lunes, 26 de noviembre de 2012

Microrelato: A medianoche


 

Perezosas  las agujas del reloj del ayuntamiento se acercan a la media noche,  será mejor que me de prisa. Cruzo la plaza de la Vila hasta mi ático en la calle San Carlos, que irónico que todo vaya a suceder en tan consagrada vía.  

Puedes invocar presencias demoníacas con un espejo, una vela y recitando ciertas palabras mágicas. Aunque verle el rostro a uno de esos entes, puede trastornar a la mayoría de personas. Muchos iniciados lo han conseguido, se los encuentra días más tarde con las venas cercenadas, tomando un sucio baño de su propia sangre y demás fluidos corporales, con la vela ya consumida y una mueca de terror en el rostro. ¿El propósito de la invocación?, la misma historia de siempre, un amor no correspondido, ansias de poder o venganza. Pero el mío es otro muy diferente.

Estreno traje, chaqueta y pantalones negros combinados con una camisa rojo sangre, no es por presumir pero estoy hecho un pincel. Enciendo la vela, la llama no debe reflejarse en el espejo. También es nuevo, lo compré especialmente para la ocasión. Mi pequeño salón es testigo de la invocación, empiezo a sudar, la temperatura ha subido diez grados en cuestión de segundos. Ya la veo, su piel es terciopelo rojo, su mirada me hipnotiza como lo hizo la primera vez que la vi matar. Se abalanza sobre mí, mientras me desgarra el cuello la beso con locura, lo último que veo es como se desvanece en el espejo, muero feliz.

miércoles, 7 de noviembre de 2012

Viciada


Raquel volvía de su visita mensual con el Doctor Roberts, su terapeuta. Cincuenta minutos para desgajar su media naranja. El buen doctor concluía los diez restantes  de  la cara hora de consulta con el frío consuelo del psicoanálisis, esos lógicos consejos eran lo poco que mantenía su relación a flote.  Raquel sentía que era la única que se empeñaba en achicar agua de aquel  navío, cuyo rumbo había caído en el olvido tras tantos golpes con inamovibles rocas de terquedad, egoísmo e inmadurez.  Si bien en las primeras sesiones se sintió esperanzada y aliviada tras desnudar su alma frente aquel desconocido, en los últimos tiempos abandonaba la consulta con la desagradable impresión de saberse estar haciendo algo mal, como si estuviese fallando a su mejor amiga o peor aun, a si misma.

Caminaba cabizbaja, con aquella sensación lastrando su ánimo y paso, cuando recordó que su mecánico la había llamado horas antes para comunicarle que ya tenía el coche arreglado. En cuestión de minutos llegó al taller. Su viejo amigo motorizado, con el que tantos momentos había compartido, y que tantas veces la había dejado tirada en mitad del camino,  esperaba dócil en la puerta, una recia figura junto a él frotaba vigorosamente el capó.  

-Buenas tardes Juan- dijo Raquel, el saludo sobresaltó al destinatario, uno de esos hombres con los que a Dios se le fue la mano con la argamasa y le dio pereza enmendar el exceso. 

- Raquel, me alegro de verte. Me coges dándolo el último repaso, a ver si de una vez por todas consigo quitarle esta maldita mancha. Dijo mientras se limpiaba las enormes manos con el mismo trapo mugriento con el que instantes antes frotaba la superficie del capó.

- Déjalo, ya me he acostumbrado a  verla, no sería mi coche sin ella. Contestó Raquel pasando la mano por el oscuro antojo que año tras año parecía crecer milímetro a milímetro. Ensimismada con el frío tacto del metal, mullida entre gratos recuerdos de los primeros años de su relación,  dijo como para si. Parece mentira como nos vamos conformando con los pequeños defectos de las cosas y hacemos la vista gorda hasta que olvidamos cómo deberían ser.

El tranquilo tono de Juan se transformó en un alarido mal contenido. – ¡Eso es un vicio que tienes! Desde que me traes el coche siempre pecas de lo mismo, y mira que te aviso, vas dejando las cosas, pensando que quizá se arreglarán solas, o que no será nada y al final te acaba dejando tirado el coche, aunque el pobre te intente advertir a su manera, no haces nada por arreglarlo- Raquel escuchaba atónita la reprimenda. – Mira, las personas son como las máquinas, por su fabricación o su entorno o quién las maneja, van cogiendo pequeños vicios. Mi trabajo como mecánico es reparar las averías que vienen generadas por los mismos y evitar que la máquina o los coches en este caso, te dejen tirado cuando menos te lo esperas. En muchas ocasiones, por desgracia alguna gente adquiere vicios que al igual que las máquinas son muy difíciles de reparar o corregir. ¿Me entiendes?


Raquel lo entendía, vaya si lo entendía, preguntó; - ¿Y qué haces cuando un coche te deja tirada tantas veces que llegas a tener miedo de cogerlo por lo que pueda pasar?

-Eso depende de cada uno, yo desde luego me habría desecho de este trasto hace mucho tiempo, la verdad no sé qué le ves. Imagino que le tienes cariño por el tiempo que lleváis juntos, pero hay que saber desprenderse de las cosas que no funcionan antes de que nos hagan daño de verdad. Es una inversión que tarde o temprano sale cara.

Juan tardo unos instantes en darse cuenta que Raquel no le escuchaba, parecía estar escribiendo un mensaje con el móvil, la vio rara, diferente. No supo que era hasta que escuchó el tono de su voz, más firme y maduro, desprendía determinación.  

 – Juan, ¿verdad que me vas harás un favor? , dijo.

- Dime, ¿quieres que le mire el aceite o algo más?, contestó intrigado.

- No, deshazte de este coche, me da igual si lo vendes o lo despeñas por un acantilado. Ya le he dado demasiadas oportunidades, y está claro que no cambiará.

No le dio tiempo a réplica alguna, se fue a casa dispuesta a emprender una nueva vida, una vida sin vicios.

Novena sinfonía.


Pequeños acordes se vislumbran al alba, discretos casi tímidos, podría parecer que se baten en retirada. Pero nada más lejos de la realidad, rompe la espesa bruma una poderosa declaración de intenciones, un ejército incontable de violines,  chelos y tambores, quiebra la quietud de la mañana como tormenta vengadora. El suelo tiembla, filas infinitas de batallones, pero solo es el principio. En la retaguardia el viento es domado por flautas y fagots, trompetas y trombones.  Ya el ejército está formado, guardan silencio. No puede haber una estrategia sin saber qué es capaz de hacer cada uno, cada batallón demuestra de lo que es capaz frente a los otros, desfiles de notas de menor a mayor, de mayor a menor, se superponen, se interponen y yuxtaponen en frenético y a la vez marcial baile. Después de un suave movimiento, como haciendo sitio, los instrumentos dejan paso a una voz. Al principio está sola, es profunda, llena de fe  y determinación. Al poco la escena se inflama con cientos de ecos que parece serán eternos. Y por si algún alma humana o divina pudiese permanecer impasible a la magnitud de tal muestra armamentística, se le unen los tibios instrumentos de madera, cuerda y metal, sabiéndose secundarios del prodigio teatral. En el centro de aquel océano de almas destaca una, la única a la que se le permite sucumbir a la pasión de tal exhibición. El incansable general marca el ritmo,  contenido a veces, frenético o alegre, sin él reinaría el caos.

