sábado, 14 de abril de 2012

Relato: La canguro

Con 15 años recién cumplidos, a Marta se le empezaba a quedar corta la paga semanal. Su madre se las ingeniaba para mantener ella sola a cuatro hijos, Marta notaba un nudo en la garganta cada vez que le daba los 20 euros para “sus caprichitos”. Mientras su madre se pasaba doce horas en el bar, ella se encargaba de que sus tres hermanos menores hiciesen los deberes, se comieran la lechuga y no se pasaran todo el día delante de la tele.

Un día se dirigía a la escuela seguida de cerca por los tres pequeños, que iban tranquilos y silenciosos gracias a un ingenio que se le había ocurrido para mantenerlos controlados, el ingenio no era otra cosa que un cordel, les había explicado que mientras agarraran fuerte el cordel y estuviesen callados, ningún monstruo les podría ver. – ¡Oye, perdona!- Le gritó una completa desconocida, Marta se giró y vio a una joven madre, que luchaba con una criatura para que estuviese quietecita,  se le acercó y le preguntó por sus honorarios: - ¿No son tus hijos, no? Eres muy joven.- dijo la extraña, que apenas conseguía agarrar la mano de la  criatura, decidida a cruzar la calle sin importarle el abundante tráfico y la ausencia de un paso de peatones.

-Son mis hermanos- Dijo Marta, se agachó. -¿Y cómo se llama esta niña tan bonita?- Interrogó a la pequeña que se había refugiado tras las piernas de su madre. Quizá por el alago, la criatura abandonó parcialmente su refugio y mordiéndose el dedo consiguió pronunciar: -Elena.- Tenía unos ojos azules preciosos.

-¿Eres buena chica Elena?- Preguntó de nuevo Marta, pero antes de que pudiese responder su madre se le adelantó.

- Es un monstruo.- Fue decir esto y los hermanos de Marta se agarraron aún más fuerte al cordel. – Me da igual si no acostumbras a hacer de canguro, ¿este fin de semana lo tienes libre? Te pagaré 15 euros por hora. Es mi aniversario y necesito un respiro de este incordio,  pareces una persona decente. – La niña se mordió el labio, estaba a punto de llorar. Sin pensarlo dos veces Marta cogió la barbilla de la niña y dijo: - Pues claro que pasaré unas horas con ésta adorable niña.- Una tímida sonrisa afloró en los labios de la pequeña. Anotó su número de teléfono en un papel y quedaron para ese mismo sábado. Lo que en un principio iban a ser un par de horas, se alargaron hasta cinco. El domingo siguiente Marta le dio 50 euros a su madre y le dijo que a partir de ahora no necesitaría semanada.

 Imprimió varias hojas con su número de teléfono y las colgó en las farolas de los barrios más exclusivos de la ciudad, ya que iba a vender su tiempo pensó, debía ofrecerlo al mejor postor. Pasaron un par de semanas y no recibió ninguna llamada. Hasta que un jueves, cuando estaba a punto de pedir dinero prestado a su madre, para pagar la factura del móvil, éste sonó, era un número oculto. – ¿Es la canguro?- Preguntó una voz femenina con acento extranjero. – Sí, yo misma.-Respondió Marta. – Verá, soy la señora Malone, éste sábado a mi marido y a mí nos gustaría tener una velada sin el pequeño, ¿estaría disponible?- Marta notó a través del teléfono la desesperación mal disimulada de su interlocutora. – Este fin de semana lo tengo completo.- Mintió. – Estamos dispuestos a triplicar su tarifa habitual querida y sería una noche completa. – Se tomó unos segundos para hacer los cálculos, consiguió mantener un tono neutro de jugador de póquer. – Está bien, dígame la dirección y cuándo quiere que vaya.- Colgó el teléfono y dio un grito de puro júbilo. 

Ese sábado, salió una hora antes para llegar a la dirección indicada, tenía pensado tomar el autobús y después dar un paseo y admirar los fabulosos jardines de las mansiones de la zona alta de la ciudad. Cuando cruzó el umbral de la puerta se encontró con un mercedes negro y un tipo vestido de chófer. Se acercó a ella.- ¿La señorita Marta?- Perpleja respondió: -Sí, yo misma.- -Vengo a llevarla a casa de los Malone.- Dijo el chófer mientras abría la puerta trasera del vehículo. – ¿Va en serio?- Preguntó Marta. El chófer la invitó a entrar con un gentil gesto y una pequeña reverencia. Se acomodó en la espléndida tapicería, lo que eran capaces de gastar algunos por pasar una noche sin sus hijos.  Y con ese pensamiento se quedó dormida.

