miércoles, 16 de mayo de 2012

Relato: El cruce


Se despide del guarda de la fábrica con un gesto rápido de la mano. Para en el ceda el paso de la entrada principal, tras asegurarse que no viene ningún coche, se incorpora a la carretera dirección a su casa.

-¿Qué habrá querido decir con que se nota que no soy mecánico de profesión? – pensó. – Tampoco me ha quedado tan mal, además en la industria, prima la resistencia, no la estética. – Aquel monólogo interior, lo había propiciado el comentario del nuevo encargado de los mecánicos, al examinar la soldadura tosca y gruesa que había hecho para reconstruir una pieza partida.

En los últimos tiempos estaban cambiando demasiadas cosas en el trabajo, y demasiado deprisa para su gusto. El incremento de la productividad de la planta de años anteriores, había llamado la atención del tiburón blanco de las multinacionales, que ofreció una cifra demasiado cuantiosa para desdeñarla. Los nuevos dueños se deshacían rápidamente de maquinaria obsoleta, introducían nuevos productos, nuevos métodos, más automatización y menos puestos de trabajo.

Encendió la radio, con la esperanza de que algo de música disipara las inquietudes que le rondaban la mente. El camino de regreso pasaba por una zona industrial, en otros tiempos llena de actividad, incluso a aquellas horas de la noche. Pero la crisis había vaciado de vida las enormes naves, dándoles el aspecto de gigantes sumidos en un profundo sueño.

- ¿Qué habrá hecho de cenar hoy esta mujer? - se preguntó, tenía hambre. Su novia lo pasaba fatal intentando preparar a diario un menú que le sorprendiese y agradase. Aunque a él le daba igual, nunca había sido demasiado exigente con la comida, siempre y cuando hubiese cantidad suficiente.   

La intersección era peligrosa, una docena de flores amordazadas en una de farolas que la iluminaban, recordaban a un motorista que había perdido la vida la semana anterior. Dos coches oscuros, el de nuestro protagonista y el de unos muchachos que verían su camino interrumpido por un Stop, por un stop que no respetaron.

Un quejido ensordecedor del metal del coche, resistiéndose en vano a la deformación, unos instantes de silencio y parece desaparecer la gravedad, haciendo levitar la parte trasera del coche. El conductor se aferra con fuerza al volante, mientras fragmentos de cristal le salpican el cuerpo como una lluvia de granizo afilado. El mundo está del revés, o eso cree ver,  antes de cerrar los ojos y rendirse a la tremenda sacudida contra el suelo, que revienta los pocos cristales que han soportado el primer impacto. El cinturón de seguridad se cierne sobre él con un brutal abrazo protector, que le dejará amoratado durante días. El coche se desplaza sobre el techo varios metros por la calle antes de detenerse, como un atleta exhausto por el esfuerzo y la derrota.  El contenido del maletero que durante meses aguardaba paciente a ser ordenado, sale disparado sembrando la calle de cds y herramientas, quedando mezclados con los cristales y pedazos de plástico rotos que nadie podría recomponer.


Abre los ojos, apenas siente su cuerpo. La parte primitiva de su cerebro se ha puesto al mando y no está para ese tipo de monsergas, hay cosas más acuciantes. Alguien se le acerca corriendo, le pregunta cómo está mientras él se intenta zafar del ahora inútil cinturón, que le mantiene del revés. Sin conseguirlo del todo, responde. – ¡¡Estoy bien, pero no sé dónde estoy!!- se da cuenta de lo alarmante que suena lo que acaba de decir y le aclara. – Quiero decir que no sé si estoy en medio de un carril por el que pueda pasar un coche y arrollarme, así que poned triángulos o bloquead la calle o lo que sea!-

Se logra liberar, cae a plomo en el techo del coche, entre su mochila, el móvil, cristales y no sabe qué más. Encuentra objetos largo tiempo perdidos, la funda de unas gafas, la navaja de la mili, varios mecheros. El motor del coche sigue en marcha, aunque ha cambiado su ronroneo habitual por un sonido nada tranquilizador, lo para y saca las llaves del contacto. El individuo que unos instantes antes se ha interesado por su estado vuelve. Ya ha llamado a la policía, le informa.

Cuando consigue salir del coche por la puerta del acompañante, se da cuenta de lo increíble del accidente. Busca el vehículo que le ha arroyado, - debe haber sido un camión – piensa. Se sorprende sobremanera al ver que no es mucho más grande que su propio coche, y que apenas si se le ha deformado un poco el morro.

Cuando se acerca varias personas le vuelven a preguntar cómo se encuentra, si está herido. La policía llega a los pocos minutos. Se repite el interrogatorio. Varios agentes, cada cuál más corpulento que el anterior toman el mando de la situación. A nuestro protagonista se le agota la dosis extra de adrenalina, el dolor empieza a tomar posiciones y  hacerse fuerte. Se sienta mientras un agente con tono amable le pide que cuando se encuentre en condiciones le facilite los papeles.