Demasiado tarde, casi al final, la vergüenza del desatino, como quién tarde se percata de que se ha equivocado de casa y se despide esperando no haber causado demasiadas molestias, enmendando lo poco que puede mientras se repliega en presta retirada.

http://www.youtube.com/watch?v=tpGSzH0Wlls

domingo, 29 de julio de 2012

La princesa Patricia


Patricia despertó aquella mañana como tantas otras, con el príncipe del reino de los sueños incapaz de dejarla marchar, siempre igual, se abrazaba a ella en un vano intento de arrastrarla de nuevo a la cama, pretendiendo que compartiera con él su corona intangible, era un personaje de lo más insistente e irritable. Consiguió deshacerse de él, tras frotarse la cara enérgicamente en la pica laboriosamente trabajada que adornaba su dormitorio. La preciosa asistenta elfa apareció presta para ayudarla a vestirse y asearse, como no podría ser de otra manera teniendo en cuenta su noble linaje. Ella era la princesa Patricia, conocida en el ancho mundo por sus habilidades mágicas y su extraordinaria belleza.

Una vez vestida, se dirigió acompañada de su inseparable asistenta al comedor. Allí le esperaba un maravilloso banquete preparado por los mejores chefs. Huevos de fénix, leche de hipogrifo y las frutas más dulces y exóticas, recogidas una a una por sus fieles sirvientes. Con el apetito saciado empezaba la ajetreada rutina de la princesa.

Se dirigieron a las cuadras, el carruaje real era tirado por un descomunal corcel color gris, adornado con el escudo del reino, cuatro anillos que representaban los cuatro pueblos libres de la alianza, aquella mañana irían al cuartel general. Su inigualable inteligencia, era un pilar irremplazable para la guerra contra los gigantes. Una vez allí se le informó de las novedades en la batalla, le encasquetaron la coraza en previsión de un ataque por sorpresa y le facilitaron los planes de batalla del día.

- Patricia es una niña muy guapa, ¿a que sí?- Dijo la profesora del colegio de educación especial, cerciorándose de que tuviese suficientes lápices para colorear los dibujos que la tendrían ocupada el resto de la mañana.

- A veces creo que vive en otro mundo, sabe usted. Dijo su madre a la profesora, mientras acariciaba la cabeza de su hija con dulzura.

-Sí, parece que a los autistas este se les queda pequeño.

FIN

viernes, 27 de julio de 2012

Madera vieja, madera sabia


Yo vi crecer a tu abuelo, mucho antes de que aire se volviera irrespirable y los ríos cicatrices.

No muy lejos de aquí se conocieron tus padres, juntos compartimos momentos inolvidables, sus risas rompían la quietud de este bosque milenario. ¿Cuándo os daréis cuenta? Los campos de naturaleza domesticada que llenan el horizonte morirán de inanición, y los siguientes seréis vosotros, ¿es que no lo veis? Habéis malvendido vuestro futuro y el de vuestros hijos.

Si supieras los secretos que se esconden bajo la sombra de las hojas que te rodean. La energía limpia que lleváis años buscando está aquí mismo, a tu alrededor. Las criaturas que desahuciáis sin ningún reparo, podrían daros clases de reutilización de recursos, bioenergía y sociología. Pero aunque oís, no escucháis. Miráis pero no veis. Hace ya tanto que no sentís, que no entiendo cómo podéis siquiera afrontar un nuevo día. Si tan solo pudiera haceros ver, si tan solo podría hacer que me escucharás…

- Aquí hace un calor infernal. Engancha la pinza de una maldita vez y vayamos a casa. Tengo ganas de pillar una buena curda. ¡Se puede saber qué haces mirando ése árbol como un pasmarote! Aprisa, ese ejemplar debe pesar por lo menos treinta toneladas, sacaremos un buen pellizco. – Dijo el piloto del buldócer.

- Ya voy, ya voy.- Contestó. Una extraña sensación se adueñó de su voluntad por una fracción de segundo. Pasó las cadenas dando un abrazo a la enorme mole, antes de desprenderse dijo:

- Lo siento, de veras lo siento.-

                                                                               

jueves, 21 de junio de 2012

Cat`s game "en Ruso"

Щенок продвигался вперед пригнувшись, стараясь имитировать
несуществующие сорняки на крыше. Внезапно,  в какую-то  долю мига,
оттолкнувшись задними ногами, он яростно атакует неподвижный комочек,
толкая его своими крошечными когтями, прыгая на него, кусая и
подбрасывая его в воздух, чтобы поймать его еще раз и весело
продолжать свою игру. Родители птенца безропотно наблюдают за сценой.

lunes, 11 de junio de 2012

Microrelato: El maquinista


Hijos que vuelven al hogar y serán recibidos con auténtica dicha por aquéllos que les dieron la vida. Corazones agonizantes que como polos opuestos de un imán, tomaron la decisión anti-natura de alejarse, sabiéndose incapaces de soportar la distancia. Almas invencibles en busca  de un nuevo comienzo. Trotamundos con una mochila como única compañera de viaje, sedientos de aventuras. Niños que interrogan a sus padres; cuánto falta, y si la abuela hará su dulce favorito aquel año. Todos los días me levanto antes del alba para llevarlos a su destino. Hoy, tal vez, te lleve a ti.

lunes, 28 de mayo de 2012

Relato breve: Un día de calor


De vez en cuando ese gran astro colgado del cielo parece sublevarse contra su creador, ya sea un ser omnipotente o una peculiar amalgama de coincidencias astrofísicas, con el único propósito de complicarnos la existencia a los pobladores de ésta pequeña roca. Poco a poco, a traición diría, parece incrementar su termostato, como un chiquillo malicioso armado con una lupa, decidido a poner a prueba la resistencia térmica del caparazón de un insecto despistado. Hoy es uno de esos días.

No son ni las nueve de la mañana,  el calor  del estudio hace imposible que me concentre en la traducción de unos documentos al Alemán, que debo entregar mañana lunes. El ventilador no sirve de gran cosa, reviso que esté a la máxima potencia y el artilugio parece devolverme una mirada de impotencia. He degradado la camiseta a pañuelo con el que secarme el sudor,  termino la segunda botella de agua, en un vano intento de rehidratarme. Incapaz de soportar un instante más salgo a la terraza, me encuentro con mi novia tomando el primer café del día. Sugiere que vayamos a la playa. Me parece una idea espléndida.

No somos los únicos que han tenido la ocurrencia de buscar refugio al amparo de las olas. Armado con la nevera y el parasol me abro paso a duras penas entre un mar de gente medio desnuda. Las zapatillas no consiguen impedir que la arena  abrase la fina capa de piel que protege mis pies. Con un doloroso “Sprint” consigo conquistar uno de los últimos huecos libres y clavar victorioso nuestra bandera circular en el suelo. La desplego,  nuestros competidores, una familia lastrada por el lento paso de una anciana y varios niños, me observan con envidia y rencor mientras continúan su peregrinaje por aquel poblado desierto.