Media hora más tarde ya habían llegado, le despertó una voz de lo más desagradable: - ¡No ha puesto el intermitente!- No le dio tiempo a ver de dónde provenía. Giraron a la izquierda por un camino particular, custodiado por grandes árboles, después cruzaron por unas grandes puertas metálicas que se abrieron automáticamente.  Aunque era de noche pudo ver la maravillosa villa en donde la había llevado el chófer. Los jardines llegaban hasta donde alcanzaba la vista, fuentes con estatuas de lo más variopintas, adornaban los caminos hacia varias isletas de flores, los olores  que emanaban la transportaron a lugares de ensueño en su imaginación. El chófer la acompañó hasta la entrada. Marta se quedó embobada ante aquella mansión, que parecía llevar allí desde el principio de los tiempos. La edificación tenía tres alturas, una estructura central y dos alas anexas. La mayoría estaba cubierta por enredaderas de ramas gruesas como piernas y espeso follaje. El interior debía ser de lo más tétrico, pensó. La entrada estaba flanqueada por varias columnas escrupulosamente talladas, admiraba Marta aquellas maravillas cuando una voz la devolvió a la realidad.

 – Tú debes ser Marta, la canguro.-  Una mujer de unos treinta años se aproximaba a ella, engalanada con un largo traje negro que ondeaba a cada paso que daba, si la mansión la había sorprendido por su intemporalidad, el rostro de aquella mujer la dejó hipnotizada. Era de una belleza delicada y aristocrática a la vez, un poco pálida quizá, pensaba Marta mientras la desconocida la agarró por los hombros y le besaba las mejillas con los labios más suaves que había sentido en su vida. - Soy la Sr Malone, llámame Molly.- Marta consiguió balbucear un – Encantada de conocerla.- 

La acompañó al recibidor cogiéndole de la mano como viejas amigas. Explicándole que hacía poco que se habían trasladado desde Nueva Orleans, de ahí su acento peculiar, no conocían a nadie y con el pequeño Tommy no habían tenido tiempo de hacer nuevas amistades. Marta escuchaba a medias, admirando el interior de aquella mansión que rivalizaba con las que había visto en la tele. Reinaba un ambiente oscuro pero acogedor, sólo iluminado por luces indirectas, según Marta insuficientes, para apreciar los detalles de los carísimos cachivaches que le dio tiempo a ver. Subieron las escaleras hasta la segunda planta, en las paredes había cuadros de retratos con cierto parecido a su anfitriona. -Son de mis antepasados.- Confirmó Molly, sin darle importancia. Marta se paró en uno que le pareció particularmente siniestro, le dio tiempo a ver la firma de uno de ellos. “Barón Malcom Malone 1305 DC.” Se quedó absorta en la contemplación de aquellos ojos que parecían observarla desde la pintura. – Querida, sígueme por favor. Tenemos un poco de prisa si quieres que te presente a Tommy.-  Marta se apresuró.

Molly se paró frente a una puerta al final del pasillo, abrió lentamente. El ambiente de la casa y lo surrealista de la situación le había hecho esperar a Marta algo muy diferente. Una habitación oscura con una cuna cubierta por una tela negra y un engendro diabólico en su interior, con cuernos y los ojos rojos o algo parecido. Nada más lejos de la realidad. Al entrar vio paredes decoradas con conejitos corriendo, tonos pastel y montones de peluches en todas partes. – ¿Cómo está mi ángel?- dijo Molly. En el suelo de la habitación un pequeño, de apenas tres años, jugaba con unos cubos y ponía a prueba su dureza intentando, sin éxito, masticarlos. Su madre lo levantó del suelo y lo puso frente a Marta. – Ésta es tu nueva niñera, se llama Marta.- El pequeño se la quedó mirando y al instante intentó zafarse del abrazo de su madre para ir con ella, con los brazos extendidos para coger su pelo. – Está bien, está bien. Podréis conoceros a fondo esta noche.- Dijo Molly. Marta se quedó un poco sorprendida, ¿acaso no se iba a pasar la noche durmiendo?, y mientras su madre depositaba al pequeño en la cuna preguntó. – ¿A qué hora debo acostarlo?-

-Verás querida, Tommy tiene el sueño cambiado, ayer me tuvo hasta las cinco leyéndole historias. Le encantan las de ése libro de ahí. – Dijo Molly, señalando un volumen gris de una estantería. – Mi pequeñín es muy inteligente, y muy despierto, ¿a que sí, a que sí? - Dijo esto mientras le hacía cosquillas al pequeño, éste se desternillaba y sonreía feliz.  - Te va a poner a prueba, por eso te elegimos Marta, por tu edad podrás aguantar hasta tarde sin bajar la guardia, no hay nada mejor que la sangre joven ¿verdad  Tommy?- Marta leyó entre líneas, que esperaban que cumpliese con su obligación de canguro a rajatabla. Estaba claro que se iba a ganar cada céntimo de esa noche.

– Pueden irse tranquilos, además trasnocho bastante los fines de semana, es cuando hago los deberes, entre semana no tengo tiempo. Y llevo años cuidando pequeños monstruitos.- Contestó Marta.   

