El leve crujir de la viga de la que cuelga su
padre, aullidos ofendidos del viento que parece preguntar cómo osamos invadir
su morada, y el repiqueo incesante de los martillos, castigando el frío metal
para ensamblar el esqueleto del primer coloso de Nueva York.
– ¿Estás bien papá?
- Ya te he dicho que sí. ¡Quieres dejarlo de una
maldita vez! Estoy perfectamente, lo del otro día fue un descuido, nada más.
-¿Qué pasó?
- Te lo dije, se rompió la cuerda. A pocos metros
del suelo noté algo que me agarró y frenó la caída. No sé qué era… un pájaro,
un avión, pero era duro como el acero.
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