Una vez a cubierto de los lametazos del sol, saco los apuntes y continúo trabajando. Mi novia apenas cubierta por su bikini, entrega su cuerpo otrora virginal al despiadado astro, uniéndose al resto de devotos. No siento el menor reparo  por mi herejía, yo estoy fresquito y ellos se están cociendo en su propia piel, aunque no parecen darse cuenta ni  importarles lo más mínimo.

Pasan las horas, el suave murmullo de las olas se mezcla con los gritos de júbilo de unos adolescentes que luchan en la arena. Están rojos, cubiertos de sudor y arena, de tanto en tanto pactan una débil tregua para enfrentarse de nuevo con más energía. El contrapunto es una pareja de ancianos, están tan cerca que si alargara la mano casi podría tocarles. Leen tranquilos sendos volúmenes tan ajados como ellos mismos. Su piel es un pergamino quebrado por el correr de los años y los días al sol. Él se da cuenta que le observo y me dedica una amable sonrisa.  Observo sus ojos a través del cristal del vidrio de mis gafas, son enormes, negros y absurdamente saltones, le devuelvo el saludo y me concentro de nuevo en mi labor con una extraña sensación de desasosiego.

Mi novia vuelve del agua, me salpica juguetona y se inclina para darme un beso. Está salada, sabe como a pescado, tanto que casi me entran arcadas. Consigo reprimirlas justo antes de que se separe y ocupe su puesto a mi lado. Rebusco en la nevera algo que me libre de aquel sabor de boca. Elijo una cerveza helada, me recorre el cuerpo como un bálsamo, me entrego a la sensación y cierro los ojos. La calma dura poco, mi acompañante se sienta frente a mí y me invita a que le unte el cuerpo con protector solar. Obediente le empiezo a masajear la espalda, resiguiendo su columna con el movimiento circular de mis pulgares, mientras observo la escena que nos rodea.

Sigue habiendo mucha gente, los jóvenes que peleaban horas atrás, juegan a la pelota, pero sus movimientos son extraños y antinaturales. Sus cuerpos antes flexibles y atléticos se han vuelto torpes y lentos. Corren encorvados, no, no corren, saltan sobre la arena. Sus patadas no merecen dicho nombre, son más bien toques con los pies. Debe ser la distancia,  el alcohol y el calor,  o todo junto que nubla mis sentidos. Pues veo sus cabezas deformadas, largas y afiladas. Y los ojos, unos ojos que no son humanos. 

El tiempo se detiene, solo retoma su paso cuando mi novia me pregunta por qué paro de masajearle la espalda. Continúo con mi labor como un autómata, vigilando a los torpes mutantes pasarse la pelota. Una voz me hace volverme hacia los ancianos. – ¿Les importaría vigilarnos las cosas mientras mi señora y yo nos damos un chapuzón? – mi novia contesta por mí, al ver que no reacciono. – Por supuesto, vayan tranquilos.- Demasiado paralizado por el pánico para salir corriendo, observo como dos ejemplares de gamba, de tamaño humano, se dirigen saltando hacia el agua.

Cierro los ojos y lo achaco todo al estrés, últimamente trabajo demasiado. Haciendo un esfuerzo sobrehumano continúo aplicando crema, pero hace rato que ésta no se absorbe, noto las manos pegajosas, la espalda de mi novia está resbaladiza como el plástico y desprende un olor nauseabundo. Abro los ojos, una carcasa roja y pringosa entre mis piernas. Retrocedo, golpeándome con la nevera y tirando el parasol. El ser se gira, me sacude la cara con sus bigotes, me mira con esos ojos negros  y  pregunta. - ¿Se puede saber qué te pasa? – Miro a mi alrededor, soy el único humano, estoy rodeado de gambas de todos los tamaños y colores. Me desmayo.

No sé cuanto tiempo  paso inconsciente tendido al sol, pero tengo mucha hambre.  Me despierta un delicioso olor a gamba a la brasa.

FIN

jueves, 24 de mayo de 2012

Relato: Sin cobertura




Al consultar el importe de la factura de su nuevo móvil de  ultimísima generación, se sorprende al ver una cuantía incorrecta y servicios que no recuerda haber contratado. Llama a la compañía. Un hilo musical que contrasta absurdamente con su estado de ánimo le da la bienvenida.

- Ha llamado a atención al cliente de “aquí la compañía que elijáis”,  le daremos varias opciones escoja una: Consumo, pedidos, tarifas, ofertas,  información de su cobertura geográfica, información para autónomos - interroga la grabación con alegre tono servicial.

- Consumo –solicita paciente. La máquina responde confirmándole innecesariamente el valor de su factura, le pregunta si quiere algo más.

– Sí – contesta ofuscado.

– Elija una de las opciones: Consumo, pedidos, tarifas, ofertas,  información de su cobertura….

– Enojado exclama alzando la voz.- Operador – Se interrumpe la grabación y la voz contesta tomándose la libertad de tutearle - perdona, no te entiendo.

- ¡Operador! – repite.

– Nada, que no te entiendo. Si quieres que te atienda un agente di “agente”.-

-¡¡AGENTE!!-

- Has solicitado la asistencia de un agente, mientras esperas a que tu llamada sea atendida te informaré sobre las ofertas actuales… - Exasperado aguarda a que la máquina termine su soliloquio, tras unos segundos eternos contesta un “agente”, que no operador.

- Buenos días, le atiende Rodolfo, ¿con quién hablo y que puedo hacer por usted?- le pregunta con un tono propio de un autómata. Se presenta y le detalla a Rodolfo su problema con la factura, esperanzado tras hablar con un ser de carne y hueso capaz de empatizar con su situación.    

– Espere, le paso con facturación – Responde Rodolfo sin despedirse. De nuevo esa extraña música que embravece a las fieras.  

- Buenos días, le atiende Sandra, ¿con quién hablo y qué puedo hacer por usted?- Inspira una bocanada de aire en busca de paciencia y le repite a Sandra la explicación que unos instantes antes le ha confiado  al tal Rodolfo.

- ¿Podría facilitarme el número del terminal? – solicita mecánicamente, obteniendo por respuesta una ráfaga de nueve dígitos, disparados con furia. 

- La factura es correcta, usted tiene un bono 6 de 600 megas adicionales de internet, la tarifa del pato 30, en total son 36 euros - responde omitiendo el detalle de los impuestos. 

- Pero es que yo no he pedido ese servicio, ni he utilizado esos 600 megas extra,  tengo suficiente con los 300 de la tarifa plana.-

- ¿No le informaron en la tienda?- esgrime hábil la operadora.

Tocado pero no vencido replica: – Debe haber un error, el primer mes no me cobraron ese servicio, ni siquiera consta en la factura. -
Satisfecho con sus capacidades analíticas y creyendo su argumento infalible, aguarda la rendición de su interlocutora.   

- Es que el primer mes es gratis - confiesa  Sandra sin edulcorarle la derrota.

- Si no le informaron adecuadamente en la tienda, póngase en contacto con ellos para aclararlo y le rembolsaremos  la diferencia – continua ahora más piadosa – ¿puedo hacer algo más por usted?-

- No- responde- bueno, sí. Da de baja el bono 6- solicita.  