Saca el móvil, le envía un mensaje a su novia.

Cariño, cena tú. Yo llegaré tarde, tenemos una avería.

domingo, 6 de mayo de 2012

Relato: Memorias perdidas


- La suerte cambia cuando menos te lo esperas en la partida de la vida. No hace ni dos días, mi firma era aval suficiente para abrirle las puertas del porvenir a los niñatos que hoy, se empeñan en robarme las medicinas para Dios sabe qué -piensa mientras rebusca en el armario en que Paula, su difunta mujer, acostumbraba a guardar las aspirinas. – Nada, aquí no están. ¡Maldita sea!-

Furioso tras la infructuosa búsqueda, se dirige a ver a su hijo, pero no está en su cuarto. Encuentra a su nuera planchando. Le recibe con una mirada cargada de sentimientos que ya no sabe reconocer.

- ¿Dónde está mi hijo? -pregunta secamente.

 La nuera es incapaz de contener un bufido de hastío.

- Está en el trabajo, ya sabe que no vuelve hasta las cinco -le responde sin dejar de planchar.

 Está confuso. Claro que lo sabía, pero se le ha olvidado. Como se le ha olvidado a qué se dedica su hijo. Responde altivo:

- Ya lo sé, pero me dijo que hoy vendría temprano –inventa para disimular una verdad que no se quiere reconocer ni a si mismo.

 La nuera interrumpe su trabajo, esgrimiendo la plancha con una mano le pregunta:

- ¿Se ha mirado el azúcar?-   

- Sí -miente. No confía en esa mujer que lo separa cada día más de su sangre, llenándole la cabeza a su hijo de patrañas y sinsentidos. Se oye la puerta de la calle.

- ¡Por fin!, te dije que vendría temprano -deja a su nuera planchando y se dirige al salón. Quizá hoy su hijo tenga tiempo de charlar un rato.  –Le hecho de menos -se oye decir, y le parece que es otro el que habla. Cuando llega al salón le inunda un sentimiento de derrota. No es su hijo. Una adolescente, su nieta, está jugando con un pastor alemán.  

- ¿Se puede saber de dónde vienes así vestida? -le suelta a bocajarro. Como réplica no obtiene más que un “hola abuelo” cargado de menosprecio.

- Deberías estarme más agradecida jovencita, gracias a mí vives en esta casa. Tu generación sólo sirve para gastar dinero e ir por la vida de flor en flor.-

Cada vez está más furioso, y no sabe porque. - ¡Te he hecho una pregunta y espero una respuesta!- La nieta no contesta. En lugar de eso deja la mochila y sube las escaleras hacia el cuarto de su madre, seguida por el cánido que no parece querer tomar partido.

- Es el abuelo, ya está otra vez con la historia de siempre. Ahora dirá  que le escondemos las medicinas -Oye mientras va en pos de su nieta, la ira le acelera tanto la sangre que siente el palpitar de su viejo corazón en las orejas. Irrumpe en el cuarto y ve a las dos conspiradoras - Claro, eso es -piensa.

-¡¡Vosotras, vosotras tenéis la culpa de todo!! ¡¡Te vi, no te atrevas a negarlo!! Te vi hurgando en  mis cosas. Fue la semana pasada, me escondiste mis medicinas. Las que me devuelven la memoria –está rojo como un pimiento, se lo nota. Se empieza a marear.

El perro es el primero en darse cuenta, deja su refugio y se acerca a él, sus dimensiones le permiten servirle de apoyo.  Mientras la nieta da tres pasos hacia él y le contesta furiosa.

- ¡De eso hace un año, y te repito que estaba buscando una aspirina. Tus chochadas me dan dolor de cabeza! –su intención es continuar, pero su madre la retiene y le obliga a  abandonar la habitación.

- Esto no puede seguir así, nadie le esconde las medicinas -dice su nuera. Al verle incapaz de sostenerse por su propio pie le ayuda a sentarse en la cama –¿De verdad que se ha mirado el azúcar?- Interroga por segunda vez.

– No lo sé -balbucea -no…no lo recuerdo  -La realidad se torna difusa, las formas se descomponen y se mezclan creando una niebla multicolor que le impide ver. Hasta el aire se ha vuelto más espeso, imposible de respirar. El esfuerzo al intentarlo le agota todavía más. Su nuera le deja solo. Siente impotencia, siente miedo. 

