miércoles, 7 de noviembre de 2012

Viciada


Raquel volvía de su visita mensual con el Doctor Roberts, su terapeuta. Cincuenta minutos para desgajar su media naranja. El buen doctor concluía los diez restantes  de  la cara hora de consulta con el frío consuelo del psicoanálisis, esos lógicos consejos eran lo poco que mantenía su relación a flote.  Raquel sentía que era la única que se empeñaba en achicar agua de aquel  navío, cuyo rumbo había caído en el olvido tras tantos golpes con inamovibles rocas de terquedad, egoísmo e inmadurez.  Si bien en las primeras sesiones se sintió esperanzada y aliviada tras desnudar su alma frente aquel desconocido, en los últimos tiempos abandonaba la consulta con la desagradable impresión de saberse estar haciendo algo mal, como si estuviese fallando a su mejor amiga o peor aun, a si misma.

Caminaba cabizbaja, con aquella sensación lastrando su ánimo y paso, cuando recordó que su mecánico la había llamado horas antes para comunicarle que ya tenía el coche arreglado. En cuestión de minutos llegó al taller. Su viejo amigo motorizado, con el que tantos momentos había compartido, y que tantas veces la había dejado tirada en mitad del camino,  esperaba dócil en la puerta, una recia figura junto a él frotaba vigorosamente el capó.  

-Buenas tardes Juan- dijo Raquel, el saludo sobresaltó al destinatario, uno de esos hombres con los que a Dios se le fue la mano con la argamasa y le dio pereza enmendar el exceso. 

- Raquel, me alegro de verte. Me coges dándolo el último repaso, a ver si de una vez por todas consigo quitarle esta maldita mancha. Dijo mientras se limpiaba las enormes manos con el mismo trapo mugriento con el que instantes antes frotaba la superficie del capó.

- Déjalo, ya me he acostumbrado a  verla, no sería mi coche sin ella. Contestó Raquel pasando la mano por el oscuro antojo que año tras año parecía crecer milímetro a milímetro. Ensimismada con el frío tacto del metal, mullida entre gratos recuerdos de los primeros años de su relación,  dijo como para si. Parece mentira como nos vamos conformando con los pequeños defectos de las cosas y hacemos la vista gorda hasta que olvidamos cómo deberían ser.

El tranquilo tono de Juan se transformó en un alarido mal contenido. – ¡Eso es un vicio que tienes! Desde que me traes el coche siempre pecas de lo mismo, y mira que te aviso, vas dejando las cosas, pensando que quizá se arreglarán solas, o que no será nada y al final te acaba dejando tirado el coche, aunque el pobre te intente advertir a su manera, no haces nada por arreglarlo- Raquel escuchaba atónita la reprimenda. – Mira, las personas son como las máquinas, por su fabricación o su entorno o quién las maneja, van cogiendo pequeños vicios. Mi trabajo como mecánico es reparar las averías que vienen generadas por los mismos y evitar que la máquina o los coches en este caso, te dejen tirado cuando menos te lo esperas. En muchas ocasiones, por desgracia alguna gente adquiere vicios que al igual que las máquinas son muy difíciles de reparar o corregir. ¿Me entiendes?


Raquel lo entendía, vaya si lo entendía, preguntó; - ¿Y qué haces cuando un coche te deja tirada tantas veces que llegas a tener miedo de cogerlo por lo que pueda pasar?

-Eso depende de cada uno, yo desde luego me habría desecho de este trasto hace mucho tiempo, la verdad no sé qué le ves. Imagino que le tienes cariño por el tiempo que lleváis juntos, pero hay que saber desprenderse de las cosas que no funcionan antes de que nos hagan daño de verdad. Es una inversión que tarde o temprano sale cara.

Juan tardo unos instantes en darse cuenta que Raquel no le escuchaba, parecía estar escribiendo un mensaje con el móvil, la vio rara, diferente. No supo que era hasta que escuchó el tono de su voz, más firme y maduro, desprendía determinación.  

 – Juan, ¿verdad que me vas harás un favor? , dijo.

- Dime, ¿quieres que le mire el aceite o algo más?, contestó intrigado.

- No, deshazte de este coche, me da igual si lo vendes o lo despeñas por un acantilado. Ya le he dado demasiadas oportunidades, y está claro que no cambiará.