Molly se giró, con una sonrisa llena de picardía en los labios y replicó. – Bueno, si estás acostumbrada a tratar con monstruos, no habrá ningún problema.- Lo dijo con un tono que puso la carne de gallina a Marta, pero la dulzura en la mirada de su interlocutora la hizo calmarse, lo suficiente al menos para parecer una profesional.  – Bien, creo que es todo, si necesitas algo pulsa el interruptor y el mayordomo te proporcionará cualquier cosa. ¿Has cenado?- Preguntó Molly.

-Sí, cené antes de venir. Soy una profesional.- Contestó Marta, algo ofendida. – No me cabe duda querida, bueno entonces yo me marcho.- Molly miró su reloj. – ¡Madre mía, que tarde es ya! Os dejo, cualquier cosa ya sabes, llama al servicio.- Dio un sonoro beso al pequeño y otro a Marta y se fue cerrando la  puerta tras de sí.

Libre ya de la absorbente presencia de su jefa, Marta se tomó su tiempo para reconocer la habitación. Era muy grande, pero estaba decorada con poco mobiliario. Una alfombra acolchada en una esquina, rodeada por una especie de cerca baja. La cuna, una mecedora de lo más cómoda, una estantería con unos pocos libros y un arcón. Lo abrió y pudo ver varios juguetes, espadas de plástico, coches y algo que parecía una capa. Y peluches, peluches para aburrir. El pequeño hizo un ruido, Marta se acercó a él y lo observó con más detenimiento. Los  mismos ojos de su madre la miraban ahora con gesto entre interrogador y curioso, un pelo rubio y rizado, realmente su madre tenía motivos para llamarle ángel, le faltaban las alas para hacer el paquete completo. 

-Hola Tommy, dime ¿qué quieres hacer? ¿Jugar con tu colección de peluches, con tus coches, quieres que te dé una lección de abecedario?- Para su sorpresa el pequeño parecía entenderla perfectamente, respondiendo a sus ofertas con un gesto negativo de la cabecita, algo espasmódico.- Entonces, ¿Qué te parece si te leo algo?- El pequeño sonrió y levantó los brazos para que le sacara de la cuna. – Vaya, que espabilado eres.- Lo sacó y lo dejó sobre la alfombra con cuidado.

- ¡Caray, cómo pesas!, veamos ese libro que dice tu madre que tanto te gusta.- Cogió el tomo gris de la estantería y leyó la portada. – Clásicos de terror para niños. – Debía ser una edición especial adaptada, pensó. Se sentó en el suelo junto al pequeño y al leer los títulos de  las historias se confirmaron sus sospechas. -¿Qué te parece la sirenita?, ¿El príncipe valiente?, ¿Caperucita roja?- El pequeño aplaudió como respuesta al último título.

-Bien, allá vamos.- Marta empezó a leer, había hecho lo mismo para entretener a sus tres hermanos y no se le daba nada mal. Parodiando las voces de los personajes y haciendo las pausas pertinentes para mantener la tensión y captar la atención de los pequeños. Después de una hora leyendo estaba llegando a la parte final de la historia, el lobo ya había engullido a la abuela y caperucita le estaba haciendo la rueda de preguntas por todos conocidas:

(-Abuelita, abuelita qué nariz más grande tienes.-)Leía Marta.

(– Es para olerte mejor.- Contestó el lobo imitando la voz de la abuela.)

(-Y qué boca tan grande tienes abuelita.- En ese momento el lobo se abalanzó sobre caperucita, agarrándola de las trenzas y tirando de su cuello para atrás hasta casi partirlo.) Marta no recordaba haber leído ninguna versión con tanto lujo de detalles, pero Tommy parecía disfrutar de lo lindo, no podía parar ahora, en pleno acto final. Marta retomó el drama, imprimiendo una sonora voz para el personaje del lobo malvado.

(-¡Es para comerte mejor!- Dijo el lobo mientras con sus afilados dientes degollaba la tierna carne de su presa. La sangre, todavía impulsada por el  corazón palpitante de caperucita, salió despedida de su garganta, tiñendo el cuarto de la abuela con una lluvia escarlata. Fin)

-Fin ¿cómo que fin?, la caperucita no acaba así, hay un leñador y…- Marta estaba alucinando. ¿Qué clase de monstruo había escrito aquella versión demoníaca de la caperucita? Pero lo mejor del caso es que el pequeño Tommy estaba encantado con aquel final. Mientras Marta leía había cogido un par de peluches, representando a los personajes del cuento, y en ese momento estaba repitiendo el acto que acababa de leer Marta, imitando los gruñidos del lobo.

Cerró el libro y buscó la editorial en la parte trasera en busca de algún tipo de explicación razonable, tal vez pretendían dar un mensaje aún más claro a los niños, pero aquello se le hacía inconcebible. El pequeño Tommy se le acercó y le arrebató el libro de las manos, hojeando le enseñó a Marta lo que estaba buscando, las ilustraciones. Tuvo que hacer acopio de todas sus fuerzas para mantenerse serena. Allí estaba con colores tan vivos que parecían salirse de la hoja, el lobo y su presa. La cabeza de caperucita caída hacia un lado, los ojos sin vida, los colmillos imposibles del lobo  y la sangre. Cerró el libro y lo arrojó al suelo con repugnancia. Tommy se la quedó mirando extrañado, recogió el libro y de nuevo se puso a hojear, se lo ofreció abierto por el cuento de Hansen y Gratel. Se dirigió al montón de peluches y sacó otro par, dispuesto a representar de nuevo la obra. Marta pasó las hojas hasta el final y leyó, esta vez para sí misma. (La carne de los niños, después de varias semanas de cebado a base de dulces, estaba exquisita, la bruja incapaz de comérselos ella sola decidió convocar un aquelarre para esa misma noche, en donde ofrecerían ofrendas al maligno y…). Que disparate, pensó.