Después de la inyección de insulina todo vuelve a la normalidad, o casi. Durante la cena se ha establecido una especie de tregua, la batalla tendrá lugar más tarde. Su hijo, al que ya han puesto al día de las majaderías de su padre, apenas levanta la vista del plato, solo para echar alguna mirada furtiva a la televisión. El anciano no prueba bocado, todavía está intentando digerir la mezcla de emociones que tan amargo rastro han dejado en su paladar.  Cuando todos han abandonado la mesa no se plantea más opción que irse a la cama, pero su hijo le pide que se reúna con ellos en el salón. Por un momento se permite el lujo de imaginar una escena idílica de familia feliz, que se reúne después de la cena para charlar y reír mientras repasan las anécdotas del día.

Cuando ve los rostros que le aguardan, sabe que no será así. Le han reservado un sitio en el sofá. Se sienta, a los pocos minutos los gritos de su hijo retumbaban en la sala, la nuera y la nieta no dicen nada, hasta el perro asiste al espectáculo.

- ¡Nadie te esconde las medicinas papá! ¡¿Cuántas veces te lo tengo que decir?! La vida no gira en torno a ti, los que todavía servimos para algo tenemos obligaciones y no podemos estar encima tuyo todo el día. - 

No sabe qué replicar, no sabe qué sentir. Su propio hijo le está propinando tal paliza de reproches,  que ni él será capaz de olvidar, lo que peor le sabe es que tiene razón. Se inclina y cierra los ojos sujetándose la cabeza. Está intentando recordar, se esfuerza, pone todo su empeño en hilvanar una escusa, un motivo, quizá un lo siento. Pero es incapaz, y toda esa impotencia se torna en desesperación.

- ¡No se puede hablar contigo. Nadie te saca de tus trece! -termina su hijo, dejándole con el rostro escondida entre las manos. Uno a uno, primero la nieta, luego sus padres, abandonan el salón.

Al final el único testigo de sus lágrimas es el perro que reposa amable la cabeza sobre su pierna.   

FIN


miércoles, 25 de abril de 2012

Relato: Mentiras




Cursé el último año de ingeniería eléctrica cuatro veces. No es que fuese un torpe o se me hubiese atragantado alguna asignatura, sencillamente me encontraba a gusto en ese ambiente. Fiestas, chicas y la existencia tranquila del estudiante que, blandiendo la excusa de los deberes o un examen, se pega una vida de lujo. Podía permitirme esa vida gracias a mi padre. Se empeñó en que hiciera una carrera técnica, hasta tal punto que me advirtió que no vería un céntimo de sus millones si no la terminaba. Sabía que fuera de aquel piso de alquiler para estudiantes, me esperaba una vida bajo su férreo control en la oficina, como uno más de sus lacayos.   

Era miércoles, esperaba la llamada de un amigo que pasaría a buscarme para ir a una fiesta de enfermería. Descolgué el teléfono: - Pablo, ¿dónde estás cabrón? – exclamé. No era Pablo, la voz del abogado de la familia. –Señor Martín, me temo que tengo malas noticias, su padre a fallecido ésta tarde de un paro cardíaco.- Una pausa para que asimilara la noticia. – Señor, le ha dejado a cargo de la ingeniería.- Se acabó la fiesta.

Después del entierro se hizo la lectura del testamento. A mi madre, su ex mujer, le legaba la mayoría de su fortuna, como si el dinero pudiese redimirle de los años de abandono e infidelidades. No estaba presente, hacía años que se había desentendido de nosotros, su abogado la representaba. A mí, como ya me habían adelantado, me legaba  la ingeniería y el dinero necesario para pagar los sueldos a sus asesores durante un año, además de todos los permisos y licencias necesarios.  El albacea me proporcionó una carta. – Era voluntad de su padre que la abriera el día que heredara el negocio.-Dijo. El abogado de mi madre se la quedó mirando embobado, no era de extrañar pues la carta estaba enmarcada con grapas, a modo de sellado auxiliar. Tal vez en sus últimos días perdió el poco juicio que le quedaba. La guardé para leerla más adelante.

Me tomé mi tiempo para buscar un piso de alquiler en la ciudad, no tenía ninguna prisa por empezar mi nueva vida. Aunque los ayudantes de mi padre tardaron poco en localizarme, esgrimiendo contratos y fechas de entrega cercanas, me instaron a retomar el trabajo. Un mes después entraba en la ingeniería. Saludé a mis nuevos empleados, les había conocido en el funeral, apenas desviaron la mirada de las pantallas de sus cubículos. Me dirigí al despacho de  mi padre. Estaba tal y como lo recordaba, atiborrado de objetos adquiridos más por hacer gala de poder adquisitivo, que por armonizar con el ambiente, amontonados de mala manera en estanterías cubiertas por un cristal de seguridad. Casi ni se veían las paredes. La gran mesa en el centro de la habitación era lo único que no había sucumbido a aquel caos. El portátil, un lapicero y  una foto de mi madre cogiéndome en brazos, como únicos pobladores.   