No le dio tiempo a réplica alguna, se fue a casa dispuesta a emprender una nueva vida, una vida sin vicios.

Novena sinfonía.


Pequeños acordes se vislumbran al alba, discretos casi tímidos, podría parecer que se baten en retirada. Pero nada más lejos de la realidad, rompe la espesa bruma una poderosa declaración de intenciones, un ejército incontable de violines,  chelos y tambores, quiebra la quietud de la mañana como tormenta vengadora. El suelo tiembla, filas infinitas de batallones, pero solo es el principio. En la retaguardia el viento es domado por flautas y fagots, trompetas y trombones.  Ya el ejército está formado, guardan silencio. No puede haber una estrategia sin saber qué es capaz de hacer cada uno, cada batallón demuestra de lo que es capaz frente a los otros, desfiles de notas de menor a mayor, de mayor a menor, se superponen, se interponen y yuxtaponen en frenético y a la vez marcial baile. Después de un suave movimiento, como haciendo sitio, los instrumentos dejan paso a una voz. Al principio está sola, es profunda, llena de fe  y determinación. Al poco la escena se inflama con cientos de ecos que parece serán eternos. Y por si algún alma humana o divina pudiese permanecer impasible a la magnitud de tal muestra armamentística, se le unen los tibios instrumentos de madera, cuerda y metal, sabiéndose secundarios del prodigio teatral. En el centro de aquel océano de almas destaca una, la única a la que se le permite sucumbir a la pasión de tal exhibición. El incansable general marca el ritmo,  contenido a veces, frenético o alegre, sin él reinaría el caos.

Demasiado tarde, casi al final, la vergüenza del desatino, como quién tarde se percata de que se ha equivocado de casa y se despide esperando no haber causado demasiadas molestias, enmendando lo poco que puede mientras se repliega en presta retirada.

http://www.youtube.com/watch?v=tpGSzH0Wlls

domingo, 29 de julio de 2012

La princesa Patricia


Patricia despertó aquella mañana como tantas otras, con el príncipe del reino de los sueños incapaz de dejarla marchar, siempre igual, se abrazaba a ella en un vano intento de arrastrarla de nuevo a la cama, pretendiendo que compartiera con él su corona intangible, era un personaje de lo más insistente e irritable. Consiguió deshacerse de él, tras frotarse la cara enérgicamente en la pica laboriosamente trabajada que adornaba su dormitorio. La preciosa asistenta elfa apareció presta para ayudarla a vestirse y asearse, como no podría ser de otra manera teniendo en cuenta su noble linaje. Ella era la princesa Patricia, conocida en el ancho mundo por sus habilidades mágicas y su extraordinaria belleza.

Una vez vestida, se dirigió acompañada de su inseparable asistenta al comedor. Allí le esperaba un maravilloso banquete preparado por los mejores chefs. Huevos de fénix, leche de hipogrifo y las frutas más dulces y exóticas, recogidas una a una por sus fieles sirvientes. Con el apetito saciado empezaba la ajetreada rutina de la princesa.

Se dirigieron a las cuadras, el carruaje real era tirado por un descomunal corcel color gris, adornado con el escudo del reino, cuatro anillos que representaban los cuatro pueblos libres de la alianza, aquella mañana irían al cuartel general. Su inigualable inteligencia, era un pilar irremplazable para la guerra contra los gigantes. Una vez allí se le informó de las novedades en la batalla, le encasquetaron la coraza en previsión de un ataque por sorpresa y le facilitaron los planes de batalla del día.

- Patricia es una niña muy guapa, ¿a que sí?- Dijo la profesora del colegio de educación especial, cerciorándose de que tuviese suficientes lápices para colorear los dibujos que la tendrían ocupada el resto de la mañana.

- A veces creo que vive en otro mundo, sabe usted. Dijo su madre a la profesora, mientras acariciaba la cabeza de su hija con dulzura.

-Sí, parece que a los autistas este se les queda pequeño.

FIN

viernes, 27 de julio de 2012

Madera vieja, madera sabia


Yo vi crecer a tu abuelo, mucho antes de que aire se volviera irrespirable y los ríos cicatrices.