-Mira Tommy, la tita Marta te contará ahora otro cuento, ¿de acuerdo?- El pequeño lanzó los peluches al montón y se la quedó mirando, le faltó decir, “¡más vale que me sorprendas!”. Marta se sintió algo acobardada por el éxito de su propuesta, no esperaba tanta expectación. Más aun cuando se dio cuenta de que no recordaba ningún cuento que no apareciese en el libro y que el pequeño no conociese. Repasando de nuevo la lista de títulos, encontró que faltaba uno. - Dime Tommy, ¿te han contado alguna vez la historia de Drácula?- Como respuesta obtuvo una leve inclinación de cabeza, el pequeño rebuscó entre sus peluches y le fue enseñando su colección por si acaso. Los tenía todos, por lo menos todos los malos conocidos, desde Freddy Cruguer hasta Darth Vader. Pero no tenía ningún Drácula.  

- Veo que no la conoces, bueno. Vamos allá.- Y empezó a relatarle el cuento de memoria.

 (Érase una vez en Londres, un joven abogado recibió el encargo de ir a visitar a un importante cliente en Transilvania….) Puesto que no estaba leyendo, Marta pudo ver el efecto de  sus palabras sobre el pequeño. Desde hacía rato estaba completamente ajeno a la historia, rebuscando en el cajón de sus juguetes. Solo mientras describía al conde, el pequeño prestó algo más de atención. Decidió hacer una prueba, teniendo en cuenta la clase de historias a la que el crío estaba acostumbrado, tal vez debería subir un poco el nivel a más de diez y ocho años. Estaba llegando a la parte en que unas vampiresas chupaban la sangre del protagonista.  

(Las cuatro sirvientas del demonio, rodearon aquel cuerpo indefenso tendido sobre la cama, arañando la débil carcasa de su piel con sus garras y colmillos afilados), Tommy empezó a perder interés en el cajón de juguetes y volvió a prestar atención. Marta se dio por vencida y siguió en ese tono.
Eran las dos de la noche pasadas, empezaba a tener la boca seca después de varias horas leyendo y algo de hambre. Decidió hacer una pausa en la historia. - ¿Tienes hambre Tommy?- El pequeño asintió. – Pues vamos a ver si alguien nos puede traer algo para picar.- Dijo, pulsó el interruptor de llamada con cierto remordimiento por la hora. En menos de un minuto alguien golpeaba la puerta débilmente. Marta abrió y pegó un salto espantada. – ¿Ha llamado la señorita?- En el umbral de la puerta un personaje que rivalizaba con la descripción que acababa de hacer del mismísimo conde Drácula, algo más viejo y más encorvado, esperaba con gesto servicial. – Sí, he sido yo.- Respondió Marta tras reponerse del susto inicial, “es normal que tenga esas pintas si está siempre haciendo el turno de noche”, pensó. – Sería tan amable de traerme un vaso de agua, y algo para comer, cualquier cosa, un Frankfurt estaría bien. Y creo que a Tommy también le apetecería algo.- El pequeño respaldó la idea de Marta con un sonoro “ñam ñam”. – Por supuesto señorita.- El mayordomo se alejó sin hacer el más leve sonido, Marta habría jurado que levitaba sobre el suelo. Cerró la puerta con cuidado, se fregó las sienes con las manos y se dirigió a la ventana, para ver si el aire de la noche conseguía difuminar las disparatadas ideas que le asaltaban la mente, el pequeño Tommy jugaba de nuevo con sus peluches. Al descorrer las cortinas e intentar abrir la ventana, se encontró con que estaban bloqueadas y que los cristales estaban teñidos de negro. Alargaba la mano para tocar el cristal cuando oyó un leve repicar en la puerta. – Señorita, su refrigerio está servido.- Dijo una voz en el pasillo. “refrigerio, quién utiliza esa palabra hoy en día”. Abrió la puerta y ahí estaba, el aprendiz de Drácula con una mesita de desayuno entre las manos y algo que pretendía ser una sonrisa en el rostro.