Me acomodaba en la butaca cuando entró Carlos, ingeniero de fluidos. Una vez cumplidas las formalidades, me plantó sobre la mesa el informe de una obra para una futura presa, a juzgar por el sonido al aterrizar, debía tener unas cuatro mil páginas por lo menos. – Espero que seas tan bueno como tu padre, necesito que revises esto. Tengo que pasarlo a limpio para entregarlo este jueves. Dime si ves algo que no te dé buena espina, eso decía tu padre “ésta página no me da buena espina”.- Me lo quedé mirando, ¿en serio esperaba que revisara eso en dos días? – Carlos, yo no soy mi padre, todavía no he terminado la ingeniería, y apenas tengo experiencia, ¿Cómo pretendes que revise tu trabajo y sea capaz de ver si hay algún error?-  -Bueno, tú eres el jefe. Hasta luego y suerte, llámame cuando lo  des por bueno.- Dijo en un tono de “que te aproveche el marrón”.  

Intentando digerir aquella ensalada de cálculos, esquemas y fórmulas llenas de signos que no había visto en la vida, un leve repiqueo en la puerta me hizo levantar la cabeza. No estaba seguro de haber oído algo, así que continué. Se repitieron los golpes, ésta vez más fuerte. - ¡Adelante! - Dije, algo molesto por la interrupción.  Era Pedro, un físico de treinta y pocos, un individuo tímido y apocado, pero según había oído decir a mi padre alguna vez, listo como el demonio. Me vino con la misma historia pero una fecha diferente, la mañana siguiente debía estar entregado el proyecto. El informe se titulaba “Análisis del termo-aislado axial de los campos subBeta.”, aquello tenía que ser una broma. Pregunté a Pedro- Dime, ¿tenemos algún campo de trabajo específico?, lo digo porque  si esto es para Nasa conozco a quién podría retrasar la fecha de entrega.-

No captó el tono sarcástico. – Puedo responderle en base a lo que yo me he dedicado, que ha sido básicamente a la física de partículas, pero era su padre quién asignaba los trabajos. No sé en qué han estado trabajado los otros.- Aquello no tenía ni pies ni cabeza, según mi madre, mi padre era un ingeniero de tres al cuarto que se dedicaba a firmar proyectos de pacotilla, el dinero de verdad entraba por validar proyectos de obras que no cumplían los requisitos legales. Era raro que no hubiese terminado sus días en la cárcel. Le despaché con un gesto de la mano, antes de que se fuera le pregunté enojado: - ¿Y qué pasa?, ¿con lo listos que sois todos y no sabéis enviarme un correo con toda la información? ¿No sabes que todo este papel me cuesta dinero?-  Se volvió y contestó.- Eso mismo, con otras palabras, le dije un día a su padre, pero él insistía en que todo debía imprimirse. Buenas tardes.- Y se fue a su cubículo.

Con un tremendo dolor de cabeza me dejé caer hacia atrás en la butaca. Debajo de la mesa estaba la caja fuerte, -¿y el código?- dije en voz alta. Recordé la carta, abrí un cajón en busca de algo para ayudarme a quitar aquellas grapas inútiles. El primero estaba lleno de pequeñas cajitas de grapas, alineadas escrupulosamente, sobre ellas una maza en miniatura y un soporte para golpear sumamente gastado. En el segundo cajón solo había grapas. Definitivamente mi padre se había vuelto loco. Desistí de mi búsqueda y utilicé una navaja en miniatura que acostumbro a llevar en el llavero, inofensiva pues no cortaría ni la mantequilla, aunque útil para apretar los pequeños tornillos de mis gafas. Con cuidado retiré todas las grapas y abrí la carta. Decía así.

Si lees esto es que he fallecido prematuramente. Nunca me he molestado en conocerte, ninguno de los dos estábamos por la labor. Cuando nos abandonó tu madre me sumí en una pena atroz, y no quería contagiarte. Siempre te he querido. Si estás en mi despacho utiliza tu imaginación, no te costará descubrir el secreto de mi éxito. Y grápalo todo hijo, TODO.

Pd: el código de la caja es 24-1-90  

¿Grápalo todo? Qué gran ayuda. Y la combinación era la fecha de mi cumpleaños, que típico. Abrí la caja fuerte, no soy un experto pero parecía sumamente robusta, inexpugnable. Esperaba encontrar… no sé, algún título de catedrático de física “que calladito te lo tenías padre”, o  tal vez una lámpara maravillosa, con un genio dispuesto a descubrirme cómo narices repasar esa cantidad de información en tan pocas horas. Lo único que vi fue una simple grapadora. Un modelo antiguo de metal, el uso había hecho retroceder la capa de pintura hasta escasos centímetros en la base. Debía tener décadas. La sopesé, sin duda era maciza, la coloqué sobre la mesa. Me arrodillé para tener una perspectiva completa del interior de la caja fuerte, por si había pasado algo por alto, no había nada más. Busqué algún doble fondo, aquello era demencial, pasé la mano con cuidado y nada. Cerré la caja de un portazo.