No muy lejos de aquí se conocieron tus padres, juntos compartimos momentos inolvidables, sus risas rompían la quietud de este bosque milenario. ¿Cuándo os daréis cuenta? Los campos de naturaleza domesticada que llenan el horizonte morirán de inanición, y los siguientes seréis vosotros, ¿es que no lo veis? Habéis malvendido vuestro futuro y el de vuestros hijos.

Si supieras los secretos que se esconden bajo la sombra de las hojas que te rodean. La energía limpia que lleváis años buscando está aquí mismo, a tu alrededor. Las criaturas que desahuciáis sin ningún reparo, podrían daros clases de reutilización de recursos, bioenergía y sociología. Pero aunque oís, no escucháis. Miráis pero no veis. Hace ya tanto que no sentís, que no entiendo cómo podéis siquiera afrontar un nuevo día. Si tan solo pudiera haceros ver, si tan solo podría hacer que me escucharás…

- Aquí hace un calor infernal. Engancha la pinza de una maldita vez y vayamos a casa. Tengo ganas de pillar una buena curda. ¡Se puede saber qué haces mirando ése árbol como un pasmarote! Aprisa, ese ejemplar debe pesar por lo menos treinta toneladas, sacaremos un buen pellizco. – Dijo el piloto del buldócer.

- Ya voy, ya voy.- Contestó. Una extraña sensación se adueñó de su voluntad por una fracción de segundo. Pasó las cadenas dando un abrazo a la enorme mole, antes de desprenderse dijo:

- Lo siento, de veras lo siento.-

                                                                               

jueves, 21 de junio de 2012

Cat`s game "en Ruso"

Щенок продвигался вперед пригнувшись, стараясь имитировать
несуществующие сорняки на крыше. Внезапно,  в какую-то  долю мига,
оттолкнувшись задними ногами, он яростно атакует неподвижный комочек,
толкая его своими крошечными когтями, прыгая на него, кусая и
подбрасывая его в воздух, чтобы поймать его еще раз и весело
продолжать свою игру. Родители птенца безропотно наблюдают за сценой.

lunes, 11 de junio de 2012

Microrelato: El maquinista


Hijos que vuelven al hogar y serán recibidos con auténtica dicha por aquéllos que les dieron la vida. Corazones agonizantes que como polos opuestos de un imán, tomaron la decisión anti-natura de alejarse, sabiéndose incapaces de soportar la distancia. Almas invencibles en busca  de un nuevo comienzo. Trotamundos con una mochila como única compañera de viaje, sedientos de aventuras. Niños que interrogan a sus padres; cuánto falta, y si la abuela hará su dulce favorito aquel año. Todos los días me levanto antes del alba para llevarlos a su destino. Hoy, tal vez, te lleve a ti.

lunes, 28 de mayo de 2012

Relato breve: Un día de calor


De vez en cuando ese gran astro colgado del cielo parece sublevarse contra su creador, ya sea un ser omnipotente o una peculiar amalgama de coincidencias astrofísicas, con el único propósito de complicarnos la existencia a los pobladores de ésta pequeña roca. Poco a poco, a traición diría, parece incrementar su termostato, como un chiquillo malicioso armado con una lupa, decidido a poner a prueba la resistencia térmica del caparazón de un insecto despistado. Hoy es uno de esos días.

No son ni las nueve de la mañana,  el calor  del estudio hace imposible que me concentre en la traducción de unos documentos al Alemán, que debo entregar mañana lunes. El ventilador no sirve de gran cosa, reviso que esté a la máxima potencia y el artilugio parece devolverme una mirada de impotencia. He degradado la camiseta a pañuelo con el que secarme el sudor,  termino la segunda botella de agua, en un vano intento de rehidratarme. Incapaz de soportar un instante más salgo a la terraza, me encuentro con mi novia tomando el primer café del día. Sugiere que vayamos a la playa. Me parece una idea espléndida.

No somos los únicos que han tenido la ocurrencia de buscar refugio al amparo de las olas. Armado con la nevera y el parasol me abro paso a duras penas entre un mar de gente medio desnuda. Las zapatillas no consiguen impedir que la arena  abrase la fina capa de piel que protege mis pies. Con un doloroso “Sprint” consigo conquistar uno de los últimos huecos libres y clavar victorioso nuestra bandera circular en el suelo. La desplego,  nuestros competidores, una familia lastrada por el lento paso de una anciana y varios niños, me observan con envidia y rencor mientras continúan su peregrinaje por aquel poblado desierto.