– Gracias, déjelo ahí mismo, en el suelo.- La pinta y las maneras de aquel mayordomo le empezaban a hacer gracia a Marta, era un estereotipo tan perfecto. Se atrevió a preguntarle.- Disculpe, ¿Me podría decir por qué las ventanas están pintadas de negro?- El mayordomo pareció algo turbado, desviando la mirada hacia Tommy contestó. - Al señorito no le sienta bien la luz del sol. - Marta adivinó ternura en los ojos de aquel anciano encorvado, realmente le estaba empezando a caer hasta simpático. – Vaya, conque fotosensible, ahora me dirá que usted se llama Ígor, ¿no? –, dijo Marta burlona. El rostro del anciano se volvió ofendido hacia Marta, replicó.- Mi nombre es Francisco Torres, para servirla. Y ahora si me disculpa, les dejo, aún tengo mucho que hacer antes de que vengan los señores.- Cerró la puerta y se fue.

Algo turbada por la reacción del mayordomo y enojada consigo misma por su falta de tacto, Marta abrió la puerta para pedirle disculpas, pero cuando salió al pasillo ya no estaba. Entró de nuevo en la habitación y vio que Tommy no la había esperado para comer. Estaba dando buena cuenta de un biberón cubierto con un paño térmico para que no se enfriara, supuso. En la mesita, un espléndido ejemplar de Frankfurt la aguardaba a ella, con sus correspondientes botellas de Mostaza y Kétchup para aderezar. Las experiencias de las últimas horas la habían hecho consumir más energía de la normal, apenas si bebió algo de agua mientras devoraba su Frankfurt, estaba delicioso. Mientras se chupaba los dedos, y barajaba la posibilidad de llamar de nuevo al señor Francisco, Alias conde Drácula, para pedir otro bocado. Tommy se le reveló, empezando a chillar algo parecido a “ácula, ácula”. – Está bien, está bien, ahora sigo.- Dió un largo trago de agua, y reanudó la historia, esta vez sin censura ninguna. Estaba claro que a éste niño ya no lo asustaba ningún engendro de novela. Al no tener que pensar en alternativas adecuadas a un niño de la edad de Tommy, el relato fue mucho más veraz y el pequeño estaba fascinado con la cantidad de vísceras que Marta, no se cortaba un pelo en describir minuciosamente.  

Estaban llegando al final, Marta se había puesto la capa, que le llegaba a media espalda, para dar más realismo a la escena. No se limitaba a contar la historia, estaba de pié imitando la lucha final entre Drácula y Van helsing.

(La yugular de Van helsing estaba a punto de ser degollada por el conde cuando, en el último momento, Mina le apuñaló el corazón por la espalda, dando fin a la pesadilla de ambos y liberando su alma de aquel mal que le tenía prisionero). Marta se tiró dramáticamente al suelo boca abajo, representando la muerte de Drácula, cerró los ojos e imitó una última exhalación que pretendía reflejar el alivio del alma del conde. Los berridos de Tommy fueron instantáneos. – Cariño, no llores, es un final feliz, es como deben ser los finales. – ¡Mina y su esposo vivieron felices y comieron perdices!, ¡Drácula es el malo, tiene que morir!- Ese comentario pareció avivar más el llanto del pequeño. – Vale, vale. Ya pasó.- Marta le cogió en brazos y se calmó un poco. - Espera ¿quieres?, me parece que puedo pensar otro final, pero me tendrás que ayudar, ¿de acuerdo?, ahora tú llevarás la capa.- Tommy la miró intrigado.

-Los señores han cenado.- Preguntó el mayordomo. – Sí Francisco, los señores han cenado, como hacía años que no lo hacían he de añadir.- Era el Sr Malone quién hablaba, parecía de lo más satisfecho. -¿Qué tal las cosas por aquí?- Preguntó Molly con cierta preocupación en la voz. –Sin novedad señora.- Dijo mientras colgaba el abrigo en el guardarropa. De repente, un grito atroz rompió la quietud de aquella escena. Subieron corriendo las escaleras que conducían a la segunda planta y la habitación de su hijo. Por el camino, él tuvo tiempo de recriminarle a su esposa.- Te dije que pasaría algo así, teníamos que haber contado con uno de los nuestros.-

Cuando llegaron no se oía nada tras la puerta, abrieron y se encontraron con el pequeño Tommy inclinado sobre el cuerpo inerte de Marta, el cuello cubierto de sangre. – ¡Pero no es posible!, ¡Todavía no le han crecido los colmillos!- Dijo Molly. - Te advertí que algo así podía pasar, a mí me salieron de la noche a la mañana.- No había acabado de decir esto el Sr Malone cuando Tommy se levantó, aun con la boca cubierta de sangre y se fue directo a abrazar a sus padres.  

- Pobre chica. Bueno, por lo menos la canguro nos va a salir gratis.- Dijo Molly.

- ¡¿Cómo que gratis?! - Dijo Marta, levantándose y limpiándose el Kétchup del cuello con un pañuelo. Los Malone saltaron al unísono. - Menuda noche hemos pasado, ¿a que sí Tommy?- El pequeño asintió con la cabeza, enseñando sus encías desnudas cubiertas de Kétchup. -Además hemos representado un final alternativo de Drácula, más acorde a digamos, sus tradiciones.- Tommy corría por la habitación gritando “¡ácula, ácula!” ondeando su capa.