- Ya está hecho- el teléfono emite un pitido, más tarde verá el mensaje informativo sobre la notificación de baja del servicio.- Ahora le pasaremos una encuesta para evaluar la atención al cliente. Muchas gracias por su llamada - se despide.  Cuelga obviando la encuesta y se pregunta qué habría pasado si no hubiese recordado solicitar la baja del servicio – menudos rateros están hechos.-

Decide tomarse un descanso para calmar los ánimos. Se sirve un café y se fuma un cigarrillo, - ¿cuánto dinero habrán recaudado con despistados como yo?- realmente no recuerda si en la tienda le informaron de la caducidad de la gratuidad del servicio- llamaré, total por probar - decide.

Se acomoda en el escritorio y busca el número de teléfono de la tienda donde compró el teléfono, es un número de “tarificación especial”, de pago vamos. Tras unos minutos de espera, amenizados esta vez con un hilo musical digno de un músico de jazz, hasta las cejas de ansiolíticos, un contestador automático le informa que todos los vendedores están ocupados, que llame en otro momento. Su segundo intento resulta más fructífero.

- La casa del Celular, le atiende Paula – tras plantearle la cuestión y confirmarle sus datos personales la vendedora le informa de su contrato. – Sí, usted tiene el bono 6, la tarifa plana del pato 30 y el modem internet.

- ¿Perdón?, pero ¿qué modem?- pregunta sorprendido.

- En la tarifa que  contrató le regalábamos un modem usb para conectarse donde quiera a internet, lo tiene esperando en la tienda desde hace unas semanas. ¿Nadie le ha llamado? Los tres primeros meses eran gratuito, así que si no lo quiere llame a su compañía para darlo de baja, claro que le facturarán éste mes. –

- Dígame, ¿qué horario tiene la tienda? – pregunta con calma.

- Estamos a su disposición hasta las diez de la noche.-

-Bien, hasta luego entonces.-

Media hora antes de las diez se presenta en la tienda, recoge su modem “gratuito” y se despide de la risueña dependienta y de sus compañeros que aguardan ansiosos la hora de volver a casa. Ninguno de ellos se percata de que el desconocido sale sin la mochila que cargaba antes de entrar. Recorrida la distancia de seguridad, saca el contenido de su bolsillo, el modem y un mando a distancia de fabricación casera. Acciona el interruptor del mando, la onda expansiva destroza los escaparates de varias tiendas que le rodean. Tira el modem en una papelera cercana  y se encamina hacia delirante cruzada.


domingo, 20 de mayo de 2012

Microrelato: Despedida




-Podrías ir, de eso no cabe duda, pero ¿acaso sabes qué te espera en tan lejanos e inciertos horizontes? Lo más probable es que decepciones y desengaños. ¡Si ni siquiera hablas inglés por favor! Piensa lo bien que estás ahora mismo, la garantía de un mañana programado por otros mejores que tú. -

-Realmente eres irremplazable, no tienes motivos para preocuparte por el porvenir. ¿Quién como tú podría realizar de manera tan impecable de operario de cadena de montaje? Además llevas tanto tiempo haciendo lo mismo que lo más probable es que no sepas y no puedas hacer otra cosa. ¿Quién te ha llenado la cabeza con éstos disparates? ¿Lo leíste en algún libro de autoayuda de esos que están de moda últimamente? O quizá fue ése amigo tuyo que…-

-¡Oye, te estoy hablando! ¡No te vayas! ¡No me dejes aquí! ¡Eres un desagradecido!, ¿cuántos pesares  te habré ahorrado?, ¿cuántas decepciones y fracasos? No importa, vete. ¡Allá donde vayas te encontraré!-

Y dejó a su miedo gritando al otro lado del detector de metales del aeropuerto.

Microrelato: El arte de la guerra



- Después de pensarlo detenidamente y de consultarlo con mis asesores,  he decidido que no voy a ceder un milímetro de territorio. Conozco al adversario y sus tácticas, perfeccionadas durante años. No importa lo que dure el asedio, hoy será diferente. Hoy crearemos un precedente,  merece la pena el sacrificio. Hemos cedido demasiadas veces. Ahí viene, pero esta vez estoy preparado.-  

La batalla dura poco. Su mujer se acuesta a su lado, él  da media vuelta y  tras maldecir se queda dormido.


sábado, 19 de mayo de 2012

Microrelato "en inglés" :Cat's game


The kitten advanced crouching, trying to remain hidden in the non-existent brush of the roof. Suddenly, in a fraction of blink, gets driven with the back tips, blasts wild against the inert bulk, pushes it with its tiny claws, jumps over it, bites it and throws it away just to catch it again and continue with its funny game. Bird’s parents watch the scene with resignation.

miércoles, 16 de mayo de 2012

Relato: El cruce


Se despide del guarda de la fábrica con un gesto rápido de la mano. Para en el ceda el paso de la entrada principal, tras asegurarse que no viene ningún coche, se incorpora a la carretera dirección a su casa.

-¿Qué habrá querido decir con que se nota que no soy mecánico de profesión? – pensó. – Tampoco me ha quedado tan mal, además en la industria, prima la resistencia, no la estética. – Aquel monólogo interior, lo había propiciado el comentario del nuevo encargado de los mecánicos, al examinar la soldadura tosca y gruesa que había hecho para reconstruir una pieza partida.

En los últimos tiempos estaban cambiando demasiadas cosas en el trabajo, y demasiado deprisa para su gusto. El incremento de la productividad de la planta de años anteriores, había llamado la atención del tiburón blanco de las multinacionales, que ofreció una cifra demasiado cuantiosa para desdeñarla. Los nuevos dueños se deshacían rápidamente de maquinaria obsoleta, introducían nuevos productos, nuevos métodos, más automatización y menos puestos de trabajo.

Encendió la radio, con la esperanza de que algo de música disipara las inquietudes que le rondaban la mente. El camino de regreso pasaba por una zona industrial, en otros tiempos llena de actividad, incluso a aquellas horas de la noche. Pero la crisis había vaciado de vida las enormes naves, dándoles el aspecto de gigantes sumidos en un profundo sueño.

- ¿Qué habrá hecho de cenar hoy esta mujer? - se preguntó, tenía hambre. Su novia lo pasaba fatal intentando preparar a diario un menú que le sorprendiese y agradase. Aunque a él le daba igual, nunca había sido demasiado exigente con la comida, siempre y cuando hubiese cantidad suficiente.   

La intersección era peligrosa, una docena de flores amordazadas en una de farolas que la iluminaban, recordaban a un motorista que había perdido la vida la semana anterior. Dos coches oscuros, el de nuestro protagonista y el de unos muchachos que verían su camino interrumpido por un Stop, por un stop que no respetaron.

Un quejido ensordecedor del metal del coche, resistiéndose en vano a la deformación, unos instantes de silencio y parece desaparecer la gravedad, haciendo levitar la parte trasera del coche. El conductor se aferra con fuerza al volante, mientras fragmentos de cristal le salpican el cuerpo como una lluvia de granizo afilado. El mundo está del revés, o eso cree ver,  antes de cerrar los ojos y rendirse a la tremenda sacudida contra el suelo, que revienta los pocos cristales que han soportado el primer impacto. El cinturón de seguridad se cierne sobre él con un brutal abrazo protector, que le dejará amoratado durante días. El coche se desplaza sobre el techo varios metros por la calle antes de detenerse, como un atleta exhausto por el esfuerzo y la derrota.  El contenido del maletero que durante meses aguardaba paciente a ser ordenado, sale disparado sembrando la calle de cds y herramientas, quedando mezclados con los cristales y pedazos de plástico rotos que nadie podría recomponer.