Una vez a cubierto de los lametazos del sol, saco los apuntes y continúo trabajando. Mi novia apenas cubierta por su bikini, entrega su cuerpo otrora virginal al despiadado astro, uniéndose al resto de devotos. No siento el menor reparo  por mi herejía, yo estoy fresquito y ellos se están cociendo en su propia piel, aunque no parecen darse cuenta ni  importarles lo más mínimo.

Pasan las horas, el suave murmullo de las olas se mezcla con los gritos de júbilo de unos adolescentes que luchan en la arena. Están rojos, cubiertos de sudor y arena, de tanto en tanto pactan una débil tregua para enfrentarse de nuevo con más energía. El contrapunto es una pareja de ancianos, están tan cerca que si alargara la mano casi podría tocarles. Leen tranquilos sendos volúmenes tan ajados como ellos mismos. Su piel es un pergamino quebrado por el correr de los años y los días al sol. Él se da cuenta que le observo y me dedica una amable sonrisa.  Observo sus ojos a través del cristal del vidrio de mis gafas, son enormes, negros y absurdamente saltones, le devuelvo el saludo y me concentro de nuevo en mi labor con una extraña sensación de desasosiego.

Mi novia vuelve del agua, me salpica juguetona y se inclina para darme un beso. Está salada, sabe como a pescado, tanto que casi me entran arcadas. Consigo reprimirlas justo antes de que se separe y ocupe su puesto a mi lado. Rebusco en la nevera algo que me libre de aquel sabor de boca. Elijo una cerveza helada, me recorre el cuerpo como un bálsamo, me entrego a la sensación y cierro los ojos. La calma dura poco, mi acompañante se sienta frente a mí y me invita a que le unte el cuerpo con protector solar. Obediente le empiezo a masajear la espalda, resiguiendo su columna con el movimiento circular de mis pulgares, mientras observo la escena que nos rodea.

Sigue habiendo mucha gente, los jóvenes que peleaban horas atrás, juegan a la pelota, pero sus movimientos son extraños y antinaturales. Sus cuerpos antes flexibles y atléticos se han vuelto torpes y lentos. Corren encorvados, no, no corren, saltan sobre la arena. Sus patadas no merecen dicho nombre, son más bien toques con los pies. Debe ser la distancia,  el alcohol y el calor,  o todo junto que nubla mis sentidos. Pues veo sus cabezas deformadas, largas y afiladas. Y los ojos, unos ojos que no son humanos. 

El tiempo se detiene, solo retoma su paso cuando mi novia me pregunta por qué paro de masajearle la espalda. Continúo con mi labor como un autómata, vigilando a los torpes mutantes pasarse la pelota. Una voz me hace volverme hacia los ancianos. – ¿Les importaría vigilarnos las cosas mientras mi señora y yo nos damos un chapuzón? – mi novia contesta por mí, al ver que no reacciono. – Por supuesto, vayan tranquilos.- Demasiado paralizado por el pánico para salir corriendo, observo como dos ejemplares de gamba, de tamaño humano, se dirigen saltando hacia el agua.

Cierro los ojos y lo achaco todo al estrés, últimamente trabajo demasiado. Haciendo un esfuerzo sobrehumano continúo aplicando crema, pero hace rato que ésta no se absorbe, noto las manos pegajosas, la espalda de mi novia está resbaladiza como el plástico y desprende un olor nauseabundo. Abro los ojos, una carcasa roja y pringosa entre mis piernas. Retrocedo, golpeándome con la nevera y tirando el parasol. El ser se gira, me sacude la cara con sus bigotes, me mira con esos ojos negros  y  pregunta. - ¿Se puede saber qué te pasa? – Miro a mi alrededor, soy el único humano, estoy rodeado de gambas de todos los tamaños y colores. Me desmayo.

No sé cuanto tiempo  paso inconsciente tendido al sol, pero tengo mucha hambre.  Me despierta un delicioso olor a gamba a la brasa.

FIN