El mayordomo llegó en ese momento, respirando forzadamente. – ¿Va todo bien?- Preguntó.

-Estupendamente Francisco. Haga el favor de avisar al chófer, la señorita ha terminado su trabajo por esta noche.- Dijo Molly.

Notando el frío tono de su anfitriona, Marta recogió su bolso y se arrodilló junto  a Tommy.

– Lo he pasado muy bien ésta noche chiquitín. Espero que algún día te conviertas en un vampiro tan terrible como el de las historias que tanto te gustan.- Dijo Marta. Tommy se colgó de su cuello, gritando “¡¡¡¡Ámpiro, aaaah!!!, y mordió de broma su cuello sin causarle mas que unas terribles cosquillas. – Te echaré de menos.-

Estaba en la puerta de la mansión esperando el mercedes que la llevara a casa, cuando apareció Molly a su lado, o más bien se materializó como por arte de magia. – Marta, no hemos arreglado el asunto del dinero.- Dijo. Le tendió un fajo de billetes de veinte. – Quédate con el cambio. Y Marta, el próximo fin de semana es nuestro aniversario de bodas, que te parecería si…- Insinuó.

-Estaría encantada de...-Empezó a decir Marta, pero antes de poder terminar Molly la interrumpió. -Lo siento querida, debo irme, el lunes te llamo.- Y desapareció.

Marta fijó su mirada en el horizonte, estaba amaneciendo.
















Microrelato: El mismo destino

-Ya quedamos muy pocas. Hay un vínculo especial entre nosotras, ésta oscuridad y el confinamiento en un espacio que apenas nos permite movernos, es algo que une más que cualquier cosa. No recuerdo cómo fue, ocurrió de repente, en medio de la noche. Se llevaron a la primera de nosotras y unos segundos después antes de poder narrarnos los horrores que estaba viendo, se llevaron a la siguiente. Fue terrible, dicen que la sumergieron en un líquido casi hirviendo, intentó aferrarse a la vida, pero acabó ahogándose. Después vino la oscuridad.-

-No veo nada, y no puedo moverme. Ahora sólo quedamos dos, le pregunto a mi compañera de encierro cómo se llama, para intentar tranquilizarla. Dice que María, mi madre también se llamaba así, le contesto. Le digo que no se preocupe, que estaremos juntas hasta el final, pero son promesas huecas, tal vez así consiga mantener la poca cordura que me queda. Cuando creía que la había hecho salir del abismo, rompe de nuevo en sollozos, me dice que a la última la hicieron pedazos y se la repartieron como salvajes. Le digo que no se preocupe, que a nosotras no nos pasará, pero me equivoco...-

-Una luz cegadora, y ahí está, nuestro verdugo, en una cosa acerté, compartiremos el mismo destino, pues nos han cogido a las dos. -


-¡Andrés, cómete las galletas de una en una o te atragantarás!-


Microrelato: A paseo

Sentado en la mecedora del porche, el anciano explicaba a su nieto. – Pasear es muy bueno ¿sabes?, pero como todo, tiene su secreto. Mientras lo haces, intenta escuchar el sonido de lo que te rodea. Si prestas la suficiente atención y te tomas tu tiempo, aprenderás por el trinar de los pájaros si va a llover y el aullido del viento te prevendrá de noches frías. Incluso el silencio significa algo. Por estos caminos paseaba con tu abuela, cogidos de la mano recorríamos el bosque. Ella no paraba de parlotear, en más de una ocasión, estuve a punto de partirme la crisma por prestarle más atención a ella que a lo que tenía delante, así de enamorado me tenía. Ella supo ver en mi silencio, la pasión que me provocaba ya de mozos. – El nieto atendía atento mientras el anciano, con la mirada perdida en un pasado como siempre mejor, retomaba el hilo.
-Y no vayas con prisa, que las prisas no son buenas. El lugar al que tengas que ir no se va a mover, y la gente que te espere, si de verdad te quieren te esperarán el tiempo que haga falta.- El nieto preguntó ansioso.
-¿Podemos ir a pasear y me enseñas cómo se hace?-

-Ahora no puedo, tu abuela me espera, pero te prometo que algún día te enseñaré.- Contestó. El nieto saltó de la mecedora y fue corriendo a la cocina, gritando contento. – ¡Mamá! ¡El abuelo ha dicho que me va a enseñar a pasear!- La madre dejó lo que estaba haciendo,  cogió al pequeño en brazos y dijo:
- El abuelo está en el hospital muy malito, esta tarde iremos a verle, pero no creo que tenga fuerzas para ir a pasear.-     