Abre los ojos, apenas siente su cuerpo. La parte primitiva de su cerebro se ha puesto al mando y no está para ese tipo de monsergas, hay cosas más acuciantes. Alguien se le acerca corriendo, le pregunta cómo está mientras él se intenta zafar del ahora inútil cinturón, que le mantiene del revés. Sin conseguirlo del todo, responde. – ¡¡Estoy bien, pero no sé dónde estoy!!- se da cuenta de lo alarmante que suena lo que acaba de decir y le aclara. – Quiero decir que no sé si estoy en medio de un carril por el que pueda pasar un coche y arrollarme, así que poned triángulos o bloquead la calle o lo que sea!-

Se logra liberar, cae a plomo en el techo del coche, entre su mochila, el móvil, cristales y no sabe qué más. Encuentra objetos largo tiempo perdidos, la funda de unas gafas, la navaja de la mili, varios mecheros. El motor del coche sigue en marcha, aunque ha cambiado su ronroneo habitual por un sonido nada tranquilizador, lo para y saca las llaves del contacto. El individuo que unos instantes antes se ha interesado por su estado vuelve. Ya ha llamado a la policía, le informa.

Cuando consigue salir del coche por la puerta del acompañante, se da cuenta de lo increíble del accidente. Busca el vehículo que le ha arroyado, - debe haber sido un camión – piensa. Se sorprende sobremanera al ver que no es mucho más grande que su propio coche, y que apenas si se le ha deformado un poco el morro.

Cuando se acerca varias personas le vuelven a preguntar cómo se encuentra, si está herido. La policía llega a los pocos minutos. Se repite el interrogatorio. Varios agentes, cada cuál más corpulento que el anterior toman el mando de la situación. A nuestro protagonista se le agota la dosis extra de adrenalina, el dolor empieza a tomar posiciones y  hacerse fuerte. Se sienta mientras un agente con tono amable le pide que cuando se encuentre en condiciones le facilite los papeles.

Saca el móvil, le envía un mensaje a su novia.

Cariño, cena tú. Yo llegaré tarde, tenemos una avería.

domingo, 6 de mayo de 2012

Relato: Memorias perdidas


- La suerte cambia cuando menos te lo esperas en la partida de la vida. No hace ni dos días, mi firma era aval suficiente para abrirle las puertas del porvenir a los niñatos que hoy, se empeñan en robarme las medicinas para Dios sabe qué -piensa mientras rebusca en el armario en que Paula, su difunta mujer, acostumbraba a guardar las aspirinas. – Nada, aquí no están. ¡Maldita sea!-

Furioso tras la infructuosa búsqueda, se dirige a ver a su hijo, pero no está en su cuarto. Encuentra a su nuera planchando. Le recibe con una mirada cargada de sentimientos que ya no sabe reconocer.

- ¿Dónde está mi hijo? -pregunta secamente.

 La nuera es incapaz de contener un bufido de hastío.

- Está en el trabajo, ya sabe que no vuelve hasta las cinco -le responde sin dejar de planchar.

 Está confuso. Claro que lo sabía, pero se le ha olvidado. Como se le ha olvidado a qué se dedica su hijo. Responde altivo:

- Ya lo sé, pero me dijo que hoy vendría temprano –inventa para disimular una verdad que no se quiere reconocer ni a si mismo.

 La nuera interrumpe su trabajo, esgrimiendo la plancha con una mano le pregunta:

- ¿Se ha mirado el azúcar?-   

- Sí -miente. No confía en esa mujer que lo separa cada día más de su sangre, llenándole la cabeza a su hijo de patrañas y sinsentidos. Se oye la puerta de la calle.

- ¡Por fin!, te dije que vendría temprano -deja a su nuera planchando y se dirige al salón. Quizá hoy su hijo tenga tiempo de charlar un rato.  –Le hecho de menos -se oye decir, y le parece que es otro el que habla. Cuando llega al salón le inunda un sentimiento de derrota. No es su hijo. Una adolescente, su nieta, está jugando con un pastor alemán.  

- ¿Se puede saber de dónde vienes así vestida? -le suelta a bocajarro. Como réplica no obtiene más que un “hola abuelo” cargado de menosprecio.

- Deberías estarme más agradecida jovencita, gracias a mí vives en esta casa. Tu generación sólo sirve para gastar dinero e ir por la vida de flor en flor.-

Cada vez está más furioso, y no sabe porque. - ¡Te he hecho una pregunta y espero una respuesta!- La nieta no contesta. En lugar de eso deja la mochila y sube las escaleras hacia el cuarto de su madre, seguida por el cánido que no parece querer tomar partido.

- Es el abuelo, ya está otra vez con la historia de siempre. Ahora dirá  que le escondemos las medicinas -Oye mientras va en pos de su nieta, la ira le acelera tanto la sangre que siente el palpitar de su viejo corazón en las orejas. Irrumpe en el cuarto y ve a las dos conspiradoras - Claro, eso es -piensa.

-¡¡Vosotras, vosotras tenéis la culpa de todo!! ¡¡Te vi, no te atrevas a negarlo!! Te vi hurgando en  mis cosas. Fue la semana pasada, me escondiste mis medicinas. Las que me devuelven la memoria –está rojo como un pimiento, se lo nota. Se empieza a marear.

El perro es el primero en darse cuenta, deja su refugio y se acerca a él, sus dimensiones le permiten servirle de apoyo.  Mientras la nieta da tres pasos hacia él y le contesta furiosa.

- ¡De eso hace un año, y te repito que estaba buscando una aspirina. Tus chochadas me dan dolor de cabeza! –su intención es continuar, pero su madre la retiene y le obliga a  abandonar la habitación.

- Esto no puede seguir así, nadie le esconde las medicinas -dice su nuera. Al verle incapaz de sostenerse por su propio pie le ayuda a sentarse en la cama –¿De verdad que se ha mirado el azúcar?- Interroga por segunda vez.

– No lo sé -balbucea -no…no lo recuerdo  -La realidad se torna difusa, las formas se descomponen y se mezclan creando una niebla multicolor que le impide ver. Hasta el aire se ha vuelto más espeso, imposible de respirar. El esfuerzo al intentarlo le agota todavía más. Su nuera le deja solo. Siente impotencia, siente miedo. 

Después de la inyección de insulina todo vuelve a la normalidad, o casi. Durante la cena se ha establecido una especie de tregua, la batalla tendrá lugar más tarde. Su hijo, al que ya han puesto al día de las majaderías de su padre, apenas levanta la vista del plato, solo para echar alguna mirada furtiva a la televisión. El anciano no prueba bocado, todavía está intentando digerir la mezcla de emociones que tan amargo rastro han dejado en su paladar.  Cuando todos han abandonado la mesa no se plantea más opción que irse a la cama, pero su hijo le pide que se reúna con ellos en el salón. Por un momento se permite el lujo de imaginar una escena idílica de familia feliz, que se reúne después de la cena para charlar y reír mientras repasan las anécdotas del día.

