Pequeños acordes se vislumbran al
alba, discretos casi tímidos, podría parecer que se baten en retirada. Pero
nada más lejos de la realidad, rompe la espesa bruma una poderosa declaración
de intenciones, un ejército incontable de violines, chelos y tambores, quiebra la quietud de la
mañana como tormenta vengadora. El suelo tiembla, filas infinitas de
batallones, pero solo es el principio. En la retaguardia el viento es domado
por flautas y fagots, trompetas y trombones. Ya el ejército está formado, guardan silencio.
No puede haber una estrategia sin saber qué es capaz de hacer cada uno, cada
batallón demuestra de lo que es capaz frente a los otros, desfiles de notas de
menor a mayor, de mayor a menor, se superponen, se interponen y yuxtaponen en
frenético y a la vez marcial baile. Después de un suave movimiento, como haciendo
sitio, los instrumentos dejan paso a una voz. Al principio está sola, es profunda,
llena de fe y determinación. Al poco la
escena se inflama con cientos de ecos que parece serán eternos. Y por si algún
alma humana o divina pudiese permanecer impasible a la magnitud de tal muestra
armamentística, se le unen los tibios instrumentos de madera, cuerda y metal,
sabiéndose secundarios del prodigio teatral. En el centro de aquel océano de
almas destaca una, la única a la que se le permite sucumbir a la pasión de tal
exhibición. El incansable general marca el ritmo, contenido a veces, frenético o alegre, sin él
reinaría el caos.
Demasiado tarde, casi al final,
la vergüenza del desatino, como quién tarde se percata de que se ha equivocado
de casa y se despide esperando no haber causado demasiadas molestias,
enmendando lo poco que puede mientras se repliega en presta retirada.
http://www.youtube.com/watch?v=tpGSzH0Wlls
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