Microrelato: Migas y cabezones


La calle está llena de demonios, persiguen a la gente y les pinchan con lanzas ardiendo. Me escondo asustado tras las piernas de mamá. Apenas cierro los ojos un estruendo quiebra el cielo, alguien está disparando  contra las estrellas, debe ser cosa de los demonios. Pero no los veo, tal vez el ruido les haya espantado. Verdes, azules, amarillos, los colores tiñen la oscuridad de la noche, ahora que lo pienso, probablemente serán planetas que explotan, porque las estrellas son blancas. Tengo sueño, se me cierran los ojos, mañana se lo preguntaré a mamá.
Es de día, estamos delante del ayuntamiento y, Dios mío, ¡está lleno de gigantes! Sus cabezas llegan hasta los primeros balcones de las casas y, ¡ay madre!, hay unos señores bajitos y cabezones que no paran de girar. Serán los habitantes de los planetas que explotaron ayer,  deben haber ido al ayuntamiento para ser acogidos, no podrían haber ido una ciudad mejor. Mamá dice que vamos al parque a comer migas. A lo mejor se han acabado si han ido los cabezones, además si tienen que comer a base de migas, la cantidad de barras de pan que se habrán tenido que romper. Se escucha un ajetreo, uno de los cabezones se acerca a nosotros, con esa cabeza tan grande me da miedo, me acurruco tras mamá. Cuando llega a nuestra altura veo como el cabezudo, ¡se quita la cabeza! Ese día descubrí la terrible verdad de que mi padre es un extraterrestre.

Microrelato fantástico: Petra

Petra creció en las montañas, bajo la estricta tutela de su madre. Ésta creía, como muchos padres, que lejos de las tentaciones y la alocada vida de la ciudad, su hija acabaría olvidando los instintos naturales que parecen gobernar la voluntad de los jóvenes. La madre de Petra sólo quería protegerla, lo que no sabía es que contra más nos dicen que no debemos hacer algo, más ganas nos dan de incumplir las normas.

La historia de Petra no tendría nada de particular, ni nuevo, sino fuese porque Petra, era una piedra. Lisa y sencilla,  de un tono grisáceo y algunas pequitas de musgo, no era grande como para asustar a un forzudo, ni tan pequeña como para meterse en un zapato y retrasar nuestro paso. Si bien tenía el tamaño y forma ideal, para acomodarla en nuestra mano y, tal vez, lanzarla a un lago. Y verla alejarse dando saltos cada vez más cortos hasta hundirse en el agua.

Cualquier lector pensará “esto es cosa de locos”, nada más lejos de la realidad. Las piedras, como todo en esta vida, tienen su lenguaje, capacidad para aprender, sentimientos y anhelos. El problema es que muy pocos podrían escuchar el lenguaje de las piedras, hablan muuuuy bajito y tardan una barbaridad en decir cualquier cosa. Si  colocáramos una grabadora lo suficientemente sensible cerca de una piedra, roca o  pedrusco, en unos meses, podríamos escuchar una conversación. Como la que en estos momentos  Petra tenía con dos amigas que recientemente habían vuelto de la ciudad.

-Ha sido estupendo.- Contaba ostentosamente la recién llegada. – Hemos vivido rodeadas de glamour, después de un tiempo viajando llegamos a  un hotel, de cinco estrellas nada menos. ¡Y la de cosas que hemos visto! ¿Verdad que sí? - Sin darle tiempo a responder a su compañera de viaje continuó hablando. Ella la miró enfadada. Petra escuchaba celosa. - Nos pusimos junto a otras chicas en el jardín de la piscina y todos los días veíamos gente nueva, se bañaban medio desnudos delante de nosotras sin ningún pudor, los niños gritaban y jugaban a pelota. ¡Otros se daban masajes y tomaban el sol, todo el mundo parecía tan feliz!- La piedra que hablaba era una piedra Pómez, de los Pómez de toda la vida vamos. Con una superficie porosa y de un color rosáceo. - Un día, ¡hasta hicieron un bingo! ¿Te acuerdas? - De nuevo la dejó con la palabra en la boca y continuó presumiendo de su aventura.

Petra, preguntó: - Y si todo era tan maravilloso, ¿por qué os  fuisteis tan pronto? -La verdad es que nos aburrimos de aquello.- Contestó nerviosa la piedra Pómez. Tendría que haber preparado una escusa, pensó, mejor me voy.  - Lo siento pero debo irme, todavía no he saludado a mi padre y es muy duro cuando se enfada, es aquél peñasco de allí. - Dijo mientras saludaba a una formación rocosa a lo lejos. - Adiós- Se despidió.

Permítanme un alto en el relato. Algún lector esclavo de arquetipos y clichés podría decir: - Vale que las piedras hablen. Pero que caminen eso sí que no puede ser. - Déjenme que les plantee una cuestión milenaria. Cuando un árbol cae en el bosque, si no hay nadie para escuchar el estruendo, ¿haría éste ruido? De la misma manera que nadie lo podrá confirmar, puesto que si lo ha oído es que estaba, nadie puede afirmar que cuando nadie las mira, las piedras se mueven. ¿Acaso no les ha sorprendido un pequeño desprendimiento cuando paseaban por la montaña? Alguna piedra despistada que estaba dando un garbeo, seguro. Continúo. 

