dando fin a la pesadilla de ambos y liberando su alma de aquel mal que le tenía prisionero). Marta se tiró dramáticamente al suelo boca abajo, representando la muerte de Drácula, cerró los ojos e imitó una última exhalación que pretendía reflejar el alivio del alma del conde. Los berridos de Tommy fueron instantáneos. – Cariño, no llores, es un final feliz, es como deben ser los finales. – ¡Mina y su esposo vivieron felices y comieron perdices!, ¡Drácula es el malo, tiene que morir!- Ese comentario pareció avivar más el llanto del pequeño. – Vale, vale. Ya pasó.- Marta le cogió en brazos y se calmó un poco. - Espera ¿quieres?, me parece que puedo pensar otro final, pero me tendrás que ayudar, ¿de acuerdo?, ahora tú llevarás la capa.- Tommy la miró intrigado.
-Los señores han cenado.- Preguntó el mayordomo. – Sí Francisco, los señores han cenado, como hacía años que no lo hacían he de añadir.- Era el Sr Malone quién hablaba, parecía de lo más satisfecho. -¿Qué tal las cosas por aquí?- Preguntó Molly con cierta preocupación en la voz. –Sin novedad señora.- Dijo mientras colgaba el abrigo en el guardarropa. De repente, un grito atroz rompió la quietud de aquella escena. Subieron corriendo las escaleras que conducían a la segunda planta y la habitación de su hijo. Por el camino, él tuvo tiempo de recriminarle a su esposa.- Te dije que pasaría algo así, teníamos que haber contado con uno de los nuestros.-
Cuando llegaron no se oía nada tras la puerta, abrieron y se encontraron con el pequeño Tommy inclinado sobre el cuerpo inerte de Marta, el cuello cubierto de sangre. – ¡Pero no es posible!, ¡Todavía no le han crecido los colmillos!- Dijo Molly. - Te advertí que algo así podía pasar, a mí me salieron de la noche a la mañana.- No había acabado de decir esto el Sr Malone cuando Tommy se levantó, aun con la boca cubierta de sangre y se fue directo a abrazar a sus padres.
- Pobre chica. Bueno, por lo menos la canguro nos va a salir gratis.- Dijo Molly.
- ¡¿Cómo que gratis?! - Dijo Marta, levantándose y limpiándose el Kétchup del cuello con un pañuelo. Los Malone saltaron al unísono. - Menuda noche hemos pasado, ¿a que sí Tommy?- El pequeño asintió con la cabeza, enseñando sus encías desnudas cubiertas de Kétchup. -Además hemos representado un final alternativo de Drácula, más acorde a digamos, sus tradiciones.- Tommy corría por la habitación gritando “¡ácula, ácula!” ondeando su capa.
El mayordomo llegó en ese momento, respirando forzadamente. – ¿Va todo bien?- Preguntó.
-Estupendamente Francisco. Haga el favor de avisar al chófer, la señorita ha terminado su trabajo por esta noche.- Dijo Molly.
Notando el frío tono de su anfitriona, Marta recogió su bolso y se arrodilló junto a Tommy.
– Lo he pasado muy bien ésta noche chiquitín. Espero que algún día te conviertas en un vampiro tan terrible como el de las historias que tanto te gustan.- Dijo Marta. Tommy se colgó de su cuello, gritando “¡¡¡¡Ámpiro, aaaah!!!, y mordió de broma su cuello sin causarle mas que unas terribles cosquillas. – Te echaré de menos.-
Estaba en la puerta de la mansión esperando el mercedes que la llevara a casa, cuando apareció Molly a su lado, o más bien se materializó como por arte de magia. – Marta, no hemos arreglado el asunto del dinero.- Dijo. Le tendió un fajo de billetes de veinte. – Quédate con el cambio. Y Marta, el próximo fin de semana es nuestro aniversario de bodas, que te parecería si…- Insinuó.
-Estaría encantada de...-Empezó a decir Marta, pero antes de poder terminar Molly la interrumpió. -Lo siento querida, debo irme, el lunes te llamo.- Y desapareció.
Marta fijó su mirada en el horizonte, estaba amaneciendo.