Cuando ve los rostros que le aguardan, sabe que no será así. Le han reservado un sitio en el sofá. Se sienta, a los pocos minutos los gritos de su hijo retumbaban en la sala, la nuera y la nieta no dicen nada, hasta el perro asiste al espectáculo.

- ¡Nadie te esconde las medicinas papá! ¡¿Cuántas veces te lo tengo que decir?! La vida no gira en torno a ti, los que todavía servimos para algo tenemos obligaciones y no podemos estar encima tuyo todo el día. - 

No sabe qué replicar, no sabe qué sentir. Su propio hijo le está propinando tal paliza de reproches,  que ni él será capaz de olvidar, lo que peor le sabe es que tiene razón. Se inclina y cierra los ojos sujetándose la cabeza. Está intentando recordar, se esfuerza, pone todo su empeño en hilvanar una escusa, un motivo, quizá un lo siento. Pero es incapaz, y toda esa impotencia se torna en desesperación.

- ¡No se puede hablar contigo. Nadie te saca de tus trece! -termina su hijo, dejándole con el rostro escondida entre las manos. Uno a uno, primero la nieta, luego sus padres, abandonan el salón.

Al final el único testigo de sus lágrimas es el perro que reposa amable la cabeza sobre su pierna.   

FIN


miércoles, 25 de abril de 2012

Relato: Mentiras




Cursé el último año de ingeniería eléctrica cuatro veces. No es que fuese un torpe o se me hubiese atragantado alguna asignatura, sencillamente me encontraba a gusto en ese ambiente. Fiestas, chicas y la existencia tranquila del estudiante que, blandiendo la excusa de los deberes o un examen, se pega una vida de lujo. Podía permitirme esa vida gracias a mi padre. Se empeñó en que hiciera una carrera técnica, hasta tal punto que me advirtió que no vería un céntimo de sus millones si no la terminaba. Sabía que fuera de aquel piso de alquiler para estudiantes, me esperaba una vida bajo su férreo control en la oficina, como uno más de sus lacayos.   

Era miércoles, esperaba la llamada de un amigo que pasaría a buscarme para ir a una fiesta de enfermería. Descolgué el teléfono: - Pablo, ¿dónde estás cabrón? – exclamé. No era Pablo, la voz del abogado de la familia. –Señor Martín, me temo que tengo malas noticias, su padre a fallecido ésta tarde de un paro cardíaco.- Una pausa para que asimilara la noticia. – Señor, le ha dejado a cargo de la ingeniería.- Se acabó la fiesta.

Después del entierro se hizo la lectura del testamento. A mi madre, su ex mujer, le legaba la mayoría de su fortuna, como si el dinero pudiese redimirle de los años de abandono e infidelidades. No estaba presente, hacía años que se había desentendido de nosotros, su abogado la representaba. A mí, como ya me habían adelantado, me legaba  la ingeniería y el dinero necesario para pagar los sueldos a sus asesores durante un año, además de todos los permisos y licencias necesarios.  El albacea me proporcionó una carta. – Era voluntad de su padre que la abriera el día que heredara el negocio.-Dijo. El abogado de mi madre se la quedó mirando embobado, no era de extrañar pues la carta estaba enmarcada con grapas, a modo de sellado auxiliar. Tal vez en sus últimos días perdió el poco juicio que le quedaba. La guardé para leerla más adelante.

Me tomé mi tiempo para buscar un piso de alquiler en la ciudad, no tenía ninguna prisa por empezar mi nueva vida. Aunque los ayudantes de mi padre tardaron poco en localizarme, esgrimiendo contratos y fechas de entrega cercanas, me instaron a retomar el trabajo. Un mes después entraba en la ingeniería. Saludé a mis nuevos empleados, les había conocido en el funeral, apenas desviaron la mirada de las pantallas de sus cubículos. Me dirigí al despacho de  mi padre. Estaba tal y como lo recordaba, atiborrado de objetos adquiridos más por hacer gala de poder adquisitivo, que por armonizar con el ambiente, amontonados de mala manera en estanterías cubiertas por un cristal de seguridad. Casi ni se veían las paredes. La gran mesa en el centro de la habitación era lo único que no había sucumbido a aquel caos. El portátil, un lapicero y  una foto de mi madre cogiéndome en brazos, como únicos pobladores.   

Me acomodaba en la butaca cuando entró Carlos, ingeniero de fluidos. Una vez cumplidas las formalidades, me plantó sobre la mesa el informe de una obra para una futura presa, a juzgar por el sonido al aterrizar, debía tener unas cuatro mil páginas por lo menos. – Espero que seas tan bueno como tu padre, necesito que revises esto. Tengo que pasarlo a limpio para entregarlo este jueves. Dime si ves algo que no te dé buena espina, eso decía tu padre “ésta página no me da buena espina”.- Me lo quedé mirando, ¿en serio esperaba que revisara eso en dos días? – Carlos, yo no soy mi padre, todavía no he terminado la ingeniería, y apenas tengo experiencia, ¿Cómo pretendes que revise tu trabajo y sea capaz de ver si hay algún error?-  -Bueno, tú eres el jefe. Hasta luego y suerte, llámame cuando lo  des por bueno.- Dijo en un tono de “que te aproveche el marrón”.  

Intentando digerir aquella ensalada de cálculos, esquemas y fórmulas llenas de signos que no había visto en la vida, un leve repiqueo en la puerta me hizo levantar la cabeza. No estaba seguro de haber oído algo, así que continué. Se repitieron los golpes, ésta vez más fuerte. - ¡Adelante! - Dije, algo molesto por la interrupción.  Era Pedro, un físico de treinta y pocos, un individuo tímido y apocado, pero según había oído decir a mi padre alguna vez, listo como el demonio. Me vino con la misma historia pero una fecha diferente, la mañana siguiente debía estar entregado el proyecto. El informe se titulaba “Análisis del termo-aislado axial de los campos subBeta.”, aquello tenía que ser una broma. Pregunté a Pedro- Dime, ¿tenemos algún campo de trabajo específico?, lo digo porque  si esto es para Nasa conozco a quién podría retrasar la fecha de entrega.-

No captó el tono sarcástico. – Puedo responderle en base a lo que yo me he dedicado, que ha sido básicamente a la física de partículas, pero era su padre quién asignaba los trabajos. No sé en qué han estado trabajado los otros.- Aquello no tenía ni pies ni cabeza, según mi madre, mi padre era un ingeniero de tres al cuarto que se dedicaba a firmar proyectos de pacotilla, el dinero de verdad entraba por validar proyectos de obras que no cumplían los requisitos legales. Era raro que no hubiese terminado sus días en la cárcel. Le despaché con un gesto de la mano, antes de que se fuera le pregunté enojado: - ¿Y qué pasa?, ¿con lo listos que sois todos y no sabéis enviarme un correo con toda la información? ¿No sabes que todo este papel me cuesta dinero?-  Se volvió y contestó.- Eso mismo, con otras palabras, le dije un día a su padre, pero él insistía en que todo debía imprimirse. Buenas tardes.- Y se fue a su cubículo.