Me senté de nuevo, releí la carta de mi padre, “siempre te he querido”. ¿Cómo podía ser tan hipócrita? – ¡Tú la abandonaste!, ¡nos abandonaste a los dos! Tu sed de poder era lo primero, ¿Quién acompañaba a mamá a comprar a esas tiendas tan pijas?, no te importábamos nada, ¡nada!- Me desplomé sobre la mesa, lágrimas de rabia corrían por mi rostro.

Tardé un rato en recomponerme, cogí el informe de Pedro y empecé a leer para evadirme de aquellos sentimientos, no tardé en encontrarlos demasiado herméticos para los profanos. Cogí la grapadora y empecé disparar grapas al aire, cada vez que miraba la carta me daban ganas de golpear algo con fuerza. Descargué mi rabia con el informe, separé unas cuantas hojas y las grapé de un porrazo desmesurado, cogí un montón un poco más grueso y repetí la operación con más fuerza, la grapadora fallo. Quité unas pocas hojas y aticé de nuevo. Volvió a fallar. Miré las fórmulas impresas en las hojas, era algo que había dado en clase y de casualidad recordaba. Repasé los cálculos y vi un error. Una idea demencial cruzó mi mente. Separé la hoja con el error y volví a grapar. Perfecto. Una voz en mi interior dijo: - ¿Por qué sino iba a guardar una grapadora en una caja fuerte como esa?-, metí la hoja con el fallo de cálculo en la grapadora, la accioné con cuidado, la primera grapa no ancló, las cuarenta siguientes tampoco.

Con un bolígrafo corregí el error, tachando un par de números y poniendo el valor correcto al final de la ecuación, volví a grapar. A la primera. No contento con esto, me lancé a la piscina, “prepárenme la habitación  en el manicomio, si puede ser con vistas a la playa por favor”, escribí en un papel: (Esta grapadora sólo grapa la verdad) grapé la hoja y se grapó, casualidad seguro, veinte grapas más y no falló. Escribí (2+2=5), y las grapas no salían o se les torcían las patas, durante veinte minutos estuve probando, tuve que abrir varios paquetes nuevos de grapas y acabé empleando la maza porque la mano me dolía horrores. Taché la incongruencia matemática y con auténtico pavor del resultado accioné la grapadora….funcionó.  No supe cómo reaccionar, empecé a reír como un loco, llamaron a la puerta. Pedro entró sin esperar mi permiso.- ¿Va todo bien? – Preguntó preocupado. -¡Claro que va todo bien! - Contesté con una voz de demente, - ¿Por qué no va  a  ir todo bien?, a partir de ahora TODO irá bien. – Siempre que pase por este cacharro, pensé. – Estupendo, porque necesito ese informe lo antes posible, no es cosa de broma. – Dijo algo desafiante. – Dame un momento, enseguida termino. Hay un par de errores, ahora te los comento. - Decirle a un físico diplomado,  que me sacaba diez años por lo menos, que había descubierto fallos en su trabajo me sentó de maravilla.  El rostro de Pedro se tiñó de rojo. – ¿Un par de errores? –Preguntó enojado. - Sí, ¿ves? – Se acercó a la hoja acribillada por pequeños agujeros por los bordes. – Vaya, parece que te has ensañado, tu padre también tenía esa manía de graparlo todo mil veces. Si quieres me lo llevo ahora y corrijo esta parte mientras tu revisas el resto. - Dijo, ahora más humilde. – Está bien.- Contesté. Estaba en la puerta cuando se volvió y me dijo: -Por cierto, ha venido tu madre, ¿la hago pasar?- Me quedé de una pieza. Noté cómo saboreaba mi reacción con deleite. No quise darle ese gusto. – Claro, que pase, que pase.- Reaccioné.