Cuando se fue, la otra piedra contó enojada el final de la aventura.- Yo te diré por qué nos fuimos de allí cómo alma que lleva el diablo. - Empezó con tono cómplice. - Un día me desperté un poco tarde, estuve hablando hasta la madrugada con un chusco de lo más macizo, puro mármol te lo digo yo.- Confesó guiñándole el ojo.- Pues eso, que me desperté y no estaba. Miré por todas partes e incluso me arriesgué a ser vista por  alguien y nada. Hasta que decidí preguntar a unos guijarros apiñados que decoraban una maceta.

- Sí, la hemos visto. Está detrás de aquella palmera.- Me contaron.  Con cuidado rodeé una inmensa palmera que crecía majestuosa en un rincón alejado de la piscina. La encontré llorando desconsolada, estaba muy sucia. -¿Qué te ha pasado?- Le pregunté. Después de calmarse un poco me señaló una señora, entrada en años, que devoraba las páginas de una novela. Al parecer la anciana, la cogió y se la estuvo restregando por los pies durante un buen rato, hasta que se quitó las duricias. Después la arrojó sin compasión tras la palmera, llevaba allí toda la noche, mirándose asqueada y sin saber qué hacer. No la pude convencer de que ella era una piedra, que aquello no es nada, con un baño se le quitaría, pero nada. Y nos tuvimos que volver...- A Petra le pareció de lo más gracioso, claro que su interlocutora estaba que echaba humo. - Te lo juro.- Continuó.- La próxima vez me voy sin ella. Estoy harta de sus fanfarronadas. Oye, y tú ¿qué harás estos días, tienes planes?, podríamos ir juntas al mismo hotel, ni a ti ni ha mí nos van a coger para limar asperezas. - A Petra la idea de dejar aquellas montañas y ver  el mundo le entusiasmo, pero antes de que pudiera responder con un sí rotundo, una voz la reclamó a gritos. -¡Petra! Ven aquí ahora mismo. - Era su madre. Petra cayó de aquella nube hecha de sueños, que apenas sí había alzado el vuelo y contestó.- Bueno, me tengo que ir, otra vez será.-

Microrelato: El truco del conejo




Éste verano llevé a mi hijo de diez años al pueblo, la perspectiva de pasarse un par de semanas sin Adsl le molestó bastante. A saber lo que mirará un niño de esa edad en la red. “¡Pues claro que tengo el filtro de menores activado!, ¿por quién me han tomado?” Hice lo que cualquier padre hubiese hecho con un crío que no para de berrear, entrar en la primera juguetería y comprarle un regalo para que se estuviese calladito. Encontré una kit de (magia fácil para niños), en mis tiempos la llamábamos de otra manera, “pero no es cuestión de hacer publicidad gratuita”. Cuando se la di y descubrió lo que era se entusiasmó, ese mismo día se leyó el libro que incluía trucos sencillos con cartas,  pelotas y pañuelos de colores. Imaginé que se le pasaría la tontería en un par de días, pero no fue así. Nos dejó a todos perplejos cuando se acercó a mi madre, y le preguntó si ella sería capaz de hacer una capa de mago. Al día siguiente su abuela, “que es una virtuosa con la aguja”, ya le tenía preparada una preciosa capa negra. – Tiene más bolsillos secretos que la de Judiny.- Me confesó mi madre, orgullosa de su obra. En el libro además venía un patrón para fabricarse una chistera con doble fondo, eso fue cosa mía, “yo soy más virtuoso de cartón y tijeras”. Tendrían que verlo que feliz estaba, repitiendo sin parar: (¡abralacabra, abralacabra!), “cualquiera le llevaba la contraria”,  haciendo aparecer pelotitas de colores por todas partes varita mágica en mano. “Sí, insoportable”. Decidí hacer una visita a unos parientes que vivían cerca y que tenían una pequeña granja, para dar un respiro a la familia. Salimos, él por supuesto con su nuevo atuendo, y me preguntó: - Papá, ¿Manuel tendrá conejos? -  “Lo que faltaba…”. Manuel estuvo encantado de ceder uno de sus conejos, para catapultar la incipiente carrera de mi hijo como mago. Nos enseñó los que tenía, estaba yo pensando cómo explicarle a mi mujer la adquisición de una de aquellas apestosas criaturas cuando, de entre todo ese amasijo de pelos apareció la Marilyn Monroe de los conejos. De pelo blanco, grácil, con una elegancia de movimientos que hasta yo supe apreciar. Mi hijo se quitó la chistera y sin decir nada saltó y espero obediente a que el pequeño la escondiera en el falso fondo. Aquel conejo era un pura sangre, había nacido para el estrellato, no cabía duda.

Volvimos temprano, mi madre estaba en la cocina y  mi padre en el salón viendo las noticias. Ansioso por enseñar su nuevo ayudante en el espectáculo de magia, mi hijo fue corriendo a la cocina, anunciando a pleno pulmón: – ¡Abuela, abuela! ¡Mira lo que me ha dado Manuel!- Mi madre cogió el conejo por las orejas, lo miró y de un golpe seco le partió en cuello. – Éste para el arroz.-Dijo.