Con un tremendo dolor de cabeza me dejé caer hacia atrás en la butaca. Debajo de la mesa estaba la caja fuerte, -¿y el código?- dije en voz alta. Recordé la carta, abrí un cajón en busca de algo para ayudarme a quitar aquellas grapas inútiles. El primero estaba lleno de pequeñas cajitas de grapas, alineadas escrupulosamente, sobre ellas una maza en miniatura y un soporte para golpear sumamente gastado. En el segundo cajón solo había grapas. Definitivamente mi padre se había vuelto loco. Desistí de mi búsqueda y utilicé una navaja en miniatura que acostumbro a llevar en el llavero, inofensiva pues no cortaría ni la mantequilla, aunque útil para apretar los pequeños tornillos de mis gafas. Con cuidado retiré todas las grapas y abrí la carta. Decía así.

Si lees esto es que he fallecido prematuramente. Nunca me he molestado en conocerte, ninguno de los dos estábamos por la labor. Cuando nos abandonó tu madre me sumí en una pena atroz, y no quería contagiarte. Siempre te he querido. Si estás en mi despacho utiliza tu imaginación, no te costará descubrir el secreto de mi éxito. Y grápalo todo hijo, TODO.

Pd: el código de la caja es 24-1-90  

¿Grápalo todo? Qué gran ayuda. Y la combinación era la fecha de mi cumpleaños, que típico. Abrí la caja fuerte, no soy un experto pero parecía sumamente robusta, inexpugnable. Esperaba encontrar… no sé, algún título de catedrático de física “que calladito te lo tenías padre”, o  tal vez una lámpara maravillosa, con un genio dispuesto a descubrirme cómo narices repasar esa cantidad de información en tan pocas horas. Lo único que vi fue una simple grapadora. Un modelo antiguo de metal, el uso había hecho retroceder la capa de pintura hasta escasos centímetros en la base. Debía tener décadas. La sopesé, sin duda era maciza, la coloqué sobre la mesa. Me arrodillé para tener una perspectiva completa del interior de la caja fuerte, por si había pasado algo por alto, no había nada más. Busqué algún doble fondo, aquello era demencial, pasé la mano con cuidado y nada. Cerré la caja de un portazo.

Me senté de nuevo, releí la carta de mi padre, “siempre te he querido”. ¿Cómo podía ser tan hipócrita? – ¡Tú la abandonaste!, ¡nos abandonaste a los dos! Tu sed de poder era lo primero, ¿Quién acompañaba a mamá a comprar a esas tiendas tan pijas?, no te importábamos nada, ¡nada!- Me desplomé sobre la mesa, lágrimas de rabia corrían por mi rostro.

Tardé un rato en recomponerme, cogí el informe de Pedro y empecé a leer para evadirme de aquellos sentimientos, no tardé en encontrarlos demasiado herméticos para los profanos. Cogí la grapadora y empecé disparar grapas al aire, cada vez que miraba la carta me daban ganas de golpear algo con fuerza. Descargué mi rabia con el informe, separé unas cuantas hojas y las grapé de un porrazo desmesurado, cogí un montón un poco más grueso y repetí la operación con más fuerza, la grapadora fallo. Quité unas pocas hojas y aticé de nuevo. Volvió a fallar. Miré las fórmulas impresas en las hojas, era algo que había dado en clase y de casualidad recordaba. Repasé los cálculos y vi un error. Una idea demencial cruzó mi mente. Separé la hoja con el error y volví a grapar. Perfecto. Una voz en mi interior dijo: - ¿Por qué sino iba a guardar una grapadora en una caja fuerte como esa?-, metí la hoja con el fallo de cálculo en la grapadora, la accioné con cuidado, la primera grapa no ancló, las cuarenta siguientes tampoco.

Con un bolígrafo corregí el error, tachando un par de números y poniendo el valor correcto al final de la ecuación, volví a grapar. A la primera. No contento con esto, me lancé a la piscina, “prepárenme la habitación  en el manicomio, si puede ser con vistas a la playa por favor”, escribí en un papel: (Esta grapadora sólo grapa la verdad) grapé la hoja y se grapó, casualidad seguro, veinte grapas más y no falló. Escribí (2+2=5), y las grapas no salían o se les torcían las patas, durante veinte minutos estuve probando, tuve que abrir varios paquetes nuevos de grapas y acabé empleando la maza porque la mano me dolía horrores. Taché la incongruencia matemática y con auténtico pavor del resultado accioné la grapadora….funcionó.  No supe cómo reaccionar, empecé a reír como un loco, llamaron a la puerta. Pedro entró sin esperar mi permiso.- ¿Va todo bien? – Preguntó preocupado. -¡Claro que va todo bien! - Contesté con una voz de demente, - ¿Por qué no va  a  ir todo bien?, a partir de ahora TODO irá bien. – Siempre que pase por este cacharro, pensé. – Estupendo, porque necesito ese informe lo antes posible, no es cosa de broma. – Dijo algo desafiante. – Dame un momento, enseguida termino. Hay un par de errores, ahora te los comento. - Decirle a un físico diplomado,  que me sacaba diez años por lo menos, que había descubierto fallos en su trabajo me sentó de maravilla.  El rostro de Pedro se tiñó de rojo. – ¿Un par de errores? –Preguntó enojado. - Sí, ¿ves? – Se acercó a la hoja acribillada por pequeños agujeros por los bordes. – Vaya, parece que te has ensañado, tu padre también tenía esa manía de graparlo todo mil veces. Si quieres me lo llevo ahora y corrijo esta parte mientras tu revisas el resto. - Dijo, ahora más humilde. – Está bien.- Contesté. Estaba en la puerta cuando se volvió y me dijo: -Por cierto, ha venido tu madre, ¿la hago pasar?- Me quedé de una pieza. Noté cómo saboreaba mi reacción con deleite. No quise darle ese gusto. – Claro, que pase, que pase.- Reaccioné.

Guardé la grapadora en el cajón y barrí las grapas con el brazo. Crucé los brazos esperando a la mujer que un día llamé madre y hacía diez años que no veía. No reconocí a la persona que cruzaba el umbral de la puerta con confianza, como quién conoce el terreno que pisa. Por su aspecto no podría tener más de treinta años, pero yo sabía que pasaba los cuarenta y cinco. Una larga melena rubia enmarcaba una cara fina y delicada, delataba una habitual consumidora de cosméticos anti-edad, las manos cruzadas sobre el regazo, daba la impresión que lo más pesado que habían agarrado nunca, eran los bolígrafos de los restaurantes para firmar la cuenta. – Martín, ¿cómo estás? - Preguntó. Intenté poner un tono frío y neutro, - Bien, las cosas han marchado bien sin ti mamá.- Dije. -Te he echado mucho de menos hijo. Tu padre no me dejó alternativa, tú sabes que es cierto.- Hizo una pausa, sacó un pañuelo y se secó las lágrimas. -Decía que se pasaba el día en el trabajo y estaba con esas putas. Ya no podía sopórtalo más. He venido porque quiero que volvamos a ser una familia. – Me tragué el nudo que tenía en la garganta y pregunté: -¿Por qué no viniste al funeral mamá?, allí me podrías haber visto si tanto te importo ahora.- Arranqué la última hoja del informe de Carlos, que apenas tenía unas anotaciones y empecé a escribir mientras ella hablaba.  -No quería verle hijo, ni siquiera muerto. Yo gastaba su fortuna para reclamar su atención y te llevaba conmigo para que vieses lo mucho que te quería tu padre, por pasarse el día trabajando y poder pagar nuestros caprichos, ¡yo te protegí de la verdad!- Se acercó a mí y me dio un abrazo empapándome en lágrimas. Yo Llevaba rato trascribiendo su discurso. La separé con cuidado, abrí el cajón y saqué la grapadora. Se la quedó mirando extrañada, no conocía de lo que era capaz. Mirándola a los ojos grapé la hoja en la que había escrito su testimonio del por qué nos abandonó.