Guardé la grapadora en el cajón y barrí las grapas con el brazo. Crucé los brazos esperando a la mujer que un día llamé madre y hacía diez años que no veía. No reconocí a la persona que cruzaba el umbral de la puerta con confianza, como quién conoce el terreno que pisa. Por su aspecto no podría tener más de treinta años, pero yo sabía que pasaba los cuarenta y cinco. Una larga melena rubia enmarcaba una cara fina y delicada, delataba una habitual consumidora de cosméticos anti-edad, las manos cruzadas sobre el regazo, daba la impresión que lo más pesado que habían agarrado nunca, eran los bolígrafos de los restaurantes para firmar la cuenta. – Martín, ¿cómo estás? - Preguntó. Intenté poner un tono frío y neutro, - Bien, las cosas han marchado bien sin ti mamá.- Dije. -Te he echado mucho de menos hijo. Tu padre no me dejó alternativa, tú sabes que es cierto.- Hizo una pausa, sacó un pañuelo y se secó las lágrimas. -Decía que se pasaba el día en el trabajo y estaba con esas putas. Ya no podía sopórtalo más. He venido porque quiero que volvamos a ser una familia. – Me tragué el nudo que tenía en la garganta y pregunté: -¿Por qué no viniste al funeral mamá?, allí me podrías haber visto si tanto te importo ahora.- Arranqué la última hoja del informe de Carlos, que apenas tenía unas anotaciones y empecé a escribir mientras ella hablaba.  -No quería verle hijo, ni siquiera muerto. Yo gastaba su fortuna para reclamar su atención y te llevaba conmigo para que vieses lo mucho que te quería tu padre, por pasarse el día trabajando y poder pagar nuestros caprichos, ¡yo te protegí de la verdad!- Se acercó a mí y me dio un abrazo empapándome en lágrimas. Yo Llevaba rato trascribiendo su discurso. La separé con cuidado, abrí el cajón y saqué la grapadora. Se la quedó mirando extrañada, no conocía de lo que era capaz. Mirándola a los ojos grapé la hoja en la que había escrito su testimonio del por qué nos abandonó.

No tuve que comprobarlo, por el sonido supe que todo o parte de lo que me había dicho era mentira, eso y los años de desapego por su parte me bastaron. - ¿Sabes? Eso que has dicho… no me da buena espina.- Dije antes de perder la calma.

– ¡¡¡Fuera de aquí!!! ¡¡¡No quiero volver a verte nunca, ¿me has entendido?!!!- Me miró espantada, por su gesto supe que le acababa de partir el alma en dos. La arrastré hasta la puerta cogiéndola del brazo. - ¡Largo! ¡Y no vuelvas! – Le seguí clavando toda la rabia de mi mirada hasta que abandonó las oficinas. Los ingenieros presenciaron la escena atónitos. Volví a mi despacho y releí la carta de mi padre, completamente grapada por los bordes.  Siempre te he querido”.  Cuando entró Carlos me encontró llorando. – Perdona, ¿es mal momento? si quieres vuelvo luego.- Preguntó comprensivo. -No, tranquilo, ¿qué pasa? – Sí mira, es que en la última página de mi informe hay una errata. Vaya, has escrito encima... ¿Ves? justo aquí.     

sábado, 21 de abril de 2012

Microrelato: Despertar


Los dígitos del despertador se le antojaban ojos que le observaban en la oscuridad, todavía no tenía muy claro si con gesto de burla o de temor, ante las posibles represalias por ponerse a sonar sabiéndole despierto, cinco minutos antes de las siete. Alzó el brazo con el puño preparado para destrozar el pequeño artilugio electrónico, consiguió contenerse en el último momento.  Anuló la alarma y dándole unos golpecitos dijo: – Por hoy te has librado, mañana Dios dirá.- Se sentó en la cama, se sentía más cansado que cuando se acostó. Aunque ésa no era la palabra que definía su estado de ánimo. - ¿Vencido tal vez?, fracasado por supuesto, humillado, engañado, traicionado.  Derrotado. Sí, tan derrotado como me sentí ayer y antes de ayer.-

Cinco años habían pasado desde que la empresa hizo el ERE con el pretexto de pérdidas. Treinta años dejándose la piel y así se lo habían pagado. ¿Pagado?, ni siquiera eso, aún no había visto un céntimo ni del fondo de garantías.

Cincuenta y cinco años y en el paro. En las pocas entrevistas que había hecho, le habían plantado delante unos requisitos tan disparatados, que se quedaba atónito cuando le decían que el sueldo sería de unos novecientos euros. Claro que al final siempre le acababa llamando una jovencita para comunicarle que: “su perfil no se adaptaba al puesto”. O sea que no querían a un maldito viejo.

