sábado, 21 de abril de 2012

Microrelato: Despertar


Los dígitos del despertador se le antojaban ojos que le observaban en la oscuridad, todavía no tenía muy claro si con gesto de burla o de temor, ante las posibles represalias por ponerse a sonar sabiéndole despierto, cinco minutos antes de las siete. Alzó el brazo con el puño preparado para destrozar el pequeño artilugio electrónico, consiguió contenerse en el último momento.  Anuló la alarma y dándole unos golpecitos dijo: – Por hoy te has librado, mañana Dios dirá.- Se sentó en la cama, se sentía más cansado que cuando se acostó. Aunque ésa no era la palabra que definía su estado de ánimo. - ¿Vencido tal vez?, fracasado por supuesto, humillado, engañado, traicionado.  Derrotado. Sí, tan derrotado como me sentí ayer y antes de ayer.-

Cinco años habían pasado desde que la empresa hizo el ERE con el pretexto de pérdidas. Treinta años dejándose la piel y así se lo habían pagado. ¿Pagado?, ni siquiera eso, aún no había visto un céntimo ni del fondo de garantías.

Cincuenta y cinco años y en el paro. En las pocas entrevistas que había hecho, le habían plantado delante unos requisitos tan disparatados, que se quedaba atónito cuando le decían que el sueldo sería de unos novecientos euros. Claro que al final siempre le acababa llamando una jovencita para comunicarle que: “su perfil no se adaptaba al puesto”. O sea que no querían a un maldito viejo.

Se levantó y fregó los pocos platos sucios de la cena mientras preparaba café. – Por lo menos he dejado el tabaco.- Pensó – He tenido que dejar tantas cosas, el tabaco, el mercedes y a Mercedes. - Su mujer lo había abandonado  cuando dejó de entrar dinero en casa. Ni siquiera se molestó en fingir la excusa de un amante. – Te dejo, ya he malgastado demasiado tiempo de mi vida contigo.- Rememoró las palabras de su exmujer. – Cierto, fue ella quien me abandonó.-  

Se apoyó en mármol de la cocina, con las manos aun mojadas. Al sentir la primera lágrima correr por su mejilla se obligó a vaciar su mente de aquellos pensamientos, siguió fregando. – Eso es, mantén la mente ocupada, cuando termines con la cocina te haces el baño que ya le toca.- Dijo. La expresión le hizo recordar a Daniel, su ex jefe. – Cuando termines de dibujar los esquemas limpia la mesa, que ya le toca.- Le decía cada viernes por la tarde, y cada lunes la mesa estaba igual o peor que la semana anterior. - Bendito cabrón, que suerte tuviste de palmarla, y que a gusto te quedaste cuando le partiste los morros al gerente.- Una idea cruzó su mente, desvió la vista y encontró lo que estaba buscando, casi sin darse cuenta de lo que estaba pensando. Los antidepresivos, junto a la botella de whisky, se los quedó mirando mientras asimilaba el pensamiento suicida  que acababa tener. – ¿Y porqué no? Total, ya no queda nada por luchar, nos lo pueden quitar todo, ¡nos lo están quitando todo!, nos ponen un Barça Madrid y nos olvidamos del 15 M y todo lo que representa. ¡A la mierda con todo! – Dijo. Cuando ya tenía la botella en la mano, oyó un ruido, la cafetera. Se la quedó mirando, dejó la botella en el mármol y apagó el fuego. – ¡Joder!, si todavía no he tomado ni café.- El aroma a café recién hecho le templó lo suficiente los ánimos como para tomarse un receso y ver las noticias. Se sirvió una taza y puso la televisión.

Después de veinte minutos de desfalcos, ERES, viajes del monarca a cazar elefantes y en general crisis, “perdón CRISIS ”, apagó la televisión. Echó un último vistazo al comedor, no era capaz de evocar ningún recuerdo de aquella sala que le hiciera dar marcha atrás en sus planes. En una estantería se encontró con un viejo álbum familiar escondido bajo un fajo de revistas de su exmujer.

Lo desenterró de la avalancha de páginas de moda e interiorismo y lo abrió. Se dio cuenta que estaba al revés demasiado tarde, varias fotos cayeron a sus pies. Se arrodilló y cogió una al azar. Era una foto en blanco y negro, tan vieja y quebradiza como hoja otoñal. En ella se veía a un hombre de rasgos duros como la piedra, vestía pantalones de pana y un chaleco de borrego. Posaba ante la cámara empuñando una especie de escopeta, apoyándola en el muslo, como si fuese un cazador, pero sin la presa abatida bajo la bota. Su mirada le llamó la atención, las décadas de encierro en aquel álbum no habían conseguido robarle la determinación. Con solo mirarlo sintió cómo una brizna de esperanza luchaba por abrirse paso en su pecho. Le dio la vuelta, incapaz de enfrentarse un segundo más a ése rostro que parecía gritarle. – ¡Tú eres capaz de lo que sea! – Había algo escrito en el reverso: Valeriano Porras Montero Revolucionario 1868. Su abuelo.

Él no tenía un trabuco, pero nunca se le dio mal escribir, se sirvió una segunda taza de café y empezó un blog. -La revolución continúa.-


Microrelato: La maleta de Andrea




- Con ésta van tres veces que deshago la maleta, pero es que en ésta no me cabe nada.  Mejor cojo la grande. El neceser, secador de pelo, las cartas de amor para los vampiros… A ver ¿Qué más? ¡Las zapatillas! ¡Por supuesto! no quiero que mis bonitos pies estén expuestos a Dios sabe qué hongos, tendría que buscarme un novio micólogo... Ahora que lo pienso, los zapatos rojos me quedarían divinos con el vestido negro, son tan bonitos. – Saca los zapatos y se los intenta calzar, pero le vienen pequeños. – Maldita sea, ¿tanto tiempo hace que no me los pongo? ¿Y desde cuando engordan los pies? Recuerdo cuando Juan me los regaló, era tan detallista. Fue decirle que me gustaba el color rojo y dos de cada tres días me traía algo  de ése color. Un bolso, rosas, lápiz de labios... Por cierto, ¿Lo he puesto en el neceser? Madre mía, que desastre... No acostumbro a pintarme los labios, pero nunca se sabe. – Mete el pintalabios en la maleta y se topa con un pañuelo para el cuello. – ¿Me estaré quedando corta con la ropa de abrigo? ¿Qué tiempo hará? No se, mejor me llevo algo más. Y el paraguas claro,  con un poco de suerte a lo mejor  tengo ocasión de compartirlo con alguien. Sí, eso es. Juntitos los dos bajo una suave lluvia primaveral, notando el calor del otro, rozándonos como sin querer. Sería tan romántico. – Se queda unos instantes con la mirada perdida, sujetando el paraguas,  imaginando a su compañero en aquel paseo bajo la lluvia, casi le parece sentir la humedad y el olor a tierra mojada. Un leve repicar la saca de su ensueño.

 – Andrea, ¿cómo tienes la maleta?- Le pregunta un rostro amable desde la puerta. Andrea no responde.

- Mañana sigues, es hora de acostarse. ¿Sabes ya dónde irás?- Andrea la mira como si no la viese. 

-Bueno, si ésta noche te acuerdas se lo dices mañana al doctor. Venga vamos a ponerte tu pijama favorito.- 

La enfermera tiene que pedir ayuda al celador para quitarle el paraguas a Andrea y poder ponerle la camisa de fuerza.