No tuve que comprobarlo, por el sonido supe que todo o parte de lo que me había dicho era mentira, eso y los años de desapego por su parte me bastaron. - ¿Sabes? Eso que has dicho… no me da buena espina.- Dije antes de perder la calma.

– ¡¡¡Fuera de aquí!!! ¡¡¡No quiero volver a verte nunca, ¿me has entendido?!!!- Me miró espantada, por su gesto supe que le acababa de partir el alma en dos. La arrastré hasta la puerta cogiéndola del brazo. - ¡Largo! ¡Y no vuelvas! – Le seguí clavando toda la rabia de mi mirada hasta que abandonó las oficinas. Los ingenieros presenciaron la escena atónitos. Volví a mi despacho y releí la carta de mi padre, completamente grapada por los bordes.  Siempre te he querido”.  Cuando entró Carlos me encontró llorando. – Perdona, ¿es mal momento? si quieres vuelvo luego.- Preguntó comprensivo. -No, tranquilo, ¿qué pasa? – Sí mira, es que en la última página de mi informe hay una errata. Vaya, has escrito encima... ¿Ves? justo aquí.     

sábado, 21 de abril de 2012

Microrelato: Despertar


Los dígitos del despertador se le antojaban ojos que le observaban en la oscuridad, todavía no tenía muy claro si con gesto de burla o de temor, ante las posibles represalias por ponerse a sonar sabiéndole despierto, cinco minutos antes de las siete. Alzó el brazo con el puño preparado para destrozar el pequeño artilugio electrónico, consiguió contenerse en el último momento.  Anuló la alarma y dándole unos golpecitos dijo: – Por hoy te has librado, mañana Dios dirá.- Se sentó en la cama, se sentía más cansado que cuando se acostó. Aunque ésa no era la palabra que definía su estado de ánimo. - ¿Vencido tal vez?, fracasado por supuesto, humillado, engañado, traicionado.  Derrotado. Sí, tan derrotado como me sentí ayer y antes de ayer.-

Cinco años habían pasado desde que la empresa hizo el ERE con el pretexto de pérdidas. Treinta años dejándose la piel y así se lo habían pagado. ¿Pagado?, ni siquiera eso, aún no había visto un céntimo ni del fondo de garantías.

Cincuenta y cinco años y en el paro. En las pocas entrevistas que había hecho, le habían plantado delante unos requisitos tan disparatados, que se quedaba atónito cuando le decían que el sueldo sería de unos novecientos euros. Claro que al final siempre le acababa llamando una jovencita para comunicarle que: “su perfil no se adaptaba al puesto”. O sea que no querían a un maldito viejo.

Se levantó y fregó los pocos platos sucios de la cena mientras preparaba café. – Por lo menos he dejado el tabaco.- Pensó – He tenido que dejar tantas cosas, el tabaco, el mercedes y a Mercedes. - Su mujer lo había abandonado  cuando dejó de entrar dinero en casa. Ni siquiera se molestó en fingir la excusa de un amante. – Te dejo, ya he malgastado demasiado tiempo de mi vida contigo.- Rememoró las palabras de su exmujer. – Cierto, fue ella quien me abandonó.-  

Se apoyó en mármol de la cocina, con las manos aun mojadas. Al sentir la primera lágrima correr por su mejilla se obligó a vaciar su mente de aquellos pensamientos, siguió fregando. – Eso es, mantén la mente ocupada, cuando termines con la cocina te haces el baño que ya le toca.- Dijo. La expresión le hizo recordar a Daniel, su ex jefe. – Cuando termines de dibujar los esquemas limpia la mesa, que ya le toca.- Le decía cada viernes por la tarde, y cada lunes la mesa estaba igual o peor que la semana anterior. - Bendito cabrón, que suerte tuviste de palmarla, y que a gusto te quedaste cuando le partiste los morros al gerente.- Una idea cruzó su mente, desvió la vista y encontró lo que estaba buscando, casi sin darse cuenta de lo que estaba pensando. Los antidepresivos, junto a la botella de whisky, se los quedó mirando mientras asimilaba el pensamiento suicida  que acababa tener. – ¿Y porqué no? Total, ya no queda nada por luchar, nos lo pueden quitar todo, ¡nos lo están quitando todo!, nos ponen un Barça Madrid y nos olvidamos del 15 M y todo lo que representa. ¡A la mierda con todo! – Dijo. Cuando ya tenía la botella en la mano, oyó un ruido, la cafetera. Se la quedó mirando, dejó la botella en el mármol y apagó el fuego. – ¡Joder!, si todavía no he tomado ni café.- El aroma a café recién hecho le templó lo suficiente los ánimos como para tomarse un receso y ver las noticias. Se sirvió una taza y puso la televisión.

Después de veinte minutos de desfalcos, ERES, viajes del monarca a cazar elefantes y en general crisis, “perdón CRISIS ”, apagó la televisión. Echó un último vistazo al comedor, no era capaz de evocar ningún recuerdo de aquella sala que le hiciera dar marcha atrás en sus planes. En una estantería se encontró con un viejo álbum familiar escondido bajo un fajo de revistas de su exmujer.

Lo desenterró de la avalancha de páginas de moda e interiorismo y lo abrió. Se dio cuenta que estaba al revés demasiado tarde, varias fotos cayeron a sus pies. Se arrodilló y cogió una al azar. Era una foto en blanco y negro, tan vieja y quebradiza como hoja otoñal. En ella se veía a un hombre de rasgos duros como la piedra, vestía pantalones de pana y un chaleco de borrego. Posaba ante la cámara empuñando una especie de escopeta, apoyándola en el muslo, como si fuese un cazador, pero sin la presa abatida bajo la bota. Su mirada le llamó la atención, las décadas de encierro en aquel álbum no habían conseguido robarle la determinación. Con solo mirarlo sintió cómo una brizna de esperanza luchaba por abrirse paso en su pecho. Le dio la vuelta, incapaz de enfrentarse un segundo más a ése rostro que parecía gritarle. – ¡Tú eres capaz de lo que sea! – Había algo escrito en el reverso: Valeriano Porras Montero Revolucionario 1868. Su abuelo.

Él no tenía un trabuco, pero nunca se le dio mal escribir, se sirvió una segunda taza de café y empezó un blog. -La revolución continúa.-