Se levantó y fregó los pocos platos sucios de la cena mientras preparaba café. – Por lo menos he dejado el tabaco.- Pensó – He tenido que dejar tantas cosas, el tabaco, el mercedes y a Mercedes. - Su mujer lo había abandonado  cuando dejó de entrar dinero en casa. Ni siquiera se molestó en fingir la excusa de un amante. – Te dejo, ya he malgastado demasiado tiempo de mi vida contigo.- Rememoró las palabras de su exmujer. – Cierto, fue ella quien me abandonó.-  

Se apoyó en mármol de la cocina, con las manos aun mojadas. Al sentir la primera lágrima correr por su mejilla se obligó a vaciar su mente de aquellos pensamientos, siguió fregando. – Eso es, mantén la mente ocupada, cuando termines con la cocina te haces el baño que ya le toca.- Dijo. La expresión le hizo recordar a Daniel, su ex jefe. – Cuando termines de dibujar los esquemas limpia la mesa, que ya le toca.- Le decía cada viernes por la tarde, y cada lunes la mesa estaba igual o peor que la semana anterior. - Bendito cabrón, que suerte tuviste de palmarla, y que a gusto te quedaste cuando le partiste los morros al gerente.- Una idea cruzó su mente, desvió la vista y encontró lo que estaba buscando, casi sin darse cuenta de lo que estaba pensando. Los antidepresivos, junto a la botella de whisky, se los quedó mirando mientras asimilaba el pensamiento suicida  que acababa tener. – ¿Y porqué no? Total, ya no queda nada por luchar, nos lo pueden quitar todo, ¡nos lo están quitando todo!, nos ponen un Barça Madrid y nos olvidamos del 15 M y todo lo que representa. ¡A la mierda con todo! – Dijo. Cuando ya tenía la botella en la mano, oyó un ruido, la cafetera. Se la quedó mirando, dejó la botella en el mármol y apagó el fuego. – ¡Joder!, si todavía no he tomado ni café.- El aroma a café recién hecho le templó lo suficiente los ánimos como para tomarse un receso y ver las noticias. Se sirvió una taza y puso la televisión.

Después de veinte minutos de desfalcos, ERES, viajes del monarca a cazar elefantes y en general crisis, “perdón CRISIS ”, apagó la televisión. Echó un último vistazo al comedor, no era capaz de evocar ningún recuerdo de aquella sala que le hiciera dar marcha atrás en sus planes. En una estantería se encontró con un viejo álbum familiar escondido bajo un fajo de revistas de su exmujer.

Lo desenterró de la avalancha de páginas de moda e interiorismo y lo abrió. Se dio cuenta que estaba al revés demasiado tarde, varias fotos cayeron a sus pies. Se arrodilló y cogió una al azar. Era una foto en blanco y negro, tan vieja y quebradiza como hoja otoñal. En ella se veía a un hombre de rasgos duros como la piedra, vestía pantalones de pana y un chaleco de borrego. Posaba ante la cámara empuñando una especie de escopeta, apoyándola en el muslo, como si fuese un cazador, pero sin la presa abatida bajo la bota. Su mirada le llamó la atención, las décadas de encierro en aquel álbum no habían conseguido robarle la determinación. Con solo mirarlo sintió cómo una brizna de esperanza luchaba por abrirse paso en su pecho. Le dio la vuelta, incapaz de enfrentarse un segundo más a ése rostro que parecía gritarle. – ¡Tú eres capaz de lo que sea! – Había algo escrito en el reverso: Valeriano Porras Montero Revolucionario 1868. Su abuelo.

Él no tenía un trabuco, pero nunca se le dio mal escribir, se sirvió una segunda taza de café y empezó un blog. -La revolución continúa.-


Microrelato: La maleta de Andrea




- Con ésta van tres veces que deshago la maleta, pero es que en ésta no me cabe nada.  Mejor cojo la grande. El neceser, secador de pelo, las cartas de amor para los vampiros… A ver ¿Qué más? ¡Las zapatillas! ¡Por supuesto! no quiero que mis bonitos pies estén expuestos a Dios sabe qué hongos, tendría que buscarme un novio micólogo... Ahora que lo pienso, los zapatos rojos me quedarían divinos con el vestido negro, son tan bonitos. – Saca los zapatos y se los intenta calzar, pero le vienen pequeños. – Maldita sea, ¿tanto tiempo hace que no me los pongo? ¿Y desde cuando engordan los pies? Recuerdo cuando Juan me los regaló, era tan detallista. Fue decirle que me gustaba el color rojo y dos de cada tres días me traía algo  de ése color. Un bolso, rosas, lápiz de labios... Por cierto, ¿Lo he puesto en el neceser? Madre mía, que desastre... No acostumbro a pintarme los labios, pero nunca se sabe. – Mete el pintalabios en la maleta y se topa con un pañuelo para el cuello. – ¿Me estaré quedando corta con la ropa de abrigo? ¿Qué tiempo hará? No se, mejor me llevo algo más. Y el paraguas claro,  con un poco de suerte a lo mejor  tengo ocasión de compartirlo con alguien. Sí, eso es. Juntitos los dos bajo una suave lluvia primaveral, notando el calor del otro, rozándonos como sin querer. Sería tan romántico. – Se queda unos instantes con la mirada perdida, sujetando el paraguas,  imaginando a su compañero en aquel paseo bajo la lluvia, casi le parece sentir la humedad y el olor a tierra mojada. Un leve repicar la saca de su ensueño.

 – Andrea, ¿cómo tienes la maleta?- Le pregunta un rostro amable desde la puerta. Andrea no responde.

- Mañana sigues, es hora de acostarse. ¿Sabes ya dónde irás?- Andrea la mira como si no la viese. 

-Bueno, si ésta noche te acuerdas se lo dices mañana al doctor. Venga vamos a ponerte tu pijama favorito.- 

La enfermera tiene que pedir ayuda al celador para quitarle el paraguas a Andrea y poder ponerle la camisa de fuerza.


martes, 17 de abril de 2012

Monólogo: Test teórico


Sacarse el carnet de conducir, primero la teórica. Están los que estudian, se pasan semanas y semanas rellenando test hasta que se saben de memoria hasta las matrículas que salen en las fotos y claro, cuando llega la hora de la verdad les entra el miedo escénico y suspenden. Éste no es uno de ésos casos…
1: Si, de noche, circula Ud. por una vía insuficientemente iluminada a más de 40 kilómetros por hora, ¿está obligado a llevar encendida la luz de gálibo en su vehículo?

- ¿¡La luz de quién!? Eso de Gálibo me suena a nombre del personaje del señor de los anillos, bueno-  pasa a la siguiente.-
2: En las autopistas y autovías, ¿se debe circular normalmente por el carril derecho?
- Que tontería, cuando me saque el carnet voy a poner mi Ibiza a 200 por lo menos.

3: ¿Qué alumbrado llevará encendido una motocicleta durante el día?
- El que ha hecho éste test es un poco cazurro, si es de día ¿paqué va a tener los faros enchegaos? El alumbrao del móbil como mucho si está enviando un whassap, ¡no te digo! A mí me van a pillar con preguntas trampas de éstas…-

4. ¿Dónde está permitido que viaje un niño que no alcance los 135 centímetros de estatura?

-¡Qué! ¿Una mierda niño en mi Ibiza?, que viaje con su puñetera madre. O en el autobús del cole. ¿Y si le da por vomitar? ¿Quién lo limpia?, ¿¡el menda!? De eso nada.-
5. ¿Cuál es la tasa de alcohol máxima permitida a un conductor novel?

a) 0,25 miligramos de alcohol por litro de aire espirado.
b) 0,3 miligramos de alcohol por litro de aire espirado.
c) 0,15 miligramos de alcohol por litro de aire espirado.
- Yami que narices mesplicas lo que puede beber un premio novel, ¿pero esto qué es lo que es?-


6. ¿Está permitida la circulación de animales por una carretera convencional?

-Poj claro, mi madre siempre me obliga llevar a su perro amarrao en brazos mientras saca la chola por la ventana, no vaya a ser que se le escape como el rocky, pos no lo paso mal la pobre…-




7. Un cuadriciclo ligero, ¿se considera un vehículo de motor?

-Si es ligero no puede llevar motor, es de lógica, digo yo.-
8 Es considerado vehículo especial...
a) El tractor agrícola.
b) El quad.
c) Las dos respuestas anteriores son correctas.
- Hombre, si es como el quad de mi primo que se lo ha maqueao guay, digo yo que sí.-
                                               FIN

PD: Lo triste es que tarde o temprano aprobará. Mil perdones a los que tengan un Ibiza...

lunes, 16 de abril de 2012

Microrelato: Kuala Lu



El chamán abría la marcha hacia el jardín secreto, de su boca salían sonidos guturales intercalados con unos “chak chak” de lo más graciosos, aunque parecía hablar muy  en serio. El intérprete de aquel lenguaje, todavía sin catalogar, no encontraba palabras en nuestro limitado idioma para plasmar la realidad que me estaba describiendo, se quedó mirando mis botas y dijo:

-Dice que es tierra sagrada, que se descalce.- El chamán me golpeó en los pies, airado por la profanación de aquella capa de musgo. Al cabo de unos pasos tenía los pies llenos de cortes.

- Kuala Lu bendijo ésta tierra con sus lágrimas, y gracias a ellas nacieron las Bulas, las madres de todas las plantas.- La vegetación que nos rodeaba se cernía sobre nosotros, saludaba al chamán,  éste les devolvió el gesto y siguió su narración, sin saber cómo ya no necesitaba intérprete para entenderle. -Kuala Lu lloró por ver la tierra marrón y sin vida, por eso creó las Bulas. Y aquel que no respeta a las Bulas perece bajo su poder, dime hombre de ciudad, ¿respetáis vosotros a Kuala Lu?- Caí al suelo, pude reconocer siete clases de plantas altamente venenosas y alucinógenas antes